Desperté y uno de mis amigos cercanos estaba detenido en la comisaría por gritar y manifestarse pacíficamente, contra una institución que lo mutiló, que cambió su vida, que le dejó una marca física y mental, y que a pesar de ser violencia de Estado ha recibido, junto a otras personas víctimas de violencia ocular, tan sólo migajas de una reparación deficientemente implementada. Hay quienes dicen que debe agradecerse, que al menos hay algo, pero no hay justicia, no hay liberación de lxs presxs por luchar, no hay nada que cambie la realidad. Las Fuerzas Armadas y del Orden Público torturaron, asesinaron, mutilaron y violaron con total impunidad.
De acuerdo a los datos informados por el INDH en su Reporte General de Datos sobre Violaciones a los Derechos Humanos, con información recolectada desde el 17 de octubre de 2019 hasta el 13 de marzo de 2020, una de las consecuencias más notorias del actuar policial tras el estallido social es la alta cantidad de personas con heridas oculares. Lo anterior resultado del uso indiscriminado, excesivo y fuera de protocolo de armas de fuego y otros proyectiles. En esos casi cinco meses el INDH pudo dar cuenta de al menos 460 lesiones oculares desde el inicio de la crisis social. El 92% del total de los casos correspondió a lesión o trauma ocular, pero al menos el 8% de los casos significó estallido o pérdida total de ojos y visión.
Yo también llevo unas cicatrices y agradezco que no se vean, me permite evitar el morbo que vende, y vivir como si no hubiera pasado. Pero sé que no estoy sola, que muchas de las mujeres que atendí también guardaron silencio, entre la vergüenza y el dolor no hay ningún tipo de reparación y mucho menos justicia para las víctimas de violencia político sexual.
Lo anterior lo describo como la rotura de un pedacito de alma. Supongo que habría salido en la noticias si hubieran podido transmitir la sangre en vivo, el llanto, los gritos y el dolor. Si se pudiera transformar en un consumo vendible. Pero no fue así, y tal como en la tercera causal de la despenalización del aborto (violación), las mujeres cargamos con el peso de la prueba de nuestros relatos y denuncias.
Se cuestiona el testimonio, se subjetiviza, se traspasa el peso de la culpa a la víctima. Lamentablemente esta violencia también dañó a personas de la diversidad sexual y hombres. Hay denuncias, hay ONG’s que están dando apoyo invaluable, pero sabemos que sin garantías de justicia, muchos relatos seguirán en el silencio y dolor profundo de las víctimas.
El mismo reporte citado con anterioridad revela que de un total de 1456 acciones judiciales ingresadas por violación a los derechos humanos por parte de agentes del Estado, un 14% corresponde a tortura con violencia sexual. 282 personas fueron víctimas de tortura con violencia sexual, pero solo 206 fueron las acciones judiciales iniciadas por este tipo de crimen. Al revisar los datos por edad y género destacan las siguientes cifras: 124 hombres, 88 mujeres, 42 niños y 28 niñas. En proporción, de un total de 893 hombres adultos víctimas de tortura, un 12% sufrió además violencia sexual; en mujeres adultas, de los 304 casos un 39% fue también con violencia sexual; en niños, de un total de 180 casos un 23%, y en niñas, de un total de 63 casos un 44%.
Hoy escribo porque no les vamos a dar el gusto de vernos calladas y callados. Porque sé que tenemos tareas pendientes cuando pensamos en este nuevo Chile atravesado por los dolores de una dictadura, un estallido social y una pandemia, que en cuanto a políticas públicas y de orden, para el gobierno pareciera ser todo lo mismo. La nueva Constitución debe estar atravesada por el eje de los derechos humanos y con un enfoque de género.
Justicia, reparación y la liberación de presxs políticxs, deben ser las garantías mínimas que nos aseguren los órganos de la Justicia. Es una urgencia previa a cualquier intento de proceso democrático. Voy a seguir luchando por la candidatura a la constituyente, pero más allá de cuando sean las elecciones y su resultado, voy y vamos a seguir luchando por la justicia, igualdad y el respeto irrestricto a los derechos humanos.
Porque el “nunca más” no se hará real con gobiernos y un sistema judicial en «la medida de lo posible». Ya no descansaremos hasta que nuestros cuerpos nos pertenezcan y la prerrogativa de la fuerza sea cuestionada, la institución refundada desde sus cimientos y la reparación llegue. Sé que si tarda no es justicia, pero la impunidad y el saber que andan caminando libres por la calle es un dolor en el que trato de no pensar, porque la indignación a veces se vuelve insostenible. La violencia de Estado, las mutilaciones, torturas, muertes y la violencia político sexual destruyeron vidas y familias. No volveremos atrás, aunque el miedo exista y muchas veces paralice; es imperativo cambiar este Chile.