Las mujeres con poca ropa activan algunas regiones cerebrales de los hombres.
Conocemos sobradamente el concepto de «mujer florero». Acostumbra a ser una idea ligada al mundo del marketing y la sociedad del espectáculo, esferas de la vida pública que nos llegan especialmente a través de los grandes medios de comunicación.
Todos vemos con relativa normalidad que el rol de azafata en un programa de televisión sea, casi siempre, ocupado por una mujer que se mantiene en una actitud más bien pasiva. Tampoco es raro ver cómo la vertiente estética de las mujeres es explotada comercialmente en anuncios, películas o, a veces, incluso en el deporte.
Cosificación sexual y neuronas: el cerebro del hombre ante mujeres con poca ropa
Siendo que el cuerpo de la mujer es tan buscado por las cámaras, cabe preguntarse si, más allá de los resultados económicos que tenga la contratación de mujeres florero, el cerebro del hombre heterosexual ha aprendido a comportarse de manera distinta ante las mujeres cuando estas van vestidas con poca ropa.
¿Podría ser que la cosificación de la mujer estuviera plasmada en la forma de interactuar de los tejidos de neuronas?
¿Qué es la cosificación sexual?
La cosificación puede resumirse como la consideración de que una persona es en realidad algo parecido a un objeto. Cuando alguien cosifica a otra persona, cree, en mayor o menor medida y de manera más o menos inconsciente, que lo que está viendo es un cuerpo animado, sin tener en cuenta los factores que la caracterizan como ser humano capaz de pensar y tomar decisiones de forma autónoma. La cosificación sexual, en concreto, consiste en dejar que los atributos estéticos y sexuales de una persona la definan por completo.
El ejemplo de la azafata antes comentado puede considerarse una forma de cosificación: la mujer pasa a ser tan sólo la parte de su cuerpo que nosotros percibimos como objeto, y es este «objeto hecho con carne» el que representa a toda la mujer, más allá de su condición de ser humano. La filósofa Judith Buttler dijo sobre este tema, desde un punto de vista más abstracto:
En la tradición filosófica que se inicia con Platón y sigue con Descartes, Husserl y Sartre, la diferenciación ontológica entre alma (conciencia, mente) y cuerpo siempre defiende relaciones de subordinación y jerarquía política y psíquica.
La mente no sólo somete al cuerpo, sino que eventualmente juega con la fantasía de escapar totalmente de su corporeidad. Las asociaciones culturales de la mente con la masculinidad y del cuerpo con la feminidad están bien documentadas en el campo de la filosofía y el feminismo.
Y es que la cosificación de la mujer no sólo es degradante en términos morales, sino que puede tener una plasmación muy material y dramática al estar ligada a un ansia por dominar todo lo femenino. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que allí donde hay deshumanización de mujeres hay también una mayor probabilidad de agredirlas sexualmente o someterlas a tratos vejatorios, según algunas investigaciones. A pesar de que, por definición, pueden cosificar tanto hombres como mujeres, este dato no deja de ser alarmante.
Sexismo cotidiano
Además, la cosificación se da no sólo en la pantalla de los televisores. Cualquiera puede ver estas mismas tendencias reproducidas en la calle, en los bares, en las universidades y hasta en las casas. Es un fenómeno muy extendido y puede que esta cosificación hacia la mujer esté plasmada también en patrones de activación neuronal dentro del cerebro.
Un experimento conducido por Susan Fiske, Mina Cikara y miembros de la Priceton University parece sugerir que, al menos en algunos contextos, el cerebro de los hombres percibe a las mujeres con poca ropa más como objetos que como seres con sentimientos y subjetividad propia. La cosificación sexual tendría, así, una plasmación material en al menos parte de los cerebros pertenecientes a hombres heterosexuales.
Buscando correlaciones en el cerebro
En el estudio se escaneó con un aparato de resonancia magnética funcional (fMRI) el cerebro de una serie de hombres heterosexuales mientras se les mostraban cuatro tipos de imágenes: mujeres vestidas de calle, mujeres con poca ropa, hombres vestidos de calle y hombres con poca ropa.
Gracias a los resultados de las resonancias se pudo comprobar cómo el hecho de contemplar imágenes de mujeres con poca ropa hacía que se activaran zonas del cerebro típicamente relacionadas con el manejo de instrumentos (como la corteza premotora), mientras que esto no ocurría si el estímulo era una mujer vestida de manera convencional, un hombre con poca ropa o un hombre vestido de manera convencional. Las zonas del cerebro que se activan durante la atribución de estados mentales a otros seres vivos se activaban menos en aquellos hombres que manifestaban un mayor grado de sexismo hostil (actitudes misóginas).
Además, este mismo grupo de hombres era más proclive a asociar las imágenes de mujeres sexualizadas con verbos en primera persona («agarro»), y no tanto con verbos en tercera persona («agarra»). Todo ello lleva a pensar en un mundo en el que ser mujer y sacarse ciertas prendas de encima puede ser motivo para que los hombres te tomen por algo que se parece mucho a un ser humano.
Esto, claro está, tendría implicaciones muy serias en caso de que lo que se estuviera viendo fuera la huella que la cosificación deja en el cerebro de los hombres heterosexuales.
¿Cómo se interpreta esto?
El significado de estos resultados no están claros. Ver patrones de activación claros en las zonas que se suelen activar cuando se hace algo no significa que esas zonas del cerebro se encarguen de desencadenar esas funciones específicas. Los grupos de neuronas de la corteza premotora, por ejemplo, se activan en muchas otras situaciones.
En cuanto a la asociación entre los verbos y las imágenes, aunque sirven en todo caso para reforzar la hipótesis de que las mujeres con poca ropa son vistas como objetos, no es posible asegurar que el producto de estos patrones de activación sea la cosificación sexual. La cosificación es un concepto demasiado abstracto como para asociarlo a patrones neuronales tan concretos a partir de una sola investigación, pero eso no significa que pudieran estar relacionados.
Este experimento puede considerarse como una invitación para seguir investigando en este sentido ya que, a pesar de la bruma de incertidumbre que envuelve estos resultados, los sesgos de género, machismo, cosificación y sus correlatos neurales es un ámbito que merece ser estudiado. Aunque sea por evitar la aparición de barreras que separen ambas mitades de la población.
Fuente: Psicología y mente