Por Oscar López C. The New York Times Company / Agencia Reforma
Cuando era una niña en el México de la década de los ochenta, la idea de convertirse en cineasta era casi impensable para Fernanda Valadez. Más allá de un cineclub en la universidad estatal, no había cinetecas en su ciudad natal, Guanajuato, y las películas hechas por mujeres eran una verdadera rareza.
“El sueño de hacer cine era algo lejano”, recordó recientemente. “Crecimos con la sensación de que era muy difícil hacer cine”.
Sin embargo, unos 30 años después, ese sueño se ha vuelto muy real. La ópera prima de Valadez, Sin señas particulares, ganó dos premios importantes en el Festival de Cine de Sundance en 2020, y este año obtuvo el premio a mejor película, mejor dirección y mejor guion, entre otros, en los premios Ariel, el equivalente mexicano de los Oscar.
Después de décadas de pelear por obtener reconocimiento en una industria dominada por hombres, cineastas como Valadez están sacudiendo los cimientos del cine mexicano, no solo con el estreno de más obras sino también al tener éxito con la crítica y acumular premios importantes que durante mucho tiempo estuvieron reservados para sus colegas varones.
En una sociedad en la que el machismo suele frenar el potencial de las mujeres y la violencia de género es una realidad común, la popularidad y el reconocimiento de las cineastas refleja un cambio social más amplio provocado tanto por un movimiento feminista fortalecido en México como por un debate urgente a nivel mundial sobre el sexismo.
“Tiene años gestándose”, dijo Valadez. “A mí me da mucha felicidad ser parte de una generación de mujeres que están contando historias poderosas”.
Llegar hasta aquí no ha sido nada fácil, ni para Valadez ni para sus colegas cineastas.
Tatiana Huezo es una directora salvadoreña-mexicana, quien en 2017 se convirtió en la primera mujer en ganar el premio a mejor dirección en los Ariel. Su película más reciente, Noche de fuego, que recibió una mención especial en el Festival de Cine de Cannes de 2021, es la candidata de México para el Oscar en la categoría de mejor película internacional en los Premios de la Academia de 2022, y la semana pasada quedó en la lista de finalistas para la contienda. De llegar a ser nominada, Huezo se convertiría en la primera mexicana en competir por el premio en esa categoría, aunque algunos directores mexicanos, como Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro, han dominado los premios en los últimos años.
Cuando Huezo era una niña, su madre solía meterla a escondidas en el cine para ver películas de autor. La directora recuerda haber quedado asombrada, y a veces aterrorizada, por las películas de David Lynch y François Truffaut. Pero cuando comenzó a estudiar en el Centro de Capacitación Cinematográfica de México, se enfrentó al sexismo.
Huezo se había inscrito para ser directora de fotografía, pero una vez dentro de la institución, se percató de que los directores no la convocaban para sus proyectos, por lo que terminó dirigiendo y haciendo la fotografía de sus propios proyectos.
“Una de las cosas que decían era: ‘No, es muy pesada en las cámaras’”, dijo.
Valadez encontró obstáculos similares en el Centro de Capacitación Cinematográfica, donde fue una de solo cuatro mujeres en una clase de 15. Valadez dijo que a algunas estudiantes de las escuelas de cine les hacían preguntas inapropiadas, como si pensaban tener hijos o si podían cargar equipos.
“Las mujeres vamos pasando por más filtros”, dijo. “Los hombres de estas generaciones son educados para creer que tienen el destino en sus manos”.
Durante mucho tiempo, el sexismo ha sido un problema en las escuelas de cine mexicanas, dijo Maricarmen de Lara, cineasta feminista y profesora que fue directora de la escuela de cine en la Universidad Nacional Autónoma de México de 2015 a 2019.
La industria era aún peor cuando Lara era una estudiante joven, época en la que los rodajes eran presididos por hombres. “Eran hombres que minimizaban el trabajo de las mujeres, y lo hacían público”, dijo Lara, quien agregó que unos cuantos eran además violentos. “Había algunos fotógrafos que ni siquiera aceptaban una asistente de fotografía mujer”.
Sin embargo, las mujeres han logrado hacer cine en el país durante décadas, dijo Arantxa Luna, crítica y guionista, quien mencionó a Adela Sequeyro, una productora y directora en la década de los treinta, y María Novaro, quien junto con Lara formó parte del colectivo feminista Cine Mujer en las décadas de los setenta y ochenta.
El legado del movimiento cinematográfico feminista ha sido particularmente sólido en los documentales mexicanos: entre 2010 y 2020, las mujeres dirigieron un tercio de los documentales en el país, en comparación con solo el 16 por ciento de las películas de ficción.
De cualquier manera, ha sido una batalla cuesta arriba.
“Hace quince o veinte años, en México no había tantas cineastas mujeres”, dijo la documentalista Natalia Almada, quien ganó un premio de dirección en Sundance en 2009. “Incluso el solo hecho de estar allá afuera, como una mujer con una cámara que hace películas, era algo significativo”.
Fuera de cámara, las mujeres han tenido un impacto más allá de la dirección. Detrás de algunos de los cineastas mexicanos más destacados de los últimos 20 años también se encuentran productoras como Bertha Navarro, entre cuyos créditos se encuentran varias de las películas más aclamadas de Del Toro, y Mónica Lozano Serrano, quien fue productora asociada de Amores perros, de Alejandro González Iñárritu. Lozano, quien fue presidenta de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, ha defendido en los últimos años la financiación pública del cine en México.
Mientras tanto, el éxito en Hollywood de Iñárritu, Cuarón y Del Toro, apodados “los tres amigos”,también ayudó a la industria mexicana, que ha experimentado un auge en la atención y los fondos destinados a las películas. Almada dijo que ellos “lograron que una especie de mirada internacional percibiera a México como un lugar donde se estaban haciendo obras interesantes”.
El resultado ha sido una avalancha de cine mexicano y un aumento en paralelo en el número de películas hechas por mujeres. En el año 2000, Amores perros fue apenas uno de 28 largometrajes mexicanos; en 2019 se estrenaron más de 200, según cifras oficiales. En 2008, solo cinco películas fueron dirigidas por mujeres, para 2018, ese número había aumentado a 47.
La cinematografía se expandió a medida que evolucionaba la sociedad. En México, un fuerte movimiento feminista ha salido cada vez más a las calles para exigir el fin de la violencia de género. También ha surgido un movimiento #MeToo.
Valadez dijo que el cambio cultural derivado del movimiento #MeToo se hizo evidente en la recepción de su proyecto anterior, Los días más oscuros de nosotras (2017), la historia de una mujer atormentada por la muerte de su hermana, una película dirigida por Astrid Rondero, la socia de producción de Valadez.
“Antes de que el MeToo se viralizara, cuando estábamos todavía editando, incluso hubo comentarios como que ‘la película se siente agresiva hacia los hombres’”, dijo. Tras la irrupción del movimiento, comentó Valadez, “se empezó a entender que era una película que hablaba de eso que el MeToo ponía sobre la mesa: los micromachismos, la violencia, el acoso”.
Los cambios iniciados por #MeToo se han hecho sentir en toda la industria cinematográfica mexicana. En septiembre, el grupo activista #YaEsHora, en colaboración con el Boston Center para América Latina y ocho casas productoras mexicanas, presentaron el primer protocolo integral contra el acoso y el hostigamiento para la producción audiovisual del país, una serie de mecanismos y normas para prevenir y sancionar la violencia sexual y el abuso en la industria.
Mientras tanto, el Centro de Capacitación Cinematográfica, donde estudiaron tanto Valadez como Huezo, anunció que, desde el inicio de 2021, la mitad de los cupos de sus principales cursos estarían reservados para mujeres.
Sin embargo, queda trabajo por hacer, afirman las cineastas. De los más de 100 largometrajes mexicanos producidos en 2020, cuando la industria se vio afectada por la pandemia, el 17 por ciento fueron dirigidos por mujeres, frente al 20 por ciento del año anterior y el 25 por ciento en 2018.
“Todavía falta mucho, todavía no es igual”, dijo Huezo. “Y ojalá que lleguemos ahí porque se va a enriquecer muchísimo el cine”.