Rubí tiene 28 años y ejerce la prostitución en bares nocturnos de Lima desde los 20. Desconfiada, no desea hablar mucho de la situación que está atravesando por la crisis del nuevo coronavirus, pero parece evidente: ahora por WhatsApp vende bizcochos a 20 soles (6 dólares) con entrega a domicilio para poder sobrevivir.
Su historia es apenas una de las miles que existen en Perú de trabajadoras sexuales que han visto interrumpidos sus ingresos por una tragedia inesperada que las golpea de manera cruelmente particular: en tiempos de pandemia y aislamiento, han perdido clientes que temen contagiarse.
«Las chicas están rezando, esperando que esto pase, que vuelva todo a la normalidad, pero no creemos. Si se arregla la situación, va a ser poco a poco. Nuestro trabajo es cuerpo a cuerpo, manos con manos, y no tenemos otro pensamiento salvo el que esto pase», dijo Azucena Rodríguez, presidenta de la Red Nacional de Trabajadoras Sexuales del Perú (Redtrasex).
El 8 de abril, la Redtrasex, con representación en varios países de la región, lanzó un comunicado exhortando a los gobiernos a tomar medidas de auxilio económico para las trabajadoras sexuales ante la crisis; algo que, escuchando a Rodríguez, estuvo más cerca a un ruego cargado de fe que a un pedido de ayuda real.
«Nosotros pensamos que [el comunicado] iba a llamar la atención de los políticos o aunque sea de algunas personas, pero todos están viendo sus propios problemas y nadie está como para ver en qué andan las trabajadoras sexuales que están relegadas (…) Para elegirlos, ¡los políticos vieras cómo nos enamoran!, pero luego se olvidan de nosotras», se quejó.
En Perú, la prostitución es legal y los burdeles deben contar con permisos de autoridades sanitarias y municipales, aunque muchas mujeres la ejercen de manera informal en calles y centros nocturnos.
La presidenta de la Redtrasex relata que mantiene comunicación con algunas «chicas» que trabajan en los prostíbulos del puerto del Callao (centro, colindante a Lima) y de otros ubicados dentro la zona metropolitana de la capital peruana, pidiendo ayuda, pero es poco lo que se puede hacer.
«Por el momento estamos tocando puertas, estamos hablando con el Fondo Mundial, con organizaciones grandes que puedan donar canastas [de víveres], pero eso sería sólo una ayuda momentánea para la chicas porque, en cuanto al trabajo, nada se ha pensado», afirma.
Con las medida de aislamiento social del parte del Gobierno, el primer ministro, Vicente Zeballos, ha indicado que los restaurantes, bares, cines y eventos que agrupen gente serían los últimos en reactivarse. De los burdeles no se ha dicho nada, aunque el pronóstico pesimista es evidente.
«¿Tendremos que trabajar con máscaras? No lo creo, y no sólo es que nosotras podamos contagiar, porque la gente piensa eso, sino que nosotras tenemos miedo de ser contagiadas y muchas, la mayoría de chicas tiene personas a su cargo», apunta Rodríguez.
En Las Cucardas, unos de los prostíbulos más conocidos de Lima, las trabajadoras sexuales ofrecen sus servicios a precios que oscilan entre los 80 a 100 soles (24 a 30 dólares), mientras que una mujer que trabaja de manera independiente e informal, puede cobrar en promedio 350 soles (104 dólares) por cliente.
Debido a la informalidad, no existen cifras de cuántas trabajadoras existen y cuánto puede percibir una mensualmente en promedio; igual, Rodríguez asume que, sea como fuere, el impacto económico sobre este grupo vulnerable es «crítico, muy crítico» y se prevé que vaya a peor.
La presidenta de la Redtrasex confiesa que el ruego por la aparición de una vacuna contra el COVID-19 es la única esperanza dentro de la comunidad de trabajadoras para que todo vuelva a la normalidad, lo que no suma nada de certidumbre para su situación.
Por su parte, Rubí sabe que tendría que vender 17 bizcochos diarios para juntar el dinero que antes podía percibir en una hora con un cliente, tarea asaz difícil pero quizá la única hasta que los cuerpos sean nuevamente territorios seguros, pasado el aire funéreo de la pandemia.
Cortesía de Sergio Llerena Caballero Sputnik
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