“Me costó 20 años recuperarme, aún me falta, pero ya no tengo miedo”, afirma Vicky con voz firme, pese a que hace unos instantes narraba una vida llena de abusos psicológicos y físicos, por parte del padre de sus dos hijos y quien juró amarla y respetarla ante un altar.
Vicky, al igual que siete de cada 10 poblanas de la capital, según el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), sufrió violencia en el lugar donde supuestamente debería estar segura, su hogar. En más de una ocasión, a manos de su familia política, sin intervención alguna de su expareja.
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Hizo falta ayuda profesional y el refugio de sus hijos, testigos directos de las agresiones físicas y emocionales contra su madre, para que la mujer decidiera terminar con una relación que le causó estrés, angustia, lesiones e incluso la idea de terminar con su vida.
Señales tempranas de alerta
“Hasta hoy me doy cuenta de todos los tipos de violencia que él tuvo contra mí”, medita Vicky, tras identificar una constante durante el noviazgo con su expareja: insultos y humillaciones, seguidas de halagos y “palabras bonitas”.
La relación empieza en Oaxaca, tierra natal de Vicky, hace 25 años. Tan solo unos meses después, empiezan los comentarios discriminatorios y racistas del sujeto. Sin embargo, la idea de “formar una familia” impulsa a la mujer a casarse.
Un perfil agresor
“Manipulador” y “controlador” son adjetivos que Vicky utiliza para hablar de su expareja, un militar activo originario de Puebla. Fue apenas hace tres años que la mujer inició el juicio para anular el matrimonio que contrajo, por lo que evitó revelar información que pudiera entorpecer el juicio.
“Usaba palabras como muy estratégicas”, recuerda, luego de que su expareja la presionó para dejar a sus parientes y mudarse a la capital poblana con su familia política, donde comenzó la violencia económica, pues no le daban ingresos y fue obligada a atender una tienda de abarrotes.
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Todo lo anterior, “porque él así lo había decidido”, por lo que no logró continuar con sus estudios o ejercer su profesión, aunado a que esperaba a su primer hijo. Sin autonomía financiera, bajo constantes degradaciones, discriminación y “vigilada” por su suegra y cuñados, Vicky pasó seis años de su vida.
Desconocimiento de la violencia
“Pero él no me pegaba”, dice Vicky, en cambio, recuerda cómo los fines de semana tenía ánimos de salir, convivir con su familia. “Llegaba como si nada y esperaba que todo estuviera bien”, reprocha la mujer, para ella era una dinámica que quedó normalizada.
Los abusos emocionales que ella sufrió eran muy diferentes a los que ella presenció en contra de su madre, quien fue víctima de agresiones físicas por su padre. Desde su juventud hasta la muerte de la figura paterna, las confrontaciones físicas fueron comunes.
“Aun mi mamá siendo mujer trabajadora y que proveía de muchas cosas, mi papá ejercía esa violencia. En mi mente decía, bueno es que él (su expareja) no ejerce esa violencia (física) conmigo, él me dice que me quiere y me ama, y lo que yo le pida para mi hijo se lo compra o se lo da”
«Me querían matar»
Las agresiones de su familia política escalaron hasta que un día una de sus cuñadas la atacó. “Fue un intento de homicidio”, asegura Vicky, tras narrar con santo y seña una pelea, que se convirtió en ataque y casi termina con su vida, por las insistentes agresiones de estas personas.
Su expareja minimizó el altercado, por lo que la mujer decide salir de la casa con su hijo. Aunque inmediatamente comenzaron los chantajes del sujeto para que desistiera, a lo que Vicky cedió.
Fallas en el sistema de justicia
Vicky inició distintas demandas penales en contra de la familia de su exesposo, las cuales no han avanzado por “falta de pruebas”; a la fecha suman cuatro denuncias contra estas personas. La última, por la invasión de su casa y lesiones dolosas.
“Siempre la autoridad quiere que haya pruebas, pero pruebas donde físicamente a la mujer la vean totalmente golpeada, o casi casi muerta para que puedan proceder, porque lo que siempre te piden es que haya testigos físicos, y estas personas supieron hacerla”
En ese entonces, el militar exigió a Vicky retirar los recursos legales, bajo amenaza de acusarla por violencia intrafamiliar en agravio a sus dos hijos.
Consecuencias de malas decisiones
“Yo tomé muchas decisiones”, reflexiona Vicky. Luego de que vio la vida de sus hijos y la suya en sus manos, tras casi ser asesinada por las personas con las que vivía, la mujer regresó con su familia.
La insistencia de su expareja no se hizo esperar, junto con las promesas de cumplir el anhelado sueño de vida de Vicky que la hizo dejar Oaxaca.
“Una de las cosas que hoy en día puedo decir, lo que me detenía con él, era que sí lo amaba. Y yo en mi mente decía que quería tener una familia, para mí una familia era papá, mamá e hijos. Yo vi una violencia que mi papá ejercía sobre mi mamá”
La gota que derramó el vaso
Vicky recuerda a detalle la invasión a lo que fue su primera casa, que construyó con poco o nada de apoyo de la expareja. Uno de sus parientes políticos irrumpió ebrio con la cantaleta de reclamar “lo que era suyo”, la mujer fue lesionada del brazo y duró con secuelas más de tres años.
Para ella, el daño físico fue una de las tantas vejaciones que dejó su relación. Sin embargo, fue un solo comentario lo que causó la indignación suficiente para decidir por su vida, cinco años después del altercado.
“El ortopedista diagnosticó que tenía un tendón roto, y sin que yo le contara la historia él me dijo: ´El jalón fue muy fuerte, ¿Verdad?”, recuerda Vicky, mientras su voz se quiebra. “En ese momento yo quedé en shock”, menciona.
«Marco un final para mí, porque ahí me di cuenta que yo estaba completamente sola, sola sin él, sin apoyo de él, ni de su familia, ya que había sido agredida por todos ellos. Yo dije hasta aquí, vamos a separarnos, vamos a estar cada quien por su lado; no me hace bien estar contigo, me frustra mucho”
Refugio en sus hijos
La mujer reconoce que costó años y mucho trabajo reconocer la violencia, además de salir de esta situación, aunque recalca que gran parte de su valentía es por sus hijos.
Ante los embates económicos de su expareja, Vicky tuvo que “jinetear” el dinero en más de una ocasión, para llevar comida a los pequeños, por lo que, cuenta, son la principal razón para seguir adelante, aunque señala que los menores no debieron vivir en persona su relación tóxica.
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Confiesa que en distintas partes de su vida tuvo problemas de autoestima, lo cual buscó atender con terapia. A la fecha, resalta que gracias a esta atención psicológica logró identificar los problemas de su relación, pues su expareja nunca aceptó acudir y, en cambio, la tachó de “loca”.
«Estaba yo por los suelos, mi autoestima; me costó 20 años recuperarme, pero aún así me falta por que sigo sintiendo… no siento miedo, no siento coraje, no siento rabia. Siento ese sentimiento porque, de alguna manera mis hijos padecieron este tipo de violencia y ellos mejor que nadie conocen la situación”
Difícil reconocer violencia
Vicky resalta que cuando vives en una relación dañina cuesta trabajo reconocer las actitudes violentas, sin embargo, reflexiona en las veces que su vida de pareja la hizo sentir vulnerable, por lo que concluye “El amor no es violencia, es lo que tenemos que entender las mujeres”.
“A veces confundimos el amor, confundimos el querer o estar en la familia o formar una familia, pero no nos damos cuenta de que ya hay indicios de violencia en la pareja, les recomendaría darse cuenta cuánto vale uno como mujer, qué es lo que yo merezco”
Ilustración: Iván Castillo