El hallazgo arqueológico que se encontró dentro de una vieja estatua budista

Parecía una simple estatua budista, pero acabó siendo uno de los mayores descubrimientos arqueológicos de nuestros días después de que hallaran en su interior los restos de un monje momificado.

Se especula que la pieza pudo ser robada en 1955 a una pequeña comunidad budista en Yangchum (China) y fue comprada en 1997 por un holandés que la traslado a la Universidad de Utrecht (Holanda) para que fuera datada y revisada.

Fue entonces cuando se confirmó que era el hogar de los restos de un monje budista del siglo XI-XII, los que podrían pertenecer a un importante  miembro de la Escuela China de Meditación, el maestro Liu Quan.

Los datos hallados en la estructura confirmarían que el armazón y las pinturas doradas de la  fueron creadas 300 años después del fallecimiento del monje.

El pasado año, el Centro Médico Meander en Amersfoort (Amsterdam) realizó una completa tomografía de la estatua, comprobando que el monje estaba en la reconocida postura budista del loto y que sus órganos habían sido sustituidos por escritos en chino.

El estado del cuerpo reveló además que muy probablemente el sujeto habría sido auto-momificado, costumbre típica entre los monjes budista de Shugendo, que consistía en ir provocándose la muerte lentamente con el fin de que sus cadáveres de conservarn momificados.

El procedimiento

En la primera fase, el monje debía seguir una estricta dieta a base de frutos secos, nuez moscada y harina de trigo durante 1000 días para desprenderse de la grasa corporal, acompañado de un intenso ejercicio físico para quedarse prácticamente en hueso y fibra.

En los siguientes mil días, la dieta se volvía aún más austera, comiendo solo ciertas raíces y corteza de pico combinado con un te venenoso a partir del árbol Urushi, que tiene la propiedad de envenenar paulatinamente el cuerpo para evitar que sea comido por los gusanos tras la muerte.

En sus últimos 1000 días, el monje era enterrado en vida a unos metros bajo el suelo, en posición de loto. Junto con él, cierta cantidad de raíces y corteza para que siguiera alimentándose y un agujero que le permitía respirar a través de la introducción de una caña de bambú.

A partir de ese momento, el monje hacía sonar todos los días una campana para comunicar que seguía vivo. El día que dejaba de sonar, la tumba se sellaba durante mil días. Pasado ese período se comprobaba si había funcionado el proceso y, en caso afirmativo, el monje era colocado en el templo y venerado.