Esta maravillosa gema, conocida antiguamente como «Diamante Azul», fue hallada en el río Kistnsi, al suroeste de la India. Cuenta la leyenda que la primera de sus maldiciones la sufrió un sacerdote hindú que la sustrajo del templo de la diosa Sita y fue torturado hasta la muerte. En pleno siglo XVII, el diamante aparece en Europa en poder de un mercader y contrabandista francés, Jean-Baptiste Tavernier, quién, con su venta – se dice, al rey francés Luís XIV por una considerable suma de francos – obtuvo el dinero suficiente para adquirir una gran mansión y un importante título nobiliario. Al poco tiempo, por culpa de las cuantiosas deudas de juego que contrajo su propio hijo, Jean-Baptiste, tuvo que malvenderlo todo y, totalmente arruinado viajó a la India con el propósito de rehacer su fortuna. Murió al ser atacado por una jauría de perros salvajes.
Al parecer, Luís XIV guardó el diamante en un joyero. Dos años después de la trágica muerte de Tavernier (1691), al efectuarse un inventario de los bienes de la corte francesa, el diamante volvió a aparecer y el soberano se lo regaló a Madame de Montespan, una de sus muchas amantes quién, poco tiempo después, caería en desgracia y moriría en la más absoluta de las miserias. En 1715, en el transcurso de una recepción oficial, Luís XIV enseñó el funesto diamante al enviado del Sha de Persia. Este mismo año el monarca francés falleció de forma totalmente inesperada. En 1774, el diamante pasó a manos de María Antonieta, esposa del rey Luís XVI de Francia. En 1789 estalla la Revolución Francesa y Luís XVI y María Antonieta son ahorcados. Durante el conflicto el diamante desaparece.
Años después, un joyero francés, Jacques Celot, vivió tan obsesionado con la belleza de la joya, que perdió la razón y acabó suicidándose. A continuación la joya fue adquirida por el príncipe ruso Iván Kanitoisski. Éste, después de regalársela a una de sus amantes parisinas, la mató de un disparo y, él mismo fue asesinado poco tiempo después. Hay quién dice que la misma Catalina la Grande de Rusia llevaba puesta la joya en el momento de morir de apoplejía.
La joya viajó por media Europa dejando a su paso todo un cúmulo de desgracias hasta que un banquero irlandés inmensamente rico, Henry Thomas Hope, lo adquirió y lo registró con su nombre actual: Diamante Hope. Años después , su propio nieto murió totalmente arruinado. En 1908, el sultán turco Abdul Hamit adquirió el diamante y, después de regalárselo a su esposa Subaya, la mató de una puñalada. Al año siguiente el sultán perdió el trono.
El último propietario del diamante maldito fue el magnate norteamericano Ned Mclean que lo adquirió en 1918. Ned, murió en un hospital psiquiátrico completamente arruinado; no sin antes perder a dos de sus hijos en extrañas circunstancias. Primero su hijo, de apenas ocho años de edad, que murió atropellado y, a continuación, su hija que falleció a causa de una sobredosis de somníferos. Después de las trágicas muertes de su esposo y de sus hijos, la señora Mclean, depositó la maléfica joya en una cámara de seguridad; permaneciendo a buen recaudo durante veinte años. Pasadas dos décadas, el diamante fue heredado por una de sus nietas, Evelyn Walsh Mclean. Esta, apareció muerta en extrañas circunstancias, a la edad de veinticinco años, en su apartamento de la ciudad de Texas.
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