Aniversario del 18 de julio de 1936. El análisis de las primeras víctimas del golpe demuestra una voluntad exterminadora. En España sigue habiendo unos 150.000 desaparecidos desde la Guerra Civil, y hasta ahora se han encontrado alrededor de 1.850 fosas comunes en todo el territorio ibérico. A pesar de la impunidad institucionalizada, los familiares de las víctimas del franquismo continúan buscando verdad y justicia.
En la madrugada del 18 de julio de 1936, semidesnudo y herido, fue fusilado en Melilla el capitán republicano Virgilio Leret. En la mañana de otro sábado, 27 de septiembre de 1975, un piquete de la Policía Armada acabó en un paredón de Hoyo de Manzanares (Madrid) con la vida del militante del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota) José Luis Sánchez-Bravo, junto a dos compañeros. De un sábado a otro, pasaron 39 años y 71 días sangrientos. Entre medias, pasaron otros sábados, como el 28 de marzo de 1942, que vio morir al poeta Miguel Hernández en la cárcel de Alicante, o el sábado 2 de marzo de 1974, cuando murió en Barcelona a garrote vil el militante anarquista Salvador Puig Antich.
Ninguna de esas muertes habría sido contada en los periódicos de los domingos si un día como hoy hace 74 años no se hubiese producido la sublevación militar que cambió el rumbo de España y que sólo en el verano de 1936 exterminó a más de 40.000 personas, según los cálculos del historiador Julián Casanova, que califica aquellos primeros días como de «terror caliente».
«La represión comenzó desde el primer momento. Esta es la diferencia con los anteriores golpes de Estado. Eso se ve bien en la documentación y, sobre todo, en la cronología de los asesinatos. En Zaragoza, hubo 78 asesinados en los últimos diez días de julio y 732 en agosto. En total, los sublevados acabaron con 2.578 personas en 1936 en una ciudad que entonces tenía 175.000 habitantes», explica el autor de El pasado oculto (Mira).
La sed de sangre que tenían los golpistas la recuerda bien Carlota Leret, hija del primer fusilado republicano, Virgilio Leret. «Estábamos en una barquita en el embarcadero de la base de los hidros de Atalayón (Melilla), cuando llegaron unos soldados jadeantes que avisaron a mi padre. Volvió corriendo a la base, tomó su arma reglamentaria y se puso la gorra. Estuvo al frente de la primera batalla de la Guerra Civil», relata desde Caracas (Venezuela). Eran las seis de la tarde del 17 de julio cuando el capitán salió corriendo. En ese momento, mientras disfrutaba en familia, con su madre Carlota y su hermana Mariela, de una tarde soleada, ignoraba que las sirenas y disparos que sonaron esos días en Melilla representaban el ruido de la Guerra Civil.
Carlota desconoció durante décadas cuándo y cómo exactamente había muerto su padre. «Nos dijeron que había sido fusilado el 22 de julio después de llevar unos días preso, pero en 2003 descubrí la declaración de un militar que, tras participar en la batalla, consiguió escapar a la zona republicana. La declaración estaba en un informe secreto político militar de la zona».
Se trataba del testimonio del teniente Gómez de Fabián, que aseguró que el capitán había defendido la base de los insurgentes con heroísmo hasta que se les acabó la munición. Leret fue detenido y fusilado, «semidesnudo y con un brazo roto», al amanecer del 18 de julio.
«Fue el primer muerto de la guera», destaca orgullosa su hija. Virgilio Leret fue una víctima escogida por los golpistas que desde un principio trataron de eliminar físicamente al enemigo. «Era un republicano fiel y lo había demostrado siempre», defiende Carlota. El capitán desobedeció el golpe del general Sanjurjo de 1932, por lo que fue expedientado por su superior, el general Romerales, que también acabó fusilado por los golpistas.
Los franquistas lo eliminaron físicamente y trataron de borrarlo de la historia. Además de ser un condecorado militar, el aviador Virgilio Leret fue un brillante ingeniero que patentó el motor de reacción. La revista Aeroplano del Ministerio de Defensa recuperó su aportación a la aeronáutica española en 1999. «Ese fue el primer reconocimiento que recibió del ejército y ocultan que murió fusilado. Si uno atiende a la historia que cuentan, parece que la brillante carrera de mi padre se truncó por una casualidad o una simple pulmonía», lamenta Carlota Leret.
El aviador fue uno de los más significados militares leales a la democracia que fueron fusilados tras el golpe, pero hubo muchos otros como el contralmirante Antonio Arazola, en Ferrol, el 4 de agosto de 1936, o los generales Enrique Salacedo y Rogelio Caridad, en A Coruña, el 9 de noviembre, como detalla Casanova en el estudio Víctimas de la Guerra Civil (Temas de hoy), coordinado en 1999 por Santos Juliá.
La tesis de que la represión «caliente» obedecía a un exterminio se reprodujo allí donde los sublevados fueron triunfando. Es el caso de Sevilla, donde el historiador José María García Márquez asegura que fueron pasadas por las armas 11.000 personas durante la Guerra Civil. De ellas, tan sólo 600 tuvieron un consejo de guerra a partir de marzo de 1937, cuando los sublevados tratan de regular la represión.
«En Sevilla, se produjo un pequeño matiz diferenciador. Cuando los militares supieron que el golpe no había triunfado en Madrid, Barcelona y Valencia, dieron un giro violento. Es cuando el general Gonzalo Queipo de Llano lanza sus famosos bandos de guerra», explica García Márquez.
El 18 de julio de 1936 se saldó en Sevilla con apenas 200 muertos. Muchos de ellos, guardias de asalto que ofrecieron una leve resistencia al golpe militar. «Tomaron el centro primero y después fueron ocupando los barrios de Triana, Macarena y demás», donde los regulares africanos, «acostumbrados a las prácticas salvajes rifeñas», cometen las atrocidades, añade el coautor de La gran represión. Los años de plomo del franquismo (Flor de Viento).
Tal y como describe García Márquez, los legionarios sacaban de sus casas a todos los que eran «sospechosos» de ser contrarios al golpe y los mataban en plena calle, como se percibe en la brutal fotografía de EFE (Dos mujeres lloran ante los cadáveres de sus familiares muertos en barrio de Triana el 21 de julio de 1936. Según los historiadores, la represión desatada por los militares sublevados en Sevilla tuvo las connotaciones violentas que los soldados regulares marroquíes estaban acostumbrados a practicar en el Rif).
«CASTIGOS EJEMPLARES»
La falta de clemencia iba en el ADN del régimen de Franco. La famosa Instrucción Reservada nº 1, que el general Emilio Mola envió a los militares a finales de abril de 1936, es la hoja de ruta del régimen que salió de la Guerra Civil: «La acción ha de ser extremo violenta (…). Desde luego, serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al régimen, aplicándose castigos ejemplares». Y así fue hasta dos meses antes de que muriera Franco.
«Un silencio impresionante rodeaba el polígono de tiro de Matalagraja, en Hoyo de Manzanares, cuando llegó allí el convoy de los condenados aproximadamente a las nueve menos cuarto de la mañana. Hacía bastante frío. Catorce Land-Rover de la Policía Armada, tres furgones y varios autobuses de la Guardia Civil franquearon la entrada. En cada uno de los furgones, viajaba uno de los sentenciados a la máxima pena. Ramón García Sanz, José Luis Sánchez-Bravo y José Humberto Baena (…). Los tres eligieron la ejecución de frente y sin venda en los ojos». La lectura de la crónica de La Vanguardia de los últimos fusilados por Franco el 27 de septiembre de 1975 provoca pánico.
ABC detallaba que la mujer de Sánchez-Bravo, el último miembro de FRAP fusilado a las 10.15 horas, fue devuelta a «la prisión de Yeserías». Silvia Carretero, 35 años después, reclama al Estado que anule la condena para «devolver el honor de todos los luchadores demócratas».
Por Diego Barcala Madrid
Fuente: www.publico.es
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Fotografía cabecera: Homenaje a víctimas del franquismo en el cementerio de Oviedo/Reuters
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