Agustín Edwards, “El Gobierno de EE.UU. quiere una solución militar”

En su libro “A Legacy of Ashes: The History of the CIA” (“Legado de Cenizas: Historia de la CIA”), cuyo texto resumimos,  el periodista Tim Weiner señala lo siguiente: En 1970, pocos países de América Latina respetaban los ideales de la democracia y el estado de derecho


Autor: Director

En su libro “A Legacy of Ashes: The History of the CIA” (“Legado de Cenizas: Historia de la CIA”), cuyo texto resumimos,  el periodista Tim Weiner señala lo siguiente:

En 1970, pocos países de América Latina respetaban los ideales de la democracia y el estado de derecho. Uno de ellos era Chile.

Salvador Allende  iba a ganar las elecciones de 1970. El moderado Radomiro Tomic, respaldado por la Democracia Cristiana, antigua favorita de la CIA, parecía una opción muy poco propicia. El derechista Jorge Alessandri tenía una postura decididamente proestadounidense, pero Edward Korry, embajador de Estados Unidos, lo detestaba.

Antes la CIA ya había derrotado a Allende. El presidente (John) Kennedy había aprobado inicialmente un programa de guerra política más de dos años antes de las elecciones de 1964, destinando alrededor de tres millones de dólares (de esa época) a la campaña del proestadounidense Eduardo Frei, que recibió literalmente maletas llenas de dinero. La CIA financió también iniciativas clandestinas contra Allende impulsadas por la iglesia católica y por algunos sindicatos.

Tras el gobierno de Frei, la cuestión era otra vez cómo detener a Allende. El jefe de la oficina de la CIA en Santiago, Henry Hecksher, aconsejó a la Casa Blanca apoyar a Alessandri.

Kissinger estaba preocupado. En una frase famosa, dijo que Chile (como es un país largo y delgado) era una daga apuntada al corazón de los Estados Unidos. Su opinión era la siguiente: “No veo razón para que dejemos que un país se haga marxista por la irresponsabilidad de sus habitantes”.

En la primavera y el verano (boreales) de 1970 la CIA se puso a trabajar. En Europa, el Vaticano y dirigentes democratacristianos de alto nivel  montaron bajo sus órdenes una campaña para frenar a Allende. Su objetivo era aterrorizar a los votantes y  demostrar que la victoria de Allende significaba la destrucción de la democracia chilena.

Korry consideraba que el trabajo de la CIA era espantosamente poco profesional: “ En ningún lugar del mundo había visto propaganda tan estúpida (…).  Hubiera que haber despedido enseguida a los imbéciles de la CIA que ayudaron a montar la “campaña del terror”, por no comprender a Chile ni a los chilenos…”.

La CIA tenía mucha experiencia en arreglar elecciones antes del voto, pero nunca había arreglado una después de celebrada. Kissinger ordenó a Richard Helms (entonces director de la CIA)  que sopesara las posibilidades de un golpe.

A su vez, Helms ordenó a Hecksher que utilizara sus contactos directos con militares chilenos que pudieran “ocuparse de Allende”. Hecksher no tenía esos contactos.

Pero conocía a Agustín Edwards., entonces dueño de la mayor parte de las minas de cobre, de “El Mercurio”, principal diario de Chile, y de la embotelladora de Pepsi-Cola. Una semana después de las elecciones, Edwards voló a Estados Unidos para reunirse con su amigo Donald Kendall, gerente superior de la Pepsi y uno de los principales financistas de Nixon.

El 14 de septiembre Edwards y Kendall tomaron café con Kissinger. Luego, dice Helms, “Kendall fue a ver a Nixon y le pidió ayuda para impedir que asumiera Allende”.

Helms se reunió con Edwards al mediodía en el Hilton de Washington. Hablaron sobre la posible fecha de un golpe militar contra Allende. Esa tarde, Kissinger aprobó destinar otros 250 mil dólares (de esa época) para la guerra política en Chile.  En total, la CIA entregó mil 950 millones de dólares (de esa época) directamente a Edwards, a “El Mercurio” y a su campaña contra Allende.

Weiner señala que “el Presidente (Nixon) pidió a la Agencia que impidiera que Allende asumiera o que lo derrocara”. La “Agencia” dividió la tarea en dos fases. La primera consistía en guerra política,  presión económica, propaganda y hostilidad diplomática. En caso de que fracasara, Korry debía convencer a Frei de que montara un “golpe constitucional”. A modo de último recurso, dijo el embajador Korry a Kissinger, los Estados Unidos “condenarían a Chile y a los chilenos a las peores privaciones y a la pobreza”.

La segunda fase era un golpe militar.


Marcelo Volpone

El Ciudadano


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