Un estruendo de madrugada en la calle, una persona incendiándose y dando señales de vida. Todos asumen que se trata de otra bomba puesta en la capital. Nadie se acerca, se discute que quizás la misma persona la colocó. Alguien dice «pero si es un ser humano», alguien va por un balde de agua, alguien graba en su teléfono.
Al rato llega carabineros que usan un extintor como si fuera gas lacrimógeno. Prohíben acercarse a las personas, ni siquiera para prestar ayuda. Ya nadie piensa en el balde con agua.
Llega una ambulancia y llevan al herido a la Posta Central. Pasan las horas y el director confirma que murió. “La herida por sí sola era de extrema gravedad, se evaluó cuando llegó, pero no había nada que hacer»- dice al entregar el parte médico.
Eran las 3 y 40 de la noche.
A las 9 y 40 ingresa el cuerpo como N.N. al Servicio Médico Legal.
Durante el día no se sabe si la persona era quien colocaba la bomba o un simple transeúnte. En las redes sociales se discute arduamente. Palabras como ‘terrorista’ vuelven a adquirir la opaca densidad simbólica de décadas atrás.
Alguien opina en youtube: «Que hermoso, lo mejor es cuando se mueve de dolor :D» (Luis Raúl Briceño).
Leo M comenta en una noticia de La Tercera: “SOLO DIGO BRAVOOOOO!!!!!!!!!!!! ESTOS TIPO DEBERIAN TERMINAR TODOS IGUALES SEAN DE DONDE SEAN ……»»NO QUEREMOS TERRORISMO EN CHILE»».
Al correr las horas se identifica a la persona. Tenía 29 años, se llamaba Sergio. No tenía amigos, dice la familia, rápidamente buscada por la prensa, y que se apresura en responder que “nuestro familiar jamás ha tenido relación alguna con un grupo terrorista”.
Al explicar por qué vivía en la calle la responsable es la grilla explicativa ‘la droga’: “lamentablemente cayó en el flagelo de la droga a sus 15 años y hasta la fecha fue un dependiente de la pasta base. Su familia siempre le brindó la ayuda, pero lamentablemente fue más fuerte su adicción”- responde su hermano.
La noche cae en Chile y las dudas sobre Sergio se disipan. Todo parece indicar que simplemente iba pasando cuando ocurrió la explosión.
El filósofo Giorgio Agamben llamó ‘tanatopolítica’ ó política de la muerte a la concepción de que a través de la muerte de algunos se consigue preservar la vida de una población. Para un colectivo social que busca optimizar la vida se hace necesario eliminar lo que la amenaza.
Si en un principio su fundamento biológico tuvo su momento culmine en los campos de concentración del nazismo alemán, que justificaba su teoría racial en la noción de combatir al ‘degenerado’, hoy los medios de comunicación hegemónicos chilenos han generado un estado de excepción similar en una población aterrorizada.
La muerte como productora de comportamientos y hábitos para el colectivo. Una verdadera pedagogía social. Un vecino del Barrio Yungay entrevistado por la TV dijo que no se acercaron “porque tenía cara de terrorista”.
Mauricio Becerra Rebolledo
@kalidoscop
El Ciudadano