La comunidad indígena purepecha de Cherán, México, se atrinchera para evitar que talamontes y comandos armados entren en su municipio. En los últimos tres años han arrasado el 80% de sus bosques y ahora llegaron empresarios de paltas para extender este cultivo en la región. Han asesinado a 12 comuneros y desaparecido a otros seis que intentaban evitar la tala.
¿Se imaginan un pueblo de 20.000 habitantes cercado por barricadas y con una hoguera prácticamente en cada esquina? Podría ser una estampa de las guerras africanas de las décadas pasadas o tal vez del México que hizo la revolución a principios del siglo XX.
Pero así es como se encuentra desde hace casi cuatro meses Cherán, un municipio de cerca de veinte mil habitantes en el centro-occidental estado de Michoacán, a 411 km de la capital mexicana. Hartos de la pasividad de los gobiernos locales, municipales y federales, el 15 de abril, sus pobladores, indígenas purépechas decidieron autoorganizarse y establecer barricadas con sacos de arena, troncos y piedras en cada entrada del pueblo y 179 fogatas, casi en cada esquina, para protegerse de los criminales que asaltaban a la comunidad. Todo empezó hace dos años y medio, cuando empezaron a llegar los talamontes a sus bosques para robarles la madera. Desde el 2008 hasta ahora han devastado 20 mil de las 28 mil hectáreas de bosque comunal, el 80% de su territorio.
Las elecciones municipales de 2007 sembraron un conflicto interno en la comunidad y encumbraron a un alcalde sin legitimidad, electo por menos de dos mil votos. Los talamontes aprovecharon estas divisiones para entrar a sus bosques comunales y empezar a sacar toneladas de madera. Diez, veinte camiones por día. Cuando el crimen organizado, muy presente en todo el estado de Michoacán, se dio cuenta de lo fructífero que era el negocio ilícito de robar madera, quisieron su rebanada de pastel. Rápidamente se establecieron en los accesos a los bosques y con la fuerza de sus armas empezaron a extorsionar a los talamontes, les pedían 1.000 pesos (unos 60 euros) por cada camión de madera que sacaran, y a cambio acallarían a cualquier comunero que se les enfrentase.
“Como nosotros estábamos peleados nos olvidamos de los que estaban arrasando nuestros bosques y cuando reaccionamos ya tenían protección de los delincuentes”, confiesa ahora el Padre Antonio Mora, párroco del municipio. Cuando los purépechas empezaron a enfrentarse con ellos lo pagaron caro. Tirso Madrigal fue la primera víctima. Era dirigente del Comisariado Comunal, la asamblea que rige el uso de las tierras en las comunidades de propiedad colectiva. Contrataron unas máquinas para hacer zanjas en los caminos que impidiesen el paso de los camiones. Subieron el primer día con ellas y al día siguiente, el 11 de febrero de 2009, cuando regresaron a continuar el trabajo las palas estaban destrozadas. Tirso se adentró solo al bosque a buscar quiénes eran los responsables. Algunos comuneros aseguran haber visto siete hombres armados en el cerro ese día. Tirso nunca regresó, ni tampoco apareció su cuerpo. En la entrada del pueblo hay una comisaría de policía estatal, pero los vecinos aseguran que no hacen nada y que les han visto hablando tranquilamente con los talamontes. Además los hampones siguen campando a sus anchas por sus montañas. “Parece que el gobierno está involucrado con el crimen, sino, ¿por qué no nos ayudan?” se pregunta la esposa de Tirso, que prefiere ocultar su nombre.
Desde entonces los habitantes han sido amenazados, han desaparecido a otros cinco comuneros y han asesinado a 12, cuando suben a la montaña a trabajar o en sus propias casas. Pese a que hay responsables con nombres y apellidos señalados por testigos, ninguno de los casos ha sido investigado por la Justicia. Han incendiado hectáreas de bosque y cuando los comuneros suben a apagar el fuego, les tirotean. Los campesinos que tienen sus tierras de cultivo más cercanas al bosque no han sembrado este año y han tenido que prescindir de todo lo que de él sacaban: resina, madera, hierbas para infusiones, alimento… Hasta que llegaron a cortar los árboles que rodean el manantial. Cuando los comuneros vieron que iban a acabar con los árboles que abastecen de agua a su municipio, estallaron.
El 15 de abril un grupo de vecinos salió a las 6 de la mañana a cerrar el paso a los talamontes. Con palos y piedras detuvieron tres camionetas cargadas con madera y retuvieron a cinco de ellos. A las cuatro horas llegaron los criminales armados. Los vecinos lograron espantarlos con cohetes pirotécnicos pero en el enfrentamiento los delincuentes incendiaron el bosque y un comunero recibió un balazo en la cabeza, que aún sigue en estado crítico. Los peculiares madereros permanecieron cinco días retenidos hasta que llegó la Comisión Nacional de Derechos Humanos con la policía y les aconsejaron que los soltasen. La policía se los llevó e inmediatamente los liberó pese a que robar madera es un delito.
“Hay una organización entre los talamontes, los criminales y las autoridades para despojarnos de nuestras tierras”, explica Salvador Campamur, portavoz de los comuneros de Cherán. Así las cosas, los comuneros decidieron organizarse. Establecieron barricadas en las dos entradas del pueblo y 179 fogatas en los cuatro barrios que componen el municipio.
En grupos de cuatro familias hacen turnos para mantenerse en guardia en cada una de ellas, noche y día. Cinco señoras hacen la cena cada día en cada una de las barricadas y todo el pueblo cena allí. Así, más allá de protegerse, se empezó a recuperar la actividad comunitaria. Los niños dejaron de ir a la escuela porque los criminales amenazaron de cargar contra ellas, así que los maestros y maestras del pueblo han trasladado sus talleres a las fogatas donde siguen estudiando los niños de primaria y secundaria. En cada uno de los cuatro barrios se designaron 40 hombres mayores de 15 años, que asumen las tareas de vigilancia en lo que ellos llaman ronda comunitaria. No traen armas pero tiene un sistema de aviso por pirotecnia. Si hay una situación de peligro o un enfrentamiento llaman a todo el pueblo a concentrarse en la plaza, al truene de tres cohetes.
Aunque sin casi ser conscientes han establecido un ejemplo de autoorganización, la resistencia no es fácil. “Tenemos rabia e indignación. Quisimos defender nuestro bosque pero no pensamos en las consecuencias, no visualizamos contra quién nos estábamos enfrentando. No es que nos arrepintamos, pero estamos cansados: las desveladas, el trabajo colectivo, los alimentos escasean. Comer puro frijol, lentejas, eso sí cansa. Los niños ya se están enfermando, aunque les damos talleres, se están atrasando. Son muchos problemas”, explica una maestra del Barrio Tercero. Un niño de nueve años a su lado, dice que ya quiere volver a la escuela. Aún así, todos están determinados a seguir defendiendo su bosque. “Esto no es una demanda política o económica, va más allá, de nuestros bosques, de nuestra madre naturaleza, depende nuestra vida y seguir viviendo en nuestro territorio y lo vamos a seguir defendiendo hasta que vuelva a la normalidad”, resume Salvador Campamur.
Para mantenerse, reciben la solidaridad de organizaciones sociales y religiosas que les proporcionan alimentos, como los que cocina Marcelina en una de las hogueras del barrio primero. “Cherán era una comunidad tranquila y transitada pero ya no hay seguridad, necesitamos una solución inmediata. Llevamos más de tres meses en la calle, se vela toda la noche, pendientes de que el enemigo pueda entrar en cualquier momento. El gobierno tiene que responder”, exige Marcelina mientras calienta las tortillas de maíz que van a alimentar a la vecindad. “Pedimos que venga la Policía federal o el Ejército. Pero el gobierno se hace el sordo y ciego porque no somos importantes para ellos”, agrega la maestra.
¿PERO, POR QUÉ NO HACEN NADA?
Michoacán es la cuna del aguacate en México. El oro verde, como se llama este fruto en la región, es un fructífero negocio en la zona. Y curiosamente, una vez arrasados sus montes, a Cherán han llegado grupos de aguacateros que quieren rentarles sus tierras para plantar árboles de aguacate. Pero la comunidad se niega. En su cosmovisión indígena, la tierra es parte de ellos mismos. “Detrás de todo esto está el negocio de los aguacates. Han insistido en rentarnos las tierras ya destruidas para plantar aguacates pero no nos dejamos porque es un cultivo para ricos, necesita mucho agua y muchos insumos, además no es natural para nuestra tierra”, señala Campamur. En contraste, del bosque “depende el oxígeno, el agua, los niños, los animalitos, muchos recursos que se están acabando”, cuenta Marcelina.
Pero a estas alturas, no solo se trata de defender sus recursos naturales, sino de hacer justicia. Desde que implantaron las barricadas han asesinado a dos comuneros y desaparecidos otros tres. “Ya no son solo los árboles, ¿qué pasa con nuestros muertitos, con los desaparecidos?”, inquiere a las autoridades el Padre Mora.
Como Mary, que aún cuando las lágrimas la ahogan, exige “que tengan corazón y que nos los regresen”. Su esposo, Rafael García, era el Comisario de Bienes Comunales, es decir la máxima autoridad en la comunidad. En febrero de este año, fue con otro compañero al campo a hacer unos trabajos comunitarios y al bajar al pueblo los golpearon y se los llevaron en plena calle.
Mary no puso la denuncia por miedo que viniesen por ella o por alguno de sus tres hijos. Y es que según los vecinos, el propio alcalde está con los talamontes. “Es nuestro enemigo”, apunta Marcelina. El Padre Mora, asegura que cuando lo increparon para que hiciese algo y llevase el caso ante instancias superiores, alegó que no era cosa suya. Tampoco se hace responsable el gobierno estatal, con el que se entrevistaron sin conseguir nada.
Mientras no tengan respuestas seguirán en pie de lucha, y aseguran que no celebrarán las elecciones municipales que tocan este noviembre. Desde su pequeño municipio, los indígenas purépechas de Cherán están dando una lección a México y al mundo, y ya se levantan como un ejemplo de resistencia y de dignidad.
Por Majo Siscar
Fotografías: Hans Musielik