Este México se ha convertido en un cerco infernal para todos los que se atreven a cruzarlo, en búsqueda de una oportunidad, de una vida mejor o, sencillamente, de una vida. La violencia en países como Honduras, Nicaragua o El Salvador, de hecho, ha alcanzado un nivel tal, de magnitud insospechada, que los jóvenes ya no dejan su hogar para perseguir un sueño sino para huir de una pesadilla. Las madres centroamericanas en búsqueda de sus hijos desaparecidos son el testigo viviente de esta desgracia.
El día 20 de noviembre, fecha histórica en que se conmemora el inicio de la Revolución mexicana, además de la jornada nacional e internacional de movilización por los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa que fueron secuestrados por la policía municipal de Iguala, Guerrero el pasado 26 de septiembre; ha sido también el día de la llegada a México de esta décima caravana centroamericana y, con ella, de un «puente de esperanza», no sólo para las familias de los desaparecidos sino para todo México, este país que se ha vuelto al mismo tiempo víctima y victimario, sobre todo, de sí mismo.
El camino que separa Tenosique y El Ceibo y que recorrimos con el equipo del Movimiento Migrante Mesoamericano para alcanzar la frontera y recibir a las madres, es el mismo que los migrantes hacen al revés, caminando. Más de 60 kilómetros de bosque tropical, con las únicas referencias de las veredas, dejadas por quien pasó antes de ellos, los separan de su destino: la vieja estación de Tenosique, dos vías de donde sale “La Bestia” y donde nada queda de la vida que animaba este lugar cuando las personas que el tren transportaba no eran consideradas ellas mismas una mercancía.
Los que bajan del camión en territorio todavía guatemalteco, son un grupo de cuarenta personas entre hombres y mujeres, procedentes de Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala. Tienen las fotos de sus familiares pegadas al pecho, las mantas en sus manos y el corazón lleno de fuerza. Después del registro a la frontera, la caravana recién formada se dirige a “La 72”, el albergue para migrantes fundado por Fray Tomás en 2011, cuyo nombre honra la memoria de los 72 migrantes masacrados por los Zetas en San Fernando, Tamaulipas. Esta es otra herida abierta en la carne de México, una tragedia nunca investigada a fondo, por la cual nadie pagó y que sigue suscitando indignación y coraje. Las madres ya saben todo, son perfectamente conscientes de la suerte que puede haber tocado a sus hijos, pero continúan su búsqueda porque«nada puede parar el corazón de una madre, si nos dicen que nuestros hijos están en el infierno, allá los vamos a buscar».
Así, después de la breve parada al albergue, las madres y padres de los desaparecidos empiezan su peregrinación en territorio mexicano, la primera etapa es el centro de Tenosique, donde se realiza el primer evento público de esta edición de la caravana. El objetivo es conseguir informaciones acerca de sus seres queridos, que en algún momento pasaron por estos territorios, pero también, sensibilizar las conciencias de una sociedad que, a pesar de la ritual retórica caritativa, sigue mirando a los migrantes a través de una lupa de desconfianza y racismo. Estos actos se realizarán a lo largo de toda la caravana, acompañados por otras actividades, como la búsqueda de información alrededor de las vías de “La Bestia”. Hasta la fecha, estos recorridos se han realizado en las localidades de Chontalpa, Tabasco y Coatzacoalcos, Veracruz.
Cabe destacar que, en este último lugar, la presencia de la caravana ha cumplido también con la función de protección a los migrantes que pasan por ahí: la cercanía de las madres y sus acompañantes ha brindado la seguridad suficiente para acompañar a unos jóvenes que días atrás esperaban subir el tren, permitiéndonos por un lado de cuidar que los encargados del Plan Frontera Sur no les impidiera el paso y, por el otro, que los pandilleros no los extorsionaran. Sin el cobijo de la caravana, difícilmente hubiéramos podido acercarnos tanto, sin correr un riesgo demasiado alto para nuestra seguridad.
El primer encuentro de esta décima caravana
La ciudad de Coatzacoalcos, Veracruz fue también testigo del primer –emocionante– encuentro ocurrido durante esta décima caravana: en el medio de la vida nocturna del zócalo, rodeados de prensa, vendedores de elotes y de parejas bailando danzón, la señora Leonila y su hermano Oswaldo han podido abrazarse después de diecisiete años.
Los dos originarios de Cerro Blanco, municipio del Rosario, en la región de Comayagua, Honduras, los hermanos se habían separado cuando Oswaldo decidió buscar una oportunidad de vida mejor en los Estados Unidos. Luego, las travesías que obstaculizan el camino de los migrantes hicieron que su viaje se acabara en la ciudad de Xaltipan, Veracruz, donde desde años está trabajando como ayudante de albañil. Cabe destacar que este encuentro se realizó por primera vez gracias a una intervención externa, es decir con una dinámica diferente a la normal búsqueda de los desaparecidos que empieza con la movilización de sus familiares. En este caso, de hecho, fue la señora Claudia Herrera quien se volvió un «puente de esperanza», señalando al Movimiento Migrante Mesoamericano la presencia, en su pueblo, de un hombre que correspondía a la descripción de Oswaldo.
Rubén Figueroa, integrante del Movimiento, fue quien llevó a cabo el expediente, antes viajó a Xaltipan para encontrar Oswaldo y, luego, alcanzó a doña Leonila en San Pedro Sula, Honduras, su actual lugar de residencia. Los familiares del desaparecido, que desde años habían perdido la esperanza de encontrarlo con vida, le creyeron sólo cuando les enseñó el video con el mensaje del hermano perdido.
En el abrazo de estas dos personas, en sus lágrimas que se confundieron en medio de tanta gente como si estuvieran solos, está todo el sentido de la caravana centroamericana en búsqueda de los migrantes desaparecidos. La caravana continuará hasta el día 7 de diciembre, todos deseamos que estos mismo abrazos y lágrimas puedan repetirse muchas veces más.
Por Valentina Valle
Fuente: Subversiones.org