El 14 de junio del 2005, la Corte Suprema de Justicia argentina sentenció que las leyes de Punto Final y Obediencia debida eran inconstitucionales. Dichas leyes, aprobadas durante el gobierno de Raúl Alfonsín, impedían que se juzgaran a los represores y dictadores de la última dictadura cívico militar. Para ese fallo, la Corte se basó en el secuestro, tortura y desaparición de un joven chileno radicado en Buenos Aires: José Liborio Poblete.
En pleno golpe cívico militar, el 28 de noviembre de 1978, José Liborio Poblete -conocido como «Pepe»-, su mujer Gertrudis Beatriz Hlaczik- apodada «Trudy»- y su pequeña beba de ocho meses Clauda Poblete fueron secuestrados y llevados ilegalmente al centro clandestino de detención y tortura El Olimpo, ubicado en la Ciudad de Buenos Aires.
22 años después, y tras el enorme esfuerzo de su abuela Buscarita Imperi Navarro Roa junto a sus compañeras de Abuelas de Plaza de Mayo, Claudia Poblete fue encontrada y pudo restituir su identidad tras vivir como Mercedes Beatriz Landa en un seno familiar militar. Pepe y Trudy aún continúan desaparecidos.
-¿Cómo fue tu acercamiento a Abuelas de Plaza de Mayo?
-Hace 40 años que vivo acá, en Argentina. Yo me acerqué a Abuelas después 28 de noviembre de 1978, porque tengo desparecido a mi hijo José Liborio Poblete (conocido como Pepe), a mi nuera Gertrudis Beatriz Hlaczik (conocida como Trudy) y también tenía desaparecida a mi nieta Claudia. Yo hice exáctamente lo mismo que hicieron las Madres y las Abuelas acá, que es salir a buscar por la cuenta de uno y eso no daba mucho resultado. Yo trabajaba en esa época como Supervisora del Departamento de Limpieza de Presidencia de la Nación, y vi a las Madres dando sus históricas vueltas en la Plaza y al ver a tanta gente rondando por ahí me crucé . Una de las fundadoras, Clara Jurado, que lamentablemente está fallecida me preguntó: «¿Por qué vienes a la Plaza?». Yo estaba llorando y contesto: «Hace unos días vinieron a mi casa unos compañeros de mi hijo contándome que tuvo un accidente y a la noche vinieron a buscar a mi nuera».
-¿Antes de acercarse a Abuelas cómo fue su búsqueda?
-Ya me había acercado a las comisarías del barrio y a todos los lugares cercanos que había para seguir la búsqueda. Cuando se lo conté a Clara Jurado, ella me contesta: «Acá somos todas madres y familiares de desaparecidos. Si querés te podés juntar con nosotros». Ahí empecé a hacer la ronda que hacían todas los días jueves a la Plaza de Mayo e ir a las reuniones que se hacían en algún lugar. En ese momento pude enterarme de todo lo que estaba pasando con los desaparecidos y a nivel político. En cambio, mi hijo sí estaba enterado de todo lo que ocurría en ese aspecto, porque José ya militaba políticamente en Chile a los 15 años.
-¿Qué recuerdos tiene de la juventud de su hijo en Chile?
-Allí participaba en un movimiento relacionado al MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) junto a otros compañeros. Visitaba y acompañaba a la gente de las villas, le llevaba frazadas de nuestra casa y alimentos, lo que fuera. Habían formado una escuelita para el niño trabajador porque cuando yo me vine, Chile era un país muy pobre. Había mucha indigencia y también muchas personas alcohólicas. Ahora eso cambió, parece un Miami chiquito. Realmente era terrible la pobreza que había. Se logró arreglar un poco en el tiempo del presidente Salvador Allende, se hicieron muchas casas y ya la gente que vivía en la marginalidad pudo tener una casita para vivir. Lamentablemente el presidente duró 3 años y fue asesinado por el golpe de estado de Pinochet.
Debido a esas carencias que relata Buscarita, Pepe viajaba en una situación precaria en el ferrocarril que lo depositaría en la localidad de Curicó, casi colgado del mismo. Al perder el equilibrio, un tren con todas sus formaciones le pasó por encima de las piernas. Al verla entrar al hospital en el que se encontraba internado, Pepe le dijo: «Mamá, no se ponga triste ni llore. Yo voy a ser el primero que corra con piernas ortopédicas». («El caso poblete: la fuerza del cariño», La Argentina Crónica, 2005, p.56/57)
-¿El accidente que tuvo Pepe, cómo lo afectó a él?
-Fue bastante duro para él que era un militante y estudiaba. Ahí empezó una vida con más problemas porque empezó a pensar qué es lo que iba a hacer y entonces me dice: «Mamá, nadie es profeta en su tierra, yo me quiero ir de Chile. Más que nada para ver si puedo ponerme piernas ortopédicas para seguir haciendo lo que yo quiero». Él quería estudiar psicología y seguir con su militancia. Producto del accidente a él lo indeminzaron desde la empresa de ferrocarriles en Chile que alcanzó únicamente para comprarle la silla de ruedas y el pasaje para Argentina. Estaba por cumplir 17 años.
-¿Cómo fue su ida a la Argentina?
-Se vino aquí con su silla de ruedas con la idea de trabajar, estudiar y seguir su militancia. Él era un militante. Nosotros no éramos ricos, sino de clase media y él siempre repetía: «Pero a nosotros no nos falta para comer, para vestirnos. Hay gente que no tiene nada». Cuando se fue un montón de amigos, compañeros y conocidos fueron a despedirlo. También fueron personas de las villas, él había hecho mucho ahí. Tenía un grupo de amigos que se autodenominaban «Los mosqueteros» y trabajaban en los barrios. Cuando llegó el golpe de Pinochet, los que todavía estaban en Chile se repartieron en distintos países. Pepe se había venido a la Argentina unos meses antes.
-Una vez ya instalado en el país, ¿qué recuerdos tiene de la vida de Pepe en Argentina?
-En Argentina estuvo tres años, ya había entrado a la Facultad, se puso en pareja con una argentina muy linda y había empezado a militar en Montoneros junto a nuevos compañeros que se había hecho aquí. Es decir que lo que hacía en Chile, también lo quería hacer en Argentina. Después vino el golpe de Estado y mi hijo cayó detenido. Nos enteramos, muchos años después, que había estado en un centro clandestino llamado El Olimpo.
-Sí, ubicado en la Ciudad de Buenos Aires, antes funcionaba un garage ahí que se llamaba «Garage Olimpo», de ahí el nombre.
-Claro. Allí fue muy torturado, su pareja Trudy también. Para esa época ellos ya tenían una nenita que tenía ocho meses y fue secuestrada junto a ellos. El coronel Ceferino Landase hizo presente en el centro clandestino de detención y se llevó a la nena, le cambió el nombre, el apellido y la crió como hija propia hasta los 22 años que con Abuelas la pudimos encontrar.
La relación entre Buscarita y su familia con Claudia pasó por distintos momentos. No son pocos los casos en los que los nietos restituidos viven momentos de fuertes dudas y sentimientos encontrados con respecto a sus apropiadores: ya que suelen ser vistos como su familia y a quienes reclamaban justicia como unos extraños. En ese sentido, el trabajo de contención de Abuelas de Plaza de Mayo sigue perfeccionándose para que cada restitución tenga un apoyo psicológico apropiado y un marco de respeto a los tiempos de cada nieto.
El caso de Claudia Poblete, en ese sentido, cuenta con aristas más que particulares que la propia Buscarita cuenta en detalles:
-¿Cómo fue la relación con Claudia una vez encontrada?
Linda, ahora sí es linda. Le costó mucho a ella, porque cuando se la llevaron a ella tenía 8 meses, es decir que prácticamente conoció a sus apropiadores como sus padres. Fue el primer caso de un nieto recuperado que al declarar ante la justicia dio su nombre verdadero sin dudarlo: Claudia Victoria Poblete Hlaczik. Así lo mismo con el nombre de sus padres. Fue un golpe muy grande para los jueces, no entendían nada. Luego dieron la condena a la familia Landa: 10 años de prisión para Ceferino Landa y 6 años de prisión para Mercedes Beatriz Moreira de Landa. Claudia se quedó muy dolida, los iba a visitar a Campo de Mayo los cuatro meses que estuvieron detenidos ahí. Luego cumplieron prisión domiciliaria. Fue un golpe muy grande para ella, por lo que tuvimos que tenerle mucha paciencia. Yo no trataba de molestarla ni preguntarle cosas de más. A mí me daba pena porque sabía que ella iba a sufrir con eso.
¿Y con el resto de la familia cómo fue el vínculo?
Yo tengo muchos nietos, así que se encontró con una multitud de primos y primas. Eso la acercó bastante. La juventud con la juventud se dan mucho más, ¿no? Yo hacía todas esas cosas que hacían las abuelas: preguntar qué querés comer, qué te gustaría hacer, etc, tratar de conquistarla de alguna manera pero sin presionarla. El primer año me acuerdo que le festejamos su cumpleaños original: el 25 de marzo; ella lo celebró hasta esa época en la fecha en la que fue anotada. Ella asistió y la pasó bien, pero estaba medio durita. Ahora se ríe mucho con las primas al ver las fotos. «Claudia estaba dura como un palo» la cargan. También sucedía que le decíamos mucho «Claudita» en vez de Claudia.
¿Recordás el primer abrazo?
Todo iba muy de a poquito. Un día estábamos charlando en un sillón y ella se para, me da la mano y me pone de pie a mí y ahí nos dimos el primer abrazo. Lloramos muchísimo las dos y fue duro. Me dijo: «Gracias abuela por haberme buscado y darme mi verdadera identidad».
La relación, sin embargo, tuvo altibajos debido a la complejidad de la historia ¿no?
Ella vivió unos años en Venezuela por trabajo. Cuando venía a la Argentina visitaba a la familia y luego a la de los apropiadores. Un día me dice: «Abuela, me voy a casar». Yo me alegro mucho y la felicito, pero me dice que quería hacer una fiesta con nosotros y también con la familia Landa. Yo le contesté: «Yo te quiero con el alma y te deseo lo mejor del mundo, pero el aceite con el agua no se puede juntar, así que a tu casamiento yo no puedo ir». Toda la familia se negó y ella se casó con la familia de los apropiadores. Eso generó visitas más raras y espaciadas. Poco a poco, a pesar de eso, fuimos haciendo una relación muy linda. Luego, cuando tuvo su primer hijita, ella me dijo que no iba a ir nadie del otro lado.
El nacimiento de su hija, la nieta de Pepe, ¿le hizo ver las cosas desde un nuevo ángulo?
Sí, ella dice que cuando tuvo a su nena le cayó la ficha totalmente. Me contó una vez: «Lo que deben haber sufrido mis padres cuando me arrancaron de su lado. Ahí me di cuenta lo terrible que es que le saquen un hijo a uno». A partir de ahí fue todo diferente: ahora viene todos los fines de semana a comer los fideos de la abuela que le gustan mucho. Se pelean con su hija mayor, que ya tiene ocho años, por ver de quién soy la abuela, es algo muy lindo. Fue duro y largo el proceso.
Con la satisfacción del encuentro y la buena relación con su nieta, Buscarita sonríe al contar la historia y no puede evitar, también, emocionarse al hablar de Pepe y su mujer Trudy. La abuela de Plaza de Mayo sabe qué al menos tuvo suerte dentro de su desgracia, ya que en Argentina se pudo juzgar y se sigue juzgando a los responsables del terrorismo de Estado, algo que en su Chile natal siempre quedó trunco.
¿Por qué cree que en Chile no se pudo alcanzar como en Argentina lo hecho en materia de Memoria, Verdad y Justicia?
Chile es muy particular. Yo creo que el problema del chileno es esa idiosincracia de querer siempre lo que tiene el vecino. Fueron tantas las cosas que cambiaron en Chile después de ser un país tan pobre llegó a ser un Miami chiquito. Se suele repetir «Bueno, ya está, olvidemos el pasado». Me lo dicen a mí, me lo dicen familiares míos. No se dan cuenta que las cosas que pasan se pueden volver a repetir.
¿La juventud, que no vivió la dictadura de Pinochet, qué relación tiene con el tema?
Acá en Argentina los jóvenes están muy interesados en el tema, con Abuelas vamos a dar charla a los colegios, a las facultades y nos piden siempre que contemos la historia. En cambio en Chile no. Es poca la gente que ha conservado la memoria. El Estadio Nacional de Chile es un ejemplo, a penas hay algo en un rinconcito y se siguen haciendo partidos de fútbol. Hay una insistencia con querer borrar el pasado y así están también, porque Chile a pesar de estar bien económicamente, la gente tiene mucha ignorancia sobre algunos temas. La gente está totalmente obnuvilada, mientras tenga sus productos de consumo se conforma.