En los últimos días hemos recordado con inmensa tristeza los cuerpos incendiados de Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas de Negri. Carmen Gloria se salvó de la muerte, pero aquel día la acompañó durante toda su vida, sus huellas, la imagen de su compañero asesinado, la impotencia de la impunidad y el silencio. Esto nos ha llevado a rediscutir nuestro pasado y la derecha se defiende haciendo un símil entre este crimen y el del matrimonio Luchsinger, definiéndose ahora, felizmente, como respetuosa de los derechos humanos.
Todos los actos de violencia son igualmente atroces, pero los realizados por personas individuales, identificadas y llevadas a la justicia son diferentes a los llevados a cabo por una institución estatal que oculta la verdad, obliga al silencio a los testigos y participantes y, además, logra quedar impune siendo sorda a los clamores de los que se atrevieron a denunciar.
Sobre todo esto creo que debemos hacer una profunda discusión, deberíamos definir el rol que deben cumplir las Fuerzas Armadas en un país como el nuestro. Según lo que nos enseñaron en Educación Cívica, en la época en que aún se impartía esta materia, su rol era defender la seguridad nacional, es decir luchar contra el enemigo extranjero aún cuando ello no fuera imprescindible. Costa Rica, por ejemplo, abolió sus FFAA el 1 de diciembre de 1948, pese a ser calificado según la “cultura chilensis” como país bananero, y dirime a través del diálogo los conflictos con sus vecinos. Pero lo que es extraño es lo que me contó un amigo mío experto en armamento; asumió el hobby de estudiarlo desde su adolescencia y nos informaba con nombres, números, marcas y tamaños, incluso fotografías, que las armas de guerra con que contaban nuestras FFAA no eran tales, que no tenían un mínimo alcance y que solo servían para la represión interna. Dicha represión no está definida ni siquiera en la Constitución del 80. La misión de las FFAA no es participar en conflictos políticos internos ni menos asesinar a jóvenes desarmados quemándolos vivos.
Todo esto debería conversarse para dilucidar con altura de miras si realmente existe la necesidad de tener FFAA. Quizás nos saldría más barato y saludable tener un buen trato con los países vecinos, llegar a acuerdos que nos favorezcan a todos, emprender acciones conjuntas para ser más fuertes frente a las grandes potencias. Suena mucho mejor que prepararnos para matar o morir gastando una enorme cantidad de recursos. El Ministro de Hacienda que nos ha prohibido hacer reformas porque carecemos de recursos debería estudiar esta posibilidad.
Si no se justifican las FFAA para la guerra contra los vecinos, menos aún deberíamos gastar tanto en ellas para que se encargaran la represión interna. Sabemos que esta deja en el alma de los pueblos huellas difíciles de borrar, como lo vemos en Carmen Gloria. Todos los chilenos de mi generación sufrimos mucho desde 1973, tanto los que tratábamos de sobrevivir a la muerte, como los soldados obligados a matar a sus hermanos. Nadie, ni reprimidos ni represores, quieren volver a vivir tan espantosa experiencia.
Los reprimidos cometimos errores que las generaciones posteriores no repitieron. Ya nadie se define a favor de la lucha armada para conquistar el poder por la violencia. Especialmente si no cuentan con armas, capacidad, ni entrenamiento, como era nuestro caso.
Nadie está dispuesto a importar modelos de sociedad, después de ver el amargo espectáculo que ofrecieron las prácticas nefastas de los socialismos reales, o de las dinastías repulsivas de los Pol Pot y los Kim Il Sung, que se definían como comunistas.
Nadie cree ya que la violencia es algo puro, límpido y justo que hace de partera de la vieja sociedad que lleva en las entrañas otra nueva, sino que todos sabemos que genera castas que se enquistan en el poder y que usan la misma violencia para reprimir las discrepancias, aunque vengan de sus propios partidarios.
Las FFAA chilenas, particularmente los soldados, conscriptos y clases, pudieron observar en la práctica, que éramos jóvenes inofensivos e irresponsables a los que tuvieron que reprimir para cumplir órdenes. Mientras nosotros éramos masacrados, ellos tenían que guardar silencio sobre sus acciones y las órdenes de sus superiores para vivir el resto de sus vidas con los rostros de las madres de los asesinados en sus mentes o con cuadros como el que guardó en su memoria y su conciencia el ex conscripto que actualmente, con un rostro contraído y enfermo, nos relata lo sucedido a De Negri y Quintana.
Ni ellos ni nosotros hemos sido felices en estos últimos cuarenta años. Solo lo han sido los que cambiaron el país para hacerse ricos. Los que realmente mandaron a matar se han escondido detrás de los uniformes que, como siempre, fueron carne de cañón de los intereses económicos de los poderosos. Porque en las guerras, sean internas o externas, solo ganan los comerciantes, los que venden las armas, los que especulan y se apropian de los territorios o los factores en pugna. Es tanta la claridad que hay sobre esto, que ya la guerra se ha privatizado y normalmente los países que se embarcan en provocaciones, funcionan con empresas encargadas de contratar a los que van a la guerra por lo cual reciben un salario. Ya no se ven homenajes a esos ejércitos valientes que otrora entregaron sus vidas por un ideal.
Es por eso, que tanto los soldados que fueron mandados a matarnos, como los que vociferamos a favor de la violencia revolucionaria, debemos discutir, avanzar y perdonarnos y no caer nuevamente en la dinámica a la que quieren empujarnos los poderes fácticos.
Los chilenos que somos mayoría, los que no tenemos prácticamente nada, deberíamos discutir para qué necesitamos a las FFAA. En el caso de que definiéramos que las necesitamos, sea por seguridad externa o interna, deberíamos ponernos de acuerdo en las cualidades que debe tener un grupo de seres humanos que poseen todas las armas con que cuenta un país. Ese grupo no debería mentir, no debería tener secretos, nada oculto de nuestra historia, especialmente la vivida desde 1973. No debería cometer actos contra la humanidad. Si no existen para defendernos del enemigo extranjero, deberían encargarse de la defensa de los más vulnerables, donde se incluyera la ayuda y la solidaridad. Deberían producirnos admiración y respeto.
Un país que depende del precio del cobre, que vive de recursos naturales casi agotados, que tiene una de las poblaciones con más viejos en el mundo y que carece de recursos para aprobar el derecho a huelga, no puede tener FFAA que existan solo para defendernos de una guerra inexistente.
Directora de Conadecus