Por orden de las autoridades, hace poco fue demolida un área que formaba parte de la llamada «Jungla de Calais», un campamento de refugiados en Calais, Francia. Detrás de carpas y de personas desterradas que diariamente intentan sobrevivir, ahora hay un terreno baldío y polvoriento de 100 metros, con camiones y máquinas excavadoras, conocido como la Tierra de Nadie.
Pero un grupo de niños ha hecho algo más de este peladero. Cada tarde se reúnen a jugar partidos de fútbol con lo que pueden, con lo que tienen: un pedazo de caucho por pelota, baldes y botas viejas por arco y sus zapatos viejos por chuteadores. Por un rato, pueden distraerse y olvidar.
Los niños son parte de los miles de refugiados que viven en el campamento, y tres veces a la semana van sin sus familias a jugar fútbol a este lugar, donde no hay policías que los correteen. Ahí es donde se pueden evadir por un momento y hacer desaparecer el trauma que los ha llevado a ese punto del mundo y de sus vidas. «Me siento tan feliz», dice Wahid de Afganistán, de 12 años, mientras practica sus habilidades en la arena.
Wahid recuerda su viaje con voz titubeante. Fue amontonado en un vehículo, junto con un grupo de adultos acarreados a una velocidad que lo aterraba. El viaje duró tres días y tres noches, sin comida o agua. Luego vino un viaje en bote que no mejoró en nada la experiencia. Wahid recuerda golpes y temor mientras se dirigía hacia el norte.
Los partidos de fútbol son organizados por el Centro Baloo de la Juventud; un lugar seguro para los niños entre 12 y 18 años en medio de la «Jungla». Ahí tienen un respiro para realizar algunas actividades, y la oportunidad de ser adolescentes y quemar algo de su ansiedad y energía acumulada. En el centro hay juegos, algo de educación y comidas diarias aseguradas.
Dos de los voluntarios, Ben Teuten, de Inglaterra, y Aske Krielgaard, de Dinamarca, unos meses atrás tuvieron la idea de organizar partidos de fútbol, para ofrecerles a los niños y jóvenes la oportunidad de distraerse y vivir un poco el presente y la edad que tienen ahora. «Es un alivio verlos reír. Ves que el estrés cotidiano del campamento se disipa. Es lindo ver a los niños siendo niños otra vez y no en la madurez forzada de su situación», dice Ben.
«Luego del fútbol, puedes ver sus caras endurecerse mientras vuelven al campamento. Tienen que ser rudos para no sufrir el abuso de otras personas», agrega.
Los jóvenes en campamentos, especialmente los que están sin adultos, son un grupo muy vulnerable. Cerca de un 80% de los que vienen a jugar fútbol, no tienen a nadie que los cuide. Jonny Willis, que también trabaja en el centro de jóvenes, explica: «Los niños que están entre los 12 y 18 años son un grupo que se escapa un poco de la red de colaboraciones. sabemos que las necesidades de hombres jóvenes son diferentes que las de los adultos. Aquí es una cosa de madurar y convertirse en hombres a la edad de 13, 14, 15 años. Se les dice que se las arreglen solos, que solucionen sus problemas de vivienda, etc. Veo mucha agitación, ansiedad, una obvia falta de figuras parentales y paternas. Puede ser mucho lo que digo, pero ese es un vacío que nosotros tratamos de llenar. Al conocerlos, ellos se ven intimidantes, enojados e inquietos, pero eso empieza a cambiar a medida que confían en ti. Dentro de unas semanas, ya ves a un joven esencialmente diferente».
Para varias instituciones sociales con base en Reino Unido, los jóvenes de los campamentos son un asunto de urgencia. Sacarlos de ahí y ayudarlos a entrar en la siguiente fase de sus vidas, es una de las prioridades al presionar a los gobiernos de Francia y Reino Unido para que se hagan parte.
Ali tiene 15 años y llegó de Hasakah, al noreste de Siria. Tiene un tío en Reino Unido, pero la burocracia le hace muy difícil poder reunirse con él, el único miembro de su familia viviendo en Europa. Ha vivido solo en el campamento por dos meses y a veces intenta lo que ellos llaman «la caminata», para tratar de encontrar un camino bajo la oscuridad para acceder a RU. «Estoy cansado, hace frío, hacemos muchos intentos fallidos», dice Ali. «Tratamos, pero no hay esperanza. Hay muchos problemas y muchas pandillas».
Ali es un adolescente digno, gentil, que cuenta su historia con honestidad y calma. «Una vez, Daesh entró al pueblo de Hasakah. Empezaron a ir barrio por barrio, buscando casa por casa. Así es que la gente empezó a huir», cuenta. «Nos fuimos todos sin nada más que nuestras almas». Nos fuimos a Damasco, luego donde un primo en Líbano y a Turquía. Desde ahí yo seguí solo. Lo peor fue el viaje en bote, las olas eran aterradoras. Llegamos luego de tres horas de terror».
Ali quiere encontrar a su tío para re empezar su vida, estudiar y saber de su familia: cuatro hermanos menores y sus padres, a quienes les perdió el rastro desde que dejó Siria.
Hay unos 200 menores solos en el campamento, con familia en RU. Su refugio y apoyo están bajo amenaza, puesto que el gobierno francés planea arrasar con la parte sur del campamento la próxima semana. Después del daño causado a las personas con el derribo anterior y la creación de esa zona de nadie de 100 metros, el nuevo desalojo sólo hará la situación más grave.
Maya Konforti es una de las más antiguas voluntarias de L’Auberge des Migrants en «la Jungla», y se mudó para vivir ahí mismo, en una casa rodante, para ayudar a los que necesitan.
Ella explica que la demolición sería «una catástrofe», porque el extraordinario sentido de comunidad que se ha desarrollado ahí contra todo pronóstico, ahora está en peligro. Más de 3 mil personas, incluidos 400 infantes, viven en la sección sur. Además hay instalaciones vitales, como el centro para jóvenes, mezquitas, una iglesia, un salón de escuela y una biblioteca.
En el Centro Baloo de la Juventud, Wahid hace lo que hace casi todos los días. «Siempre vengo aquí y digo: ‘Vamos, Ben y Jonny, por favor, ¡¿podemos jugar fútbol?!'». Y desplegando una sonrisa amplia dice: «Es tan rico jugar».
Jonny reflexiona acerca de que todo lo que han logrado en el campamento, la voluntad puesta, las instalaciones, el apoyo y los momentos de diversión se surgen de ahí, desaparezca con la demolición: «Es absolutamente aterrador», dice. «Si todo esto se va, no vemos cuál podrá ser el desenlace. No nos podemos imaginar dónde podrán ir nuestros jóvenes».
«Por mucho que tratemos de sacar un plan de contingencia, es casi imposible encontrar una solución que esté de acuerdo a sus necesidades», agrega Jonny Willis.
Mientras tanto, se encaminan hacia las arenas del campo baldío de 100 metros y empiezan a chutearse la pelota unos a otros. Wahid anota un gol de costado con su pie izquierdo y da giros de celebración. En ese momento, se olvida del día que pasó y del que vendrá.
Por Amy Lawrence, desde Calais.
Versión en castellano, El Ciudadano.
Fuente, The Guardian.