Un genocidio no solo es el acto de cometer atrocidades masivas contra un grupo religioso o étnico cómo se describe comúnmente. El genocidio adopta formas distintas, y a veces más lentas, en su realización.
Para el pueblo Rohingya en Burma, esto es el caso. Son clandestinos en su propio país hace más de 60 años, son los palestinos del Asia Sudoriental, y tal vez el próximo Rwanda. Es una catástrofe humanitaria de la cual no se habla y no se conversa. Recientemente la campaña “Solo diga su nombre” (Just say their name) causó al presidente de EEUU a pronunciar el nombre de la etnia durante una visita en Burma. Esto es lejos de un reconocimiento suficiente de las atrocidades y las similaridades a otros genocidios que sufre el pueblo Rohingya.
Desde el año 1948 Burma considera a los Rohingya como clandestinos en el país, quiere decir inmigrantes ilegales bengalíes. Este también es el nombre que los oficiales usan para hablar sobre la etnia: “bengalíes”. En 1994 el gobierno dejó de emitir certificados de nacimiento para niños de etnia Rohingya, agregando esto a las anteriores políticas contra la existencia de la etnia en el país. Por ejemplo, ellos tienen que postular a permisos de matrimonio antes de casarse. Últimamente, se han presentado proyectos de ley contra el matrimonio entre musulmanes y budistas en Burma, efectivamente contra los Rohingya, quienes son musulmanes y constituye 5 % de la población.
Durante toda la dictadura militar el pueblo ha sufrido opresión y persecución por parte del gobierno y otras minorías étnicas. En 2012 el país vivió enfrentamientos violentos entre los Rohingya y las fuerzas armadas del gobierno, apoyadas por grupos budistas. Las mujeres del pueblo Rohingya sufrieron violaciones masivas y sistemáticas por parte de las fuerzas armadas, pero el gobierno no ha logrado combatir la impunidad por estos crímenes. Los Rohingya sufren trabajo forzado, desalojos y discriminación en forma grave reiteradamente. Lo que pasó en 2012 fue una limpieza étnica, donde las fuerzas armadas, la policía y las fuerzas de seguridad participaron en la matanza de este pueblo.
Tras la violencia en el año 2012, los Rohingya han sido marginados en formas parecidas a los guetos, mediante restricciones contra su movilidad dentro del país. Los Rohingya tienen que pedir permisos oficiales para viajar a un pueblo vecino, las postulaciones demoran mucho, y se aplica tasas. Esto resulta en guetos, donde la gente vive sin acceso a alimentos, salud u oportunidades laborales.
En mayo comienza la temporada de lluvias fuertes, y muchos de los campamentos se encuentran en lugares prominentes de inundación. El gobierno ha rechazado el traslado de campamentos a otros lugares más seguros. Comúnmente se restringe el acceso del personal de asistencia humanitaria a estos campamentos. La segregación también es discriminatoria en otras maneras, muchos hospitales les niega el acceso a los servicios de salud, y muy pocos empleadores los contratan para trabajos calificados.
Al mismo tiempo, budistas de alto perfil siguen las campañas de odio contra el pueblo, con propaganda sobre los musulmanes en el país. El líder espiritual nacionalista Ashkin Wirathu encabeza el movimiento contra los musulmanes y los describe como “perros” y “violentos”, algo que alimenta el extremismo. Según la organización United to End Genocide, los budistas extremistas realizan giras dentro del país dando discursos sobre los musulmanes como personas violentas y regalando videos de propaganda contra la minoría.
Recientemente el presidente Thein Sein presentó un nuevo proyecto de ley donde los Rohingya, quienes no se reconocen como inmigrantes bengalíes, podrían enfrentar penas de cárcel solo por rechazar su estatus como «inmigrante». En el census nacional de este año, los Rohingya quienes no querían reconocerse como inmigrantes no fueron contados.
Tras muchos años de aislación de Burma, el Grupo del Banco Mundial está comenzando una estrategia de implicación nacional en Burma, quiere decir un plan de desarrollo para el país. A pesar de esto, el Banco Mundial no ha expresado que las atrocidades son más que “casos localizados de violencia comunitaria”, según Human Rights Watch.
Aunque funcionarios de la ONU y organizaciones humanitarias anuncian lo que está pasando en Burma, la comunidad internacional sigue evitando o ignorando el tema. Hay tantos ejemplos en la historia de los genocidios en el mundo donde nos hemos preguntado después: “Como no lo podemos ver? Como podría pasar algo tan grave sin una reacción mundial?”. Esta vez no hay excusas para esas preguntas, esta vez es claro lo que está pasando. Después de las atrocidades masivas se usa el slogan “nunca vamos a olvidar”, para el mundo de hoy la frase debe ser: “nunca vamos a aprender”.
Por Sandra Segall
El Ciudadano