En enero de 1974 un periodista de El Mercurio visitó la casa-escondite de Ana Frank en Amsterdam. Hace varias décadas que se había dado por finalizada la Segunda Guerra Mundial, y ese hogar ya era un espacio que mostraba el último período de la vida de una joven judía escondida de los nazis. Al recorrer los pasillos, y llegar a la sala principal, el periodista se impresionó al ver una exposición de imágenes de soldados en las calles y personas en el suelo.
Eran fotos de la dictadura chilena, que no dejaban a la imaginación la violencia usada por los militares a partir de 1973.
Esta y otras historias se pueden encontrar en el libro Memoria latente (Lom, 2016), de la periodista Maxime Lowy. Como lo sugiere el propio título, la investigación se centra en reconstruir la historia de una comunidad a lo largo de la dictadura de Augusto Pinochet. Y si bien la autora fija su mirada en las torturas y los asesinatos sufridos por judíos durante el régimen –dentro de los que se encuentra Carlos Berger, esposo difunto de la abogada de derechos humanos Carmen Hertz–, también se indaga en el apoyo ciego que algunas instituciones de la comunidad le entregaron a los militares, entre otros temas.
Las páginas comienzan ambientadas en Egipto, con un pueblo arrinconado a las orillas del río Nilo. Un pueblo que escapa, que logra la libertad. Luego vienen otros yugos, y la autora termina hablando de esa doctrina nazi que mató a seis millones de judíos. Esa historia que no se debería repetir, pero que para mala suerte de aquellos que escaparon a Chile, desde Alemania –y otras partes–, se repitió.
El capítulo más extenso, casi en la mitad del libro, relata las penurias de los hombres y mujeres que desaparecieron. Como Ernesto Traubmann, un judío que llegó a Chile escapando de los nazis pero que regresó a Europa para integrarse a las filas de los Aliados. Cuando la guerra acabó, se devolvió a Chile a vivir en paz. Pero la paz no llegó, y distintas circunstancias resultaron decidoras para que la policía secreta de Pinochet decidiera raptarlo. Y desaparecerlo.
La autora se empeña en individualizar el dolor; contar las historias de a una. También incluye experiencias vividas durante el Holocausto. Lo que ocurre con esto es que se pueden hacer comparaciones de mecanismos, y cuando el resultado de esas comparaciones deja a la vista formas similares de tortura, o de hacer desaparecer a alguien, se demuestra que este fenómeno se puede vivir en cualquier lugar, pase en el lugar que pase.
A nivel estilístico, Memoria latente está relatado de una forma que a ratos, a medida que avanza, puede resultar pesada. No es un documento que dependa del estilo, al fin y al cabo. Tampoco está por acercarse al lenguaje utilizado en los legajos policiales. Pero lo que sí se puede criticar es que hay algunas cosas que se repiten en distintos pasajes del libro, y aparentemente esto no responde a detalles técnicos.
A lo largo de la lectura, pensé que una forma efectiva para recordar un período –hacer, escribir memoria– era entregar la información dosificada. Sin embargo, supuse que ese pensamiento podía estar amparado en una lógica de mercado, lógica que no debe entrar en una publicación como esta, que pretende establecer un registro, un lugar al que puedan ir aquellos que quieran averiguar historias silenciadas.
La anécdota en el escondite de Ana Frank sigue. Esa vez, en 1974, había también una foto que mostraba a los militares chilenos haciendo piras de libros en las calles. De eso se trata esto, al final; guardar, preservar, eternizar; dejar un registro de algo que nadie va a poder borrar. Ni quemar.
Ficha:
Autora: Maxime Lowy
Título: Memoria latente
Editorial: Lom Ediciones
Nº de páginas: 330
Precio de referencia: $13.000
Género: Memorias