La decreciente banda de verdaderos creyentes de Obama ha recuperado los ánimos porque su hombre ha terminado por cumplir una de sus muchas promesas – el cierre de la prisión de Guantánamo. Pero no está cerrando la prisión. La trasladará a Illinois, EE.UU., si los republicanos lo permiten.
A decir verdad, Obama ha vuelto a derrotar a sus partidarios. El cierre de Guantánamo significaba dejar de retener a personas en violación de nuestros principios legales de habeas corpus y proceso debido y dejar de torturarlas en violación de las leyes estadounidenses e internacionales.
Todo lo que se propone Obama es trasferir a 100 personas, contra las cuales el gobierno de EE.UU. no está en condiciones de presentar un caso, de la prisión en Guantánamo a otra en Thomson, Illinois.
¿Están consternados los residentes de Thomson porque el gobierno de EE.UU. ha elegido su ciudad para continuar su violación flagrante de los principios legales de EE.UU.? No, los residentes están felices. Significa puestos de trabajo.
Los desafortunados prisioneros tenían una mejor probabilidad de obtener su liberación de Guantánamo. Ahora se enfrentan a dos senadores de EE.UU., un representante de EE.UU., un alcalde, y un gobernador estatal que tienen un interés creado en la detención permanente de los prisioneros para proteger los nuevos puestos de trabajo en la prisión en una localidad devastada por el desempleo.
Ni el público ni los medios han mostrado el más mínimo interés en saber cómo llegaron los detenidos a la cárcel. La mayoría de los detenidos eran gentes sin protección que fueron capturados por señores de la guerra afganos y vendidos a los estadounidenses como “terroristas” para cobrar la recompensa ofrecida. Al público y a los medios les bastó que el secretario de defensa de la época, Donald Rumsfeld, declarara que los detenidos de Guantánamo eran las “780 personas más peligrosas del mundo.”
A la mayoría los liberaron después de años de abuso. Al parecer, los 100 que deben ser trasferidos a Illinois han sido tan terriblemente maltratados que el gobierno de EE.UU. teme liberarlos por el testimonio sobre su maltrato que podrían dar a organizaciones de derechos humanos y a los medios extranjeros.
Los aliados británicos de EE.UU. muestran más conciencia moral de la que pueden reunir los estadounidenses. El ex primer ministro Tony Blair, que dio cobertura a la invasión ilegal de Iraq del presidente Bush, está siendo condenado por sus crímenes por testimonios del oficialismo del Reino Unido ante la Investigación Chilcot.
El Times de Londres del 14 de diciembre resumió el caso contra Blair en un titular: “Intoxicado por el poder, Blair nos embarcó en la guerra.” Dos días después el First Post británico declaró: “El caso de crímenes de guerra contra Tony Blair es ahora sólido como una roca.” En un momento desprevenido a Blair se le escapó que estaba a favor de una conspiración para la guerra haciendo caso omiso de la validez de la excusa [armas de destrucción masiva] utilizada para justificar la invasión.
El movimiento para procesar a Blair como criminal de guerra gana fuerza. En el First Post Neil Clark informa: “Existe un desprecio generalizado hacia un hombre [Blair] que ha ganado millones [su recompensa del régimen de Bush] mientras cientos de miles de iraquíes mueren por el caos desatado por la invasión ilegal, y quien, con una arrogancia sobrecogedora, parece pensar que está por encima de las reglas del derecho internacional.” Clark señala que la práctica de Occidente de enviar a dirigentes serbios y africanos ante el Tribunal de Crímenes de Guerra, mientras se exime del mismo, está perdiendo fuerza.
En EE.UU., claro está, no hay un intento semejante de responsabilizar a Bush, Cheney, Condi Rice, Rumsfeld, Wolfowitz, y a la gran cantidad de criminales de guerra que formaron el régimen de Bush. Por cierto, Obama, al que gustan de odiar los republicanos, se ha excedido en su esfuerzo por evitar que la cohorte de seguidores de Bush tenga que rendir cuentas.
Aquí, en el Gran EE.UU. moral sólo responsabilizamos a celebridades y políticos por sus indiscreciones sexuales. Tiger Woods está pagando un mayor precio por sus amigas que el que Bush o Cheney tendrán que pagar un día por las muertes y vidas arruinadas de millones de personas. La consultora Accenture Plc, que basó su programa de mercadeo en Tiger Woods, ha eliminado a Woods de su sitio en Internet. Gillette anunció que está sacando a Woods de sus anuncios impresos y radiales. AT&T dice que reconsidera su relación con Woods.
Al parecer, los estadounidenses consideran que la infidelidad sexual es más grave que invadir países sobre la base de acusaciones falsas y engaños, invasiones que han causado las muertes y el desplazamiento de millones de personas inocentes. Hay que recordar que el Congreso no destituyó al presidente Clinton por sus crímenes de guerra en Serbia, sino por mentir sobre su affaire con Mónica Lewinsky.
Los estadounidenses están más molestos por las aventuras sexuales de Tiger Woods que por la destrucción de la libertad civil de EE.UU. por los gobiernos de Bush y de Obama. Parecería que a los estadounidenses no les importa que durante los últimos 8 años “su” gobierno haya recurrido a las prácticas de detención de hace 1.000 años – simplemente agarrar a una persona y arrojarla a un calabozo para siempre sin presentar una acusación y obtener una condena.
Según los sondeos, los estadounidenses apoyan la tortura, una violación del derecho estadounidense e internacional, y no les importa que su gobierno viole la Ley de Inteligencia Extranjera y los espíe sin obtener mandatos judiciales. Al parecer, los animosos ciudadanos de la “única superpotencia existente” tienen tanto miedo de los terroristas que están dispuestos a renunciar a la libertad por la seguridad, un logro imposible.
Con una complacencia sorprendente, los estadounidenses han renunciado al vigor de la ley que protegía su libertad. El silencio de las escuelas de derecho y de las asociaciones de abogados indica que la era de la libertad ha terminado. En resumen, el pueblo de EE.UU. apoya a la tiranía. Y es hacia donde vamos.
Paul Craig Roberts
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Paul Craig Roberts fue secretario adjunto del Tesoro en el gobierno de Reagan. Es coautor de “The Tyranny of Good Intentions.” Su nuevo libro “How the Economy was Lost,” será publicado el próximo mes por AK Press / CounterPunch. Para contactos, escriba a: [email protected]