Una década sirvió la figura de Osama Bin Laden para mantener la política de ‘Guerra global al terrorismo’, inaugurada por George W. Bush. El periodista argentino Walter Woobar comenta que, por una década, un prófugo Osama fue «de una utilidad insustituible para agitar el fantasma del terrorismo global y sobredimensionar su capacidad operativa».
Entrenado por la CIA, Osama Bin Laden fue un demonio perfecto para incitar cruzadas que permitieron a los estadounidenses hacerse con el petróleo de Irak, la heroína de Afganistán y bombardear Somalia y Yemen. Expediciones del siglo XXI que les ha permitido probar cuanta arma sea inventada por su complejo militar y a nosotros, el resto del mundo, acostumbrarnos a la idea de que invadan países con absoluta impunidad.
Pero la primavera de las revueltas árabes de este año dio cuenta de que Bin Laden era un objetivo meramente simbólico. Las multitudes optaron por el camino de la movilización social para sacarse a las dictaduras amigas de Estados Unidos, en vez de ponerse un pañuelo, irse a la montaña, transformarse en yihadistas y terminar siendo torturados en Guantánamo.
En el ajedrez de la política de intereses estratégicos, el ex agente de la CIA no tenía más destino que la muerte. James Petras, sociólogo estadounidense, comenta que cuando murió Bin Laden “era un símbolo ideológico más que un líder operativo al mando de las operaciones”.
UNA RESPUESTA PARA LA PRIMAVERA ÁRABE
Pese a que Osama prometiera derrocar a los tiranos árabes auspiciados por Estados Unidos, su promesa no terminó por cumplirla Al Qaeda, sino que la mecha prendió entre los egipcios y tunecinos. La organización terrorista se hallaba ocupada asesinando a los disidentes iraquíes.
Walter Woobar cuenta que para sofocar las revueltas pacíficas en Medio Oriente, Occidente y sus aliados locales se valieron del “fundamentalismo para aniquilar al nacionalismo. La única novedad que presenta este caso, es el empleo de los reclutas de Al-Qaeda como nuevo brazo armado y a los Hermanos Musulmanes como rama política para sofocar la ola de insurrecciones pacíficas en el mundo árabe”.
Para esto resultaba imperioso reciclar a Al-Qaeda y prescindir definitivamente de su creador, Osama Bin Laden. Un guión muy bien elaborado, los medios como caja de resonancia, la rabia contra Occidente de los que aún veían en Osama un enemigo de Estados Unidos y una generosa cobertura a las ‘amenazas de la organización terrorista’ harían el resto.
“El último acto de Bin Laden está destinado a reciclar la red terrorista como brazo armado de Washington y de sus aliados en el Medio Oriente”, concluye Woobar.
EL GUIÓN DE UNA NOCHE DE DOMINGO
Una madrugada de lunes nos enteramos de la muerte de Bin Laden en una operación de inteligencia. Como comenta el analista Álvaro Cuadra, “cada imagen, cada palabra, cada información ‘filtrada’ a los medios corresponde a una jugada calculada de antemano, un juego de mentiras verdaderas y verdades mentirosas que se escenifica en los medios de comunicación del mundo entero”.
Basta recordar que las primeras imágenes de Sadam Hussein luego de su detención fueron cuando estaba siendo despiojado por un soldado norteamericano. Ahora las imágenes eran de Barack Obama dando la noticia desde la Casa Blanca, una versión cuidadosamente elaborada, pero que no estuvo exenta de contradicciones.
Como si se tratase del juego Call of Duty, se informó de un asalto a una casona en la ciudad paquistaní de Abbottabad, perpetrado por comandos Seals de la marina estadounidense.
Las cifras de muertos aún no están claras -al cierre de esta edición-. Menos aún las circunstancias. Sólo se sabe que unos cuantos guardaespaldas del hombre más buscado del planeta, una de ‘sus’ mujeres –según se dijo- y un hijo habrían muerto. Los atacantes no sufrieron ninguna baja.
De paso, las balas silenciaron los vínculos nunca del todo aclarados de G. W. Bush con Bin Laden a través de la empresa petrolera Arbusto Energy o Carlyle Group, del que Bush fue parte de su consejo asesor y los Bin Laden mantuvieron acciones hasta mucho después del 11S.
A los días, se filtra que Barack Obama siguió los acontecimientos desde la Casa Blanca, acompañado del vicepresidente, Joe Biden; la secretaria de Estado, Hillary Clinton; el secretario de Defensa, el jefe del Pentágono y varios asesores de la presidencia. Todos puestos para una foto similar al contraataque de la película Independence Day.
Leon Paneta, director de la CIA, diría después a la cadena de radio y televisión públicas de Estados Unidos, PBS, que fueron los Seals quienes decidieron matar a Osama. Y para que no quede duda de que la orden de matar no vino del Premio Nobel de la Paz, Paneta deslizó que hubo 25 minutos, de los 43 que duró el operativo, en que no llegaron imágenes de su desarrollo a los espectadores que estaban en la Casa Blanca.
De todo lo incautado en la casona de Osama –su diario personal, un centenar de memorias portátiles, cinco computadoras- las únicas imágenes divulgadas son las de un anciano sentado frente al televisor viéndose a sí mismo.
DERECHO INTERNACIONAL A LA CHUÑA
El par de tiros en la nuca que terminó con la vida del líder de Al Qaeda borró en un segundo la autoproclamada superioridad cultural de Occidente por sobre otras culturas. En pocos minutos las ráfagas que dispararon los escuadrones Seal no sólo acribillaron a los moradores de la casa de Abbottabad, sino que dejaron muy mal herida la tradición del derecho internacional, el debido proceso y un juicio justo.
El remate provendría de la elite política de Occidente: Presidentes, incluido Sebastián Piñera, líderes de partidos políticos y hasta el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, aplaudieron el asesinato.
No se trató sólo de un acto de venganza planificada, sino que la metralla que atacó esa noche -violando la soberanía del pueblo pakistaní- siembra severas dudas respecto de si el hombre más buscado del mundo convenía más silenciarlo que verlo, como en las películas, esposado a la par que una voz le dice que tiene derecho a permanecer callado, y que se velara por su integridad física para sentarlo ante un tribunal federal.
Pero, como muy bien lo dijo el propio Obama, a horas del asesinato: “América puede hacer lo que se proponga”.
Por Mauricio Becerra R.
@kalidoscop
Foto: AFP/Getty Images
El Ciudadano Nº102, segunda quincena mayo 2011