Entre esperanza y remordimiento, Milton Colombo Astroza cuenta la historia de su padre: el detective de la Brigada Móvil de Investigaciones que un día 18 de julio de 1970, en el séptimo piso del edificio Nº 216 de Paseo Bulnes, abandonó este mundo envuelto en un misterio que ha perseguido a la familia por más de 40 años.
Evidencias robadas desde la Dirección General de la PDI y un cúmulo de testimonios de ex policías, llevan a sospechar que Luis Emilio Colombo no se suicidó, como indica la versión oficial. “A él lo asesinaron. Fue un montaje”, asegura su hijo Milton, cuya lucha por verdad y justicia lo llevó a publicar, en 2003, el libro Mis Investigaciones sobre la Mafia, una radiografía de los casos de corrupción más emblemáticos ocurridos al interior de la policía civil.
El próximo lunes, la Primera Sala de la Corte de Apelaciones de Santiago deberá escuchar los alegatos de la familia Colombo para que la causa no sea cerrada. El abogado Raúl Rencoret Urbina tendrá la ardua tarea de convencer a la judicatura de que la muerte del detective debe ser investigada como un delito de lesa humanidad.
-Milton, ¿cuáles son las inconsistencias que pudiste descubrir en torno al sitio donde murió tu padre? ¿Qué antecedentes permiten dudar de la versión oficial?
Investigaciones dice que mi padre llegó esa noche al inmueble donde habitaba con una supuesta amante y que estando ellos solos, en una especie de prostíbulo, le disparó en un glúteo y después se suicidó. Pero dentro de todos los testimonios que encontramos, el que nos pareció esclarecedor fue el de Nelson Lillo Merodio, quien también era compañero de mi padre.
Él asegura que estaba patrullando las calles de Santiago cuando le ordenaron asistir al departamento para ver qué había sucedido. Al llegar, se encuentra que en el baño hay abundante cantidad de sangre. A él le da la sensación de que mi padre se miró al espejo y se mató en el baño, pero el cuerpo fue encontrado a dos metros de distancia de ahí, en un pasillo. Cuando un funcionario del Departamento V de Investigaciones le explicó a Lillo que la bala que mató a mi padre tuvo salida de proyectil, y que por tanto el cuerpo debió haber caído inmediatamente después del disparo, Lillo responde que no logra interpretar lo observado en el baño.
-¿Piensas que eso tiene relación con la desaparición de algunas fotografías capturadas por la Brigada de Homicidios de la PDI en ese lugar?
Claro, nosotros estimamos que la pérdida de las fotografías y un dibujo planimétrico tienen concordancia con la declaración de Nelson Lillo. Es decir, las fotografías corresponderían a lo que vio Lillo en el baño. Creemos que cuando Lillo declara todo esto en el Departamento V, a raíz de una denuncia que hicimos en 1999 al director Nelson Mery, se dan cuenta que los antecedentes no habían sido entregados al tribunal que investigaba la causa. Pese a lo anterior, Mery no adoptó ninguna medida para saber qué pasó con esas imágenes.
-Tú mencionas a policías en retiro que luego cuestionaron la versión oficial de la PDI. Algunos de ellos trabajaban con tu padre. ¿Puedes entregar algunos nombres?
Sí, uno de ellos es el ex prefecto Mario Tachima Rebolledo, quien llegó a ser el tercer hombre de Investigaciones durante la década de 1980. Él dijo que otro funcionario, Julio Rada, y el mismo Lillo, habían estado presentes en el lío que ocurrió esa noche. Se hablaba de una fiesta, un “bacanal”. También conversé con Ulises González, ex integrante de la Brigada Móvil. Él me comenta que la mujer involucrada con mi padre “era media diablona” y que estaba con otro tipo. Que hubo otras personas allí que probablemente trataron de auxiliar a mi padre.
Otro detective, Pascual Bascuñán, dice que acudió esa noche al departamento. Que quería mucho a mi padre. Confesó que había jefes policiales presentes, y que él no cree que se haya suicidado. También dio a entender que había una especie de impedimento para que muchos policías hablaran sobre lo que realmente ocurrió.
-Si eso es efectivo, la pregunta que surge es por qué dichas personas no quieren hablar. ¿Para que no se les vincule con el lugar en el que ocurrieron los hechos?
La versión que dan algunos ex detectives, que también han venido a confesarse a nuestra casa, es que esa noche había menores de edad y consumo de drogas.
-¿Y ese departamento a quién le pertenecía?
Hay una señora llamada Alicia Quevedo Díaz de Gili, quien compra el inmueble en el año 1962 para después vendérselo a la Mutualidad de Carabineros el año 1978. Luego la Mutualidad se lo vende al Círculo de Tenientes Coroneles en retiro de Carabineros en 1979. Nos resultó imposible ubicar a esta señora Alicia. En el Conservador de Bienes Raíces figuraba un extracto de la escritura, sin mayores antecedentes de ella. Fuimos al Registro Civil con su nombre y nos dijeron que la persona “no existe”.
-Muy extraño. Me comentabas también que tu padre había tenido roces con algunos colegas…
Decía que se sentía defraudado porque lo habían dejado solo. Eso fue como cinco meses antes de morir. En el caso de Quintín Romero Morán, quien trabajó con mi padre, dice que había dejado de compartir con él mucho tiempo antes del fallecimiento. Sin embargo, Quintín aparece declarando en el sumario interno que se instruyó después del incidente. Por alguna extraña razón, él y otros detectives decidieron dejar de trabajar con mi padre. Esperaron que saliera de vacaciones para decirle al jefe que los trasladaran de unidad.
-¿Y qué hay de Sergio Oviedo Torres (alias “El Chueco Oviedo”)? Entiendo que él también trabajó con tu padre.
Sí, sabemos que Oviedo fue una persona avezada como policía, pero al parecer también delinquió a las faldas de la institución. Sobre él incluso existe una causa de extradición por internación de drogas a Estados Unidos que data del año 1990. Pero buscando más allá, pudimos constatar la existencia de un sumario del año 1969, un año antes del fallecimiento de mi padre, donde Oviedo figura como oficial de guardia y se le entregan cinco detenidos. Uno de ellos era un peligroso traficante llamado Jorge Ahumada Acosta, quien luego resultó ser yerno de Mario Silva Leiva, el “Cabro Carrera”. Este sujeto logra fugarse de la guardia que estaba a cargo del Chuevo Oviedo y se abre sumario, pero nunca más se habló del asunto.
-¿Y por qué este narcotraficante adquiere relevancia?
El traficante vendía droga en prostíbulos del centro de Santiago. También hay algo curioso. Mi madre asegura que un día apareció en la casa el chofer que tenía mi padre, Carlos Rodríguez Milla, en compañía del mismísimo Cabro Carrera. Querían comprar el reloj ensangrentado de mi papá que había sido devuelto a la familia. Esto nos lleva a sospechar que Mario Silva también pudo haber estado esa noche en el departamento.
-Ahora bien, ¿qué postura ha tomado el mando actual de Investigaciones frente a este caso?
Yo he tratado de conversar y acceder a una audiencia con el director Marcos Vásquez, pero no me ha atendido. No ha dado señales de querer conversar. Pudimos hablar con Rosana Pajarito, pero también empieza con evasivas. Dice que “no sabe mucho del tema”, pero ella como jefa jurídica debiera estar al tanto de todo esto. Quiere hacerse la desentendida. Dice que supuestamente prestará ayuda para clarificar esta situación. En años anteriores, cuando pedimos a los tribunales que interrogaran al Chueco Oviedo, éstos mandaron a la misma PDI a buscarlo. Los detectives volvieron diciendo que “no había sido encontrado”, en circunstancias de que ellos tienen todas las direcciones. Es una burla.
-¿Esperas algún gesto?
Mira, en el año 1974 ocurrió un caso similar con el prefecto Juan Bustos Marchant. Él estaba detenido en Valparaíso y durante la noche apareció “suicidado”. Luego comprobó que lo mataron. Por esa razón hubo una especie de reconocimiento en Investigaciones. Pusieron un monolito en la unidad donde falleció. En el caso de mi padre, nos gustaría que la PDI pudiera, a lo menos, reconocer que existen hechos anómalos que deben ser aclarados.
Matías Rojas