Franco y el cementerio de las botellas

No hay cruces ni lápidas como es usual en un camposanto


Autor: Wari

No hay cruces ni lápidas como es usual en un camposanto. Sólo una espesa vegetación cubre toda la ladera del cerro y lo único que destaca es la sombra del viejo fuerte donde hubo 2.500 prisioneros encarcelados tras la derrota de la República por el régimen de Francisco Franco.

Hace unos meses –y a partir de los textos escritos por el historiador José María Jimeno Jurío en los años 70– un colectivo de activistas que trabaja por rescatar la memoria histórica en Navarra, al norte de España, empezó la exhumación de una fosa aledaña a la prisión franquista donde enterraron a 131 reos.

Entre las rodillas de cada uno de los restos óseos hay una botella de cristal donde yace el último aliento de los presos. Adentro, está el nombre y algunas señas generales del fallecido, así como las causas de su muerte. 70 años después, aquella práctica de la época sirve para identificar a las últimas víctimas de la cárcel más dura del franquismo.

HUMILLADOS

«Dentro de las cinco prisiones que yo pasé, San Cristóbal fue lo peor… Había muchas maneras de sufrir; pero, lo peor, además de estar sin libertad, sin libros, sin visitas, era el hecho que nos hacían pasar hambre hasta la muerte». Quien rememora ese período de su vida es probablemente el mayor superviviente de los reclusorios franquistas.

Ernesto Carratalá, en conversación con BBC Mundo, recuerda sin ambages aquella época que lo llevó entre 1936 y 1943 por las cárceles de Burgos, la isla de San Simón, Astorga, Barcelona y el fuerte de San Cristóbal, ubicado en la cresta del monte Ezkaba, en la periferia de Pamplona.

«Cada día se moría de hambre ahí una persona y la teníamos que enterrar, meterlo en la nieve durante el invierno, hasta que venían a buscarlos. Y a esos los llevaban a ese cementerio. Aquello fue un sufrimiento tremendo», describe Carratalá.

Hijo del primer oficial leal a la República asesinado por los golpistas en Madrid, Carratalá fue al frente como voluntario, pero cayó herido y fue capturado por los nacionales. Aunque fue condenado a muerte, el régimen le conmutó la pena por 20 años de cárcel debido a que era menor de edad. Solamente purgó siete.
«La gente represaliada se tuvo que aguantar. Una de las cosas típicas del franquismo fue la humillación a la que fuimos sometidos», dice a BBC Mundo.

LA MEMORIA

Desde hace dos años, las asociaciones Txinparta, Ciencias Aranzadi y de Familiares Fusilados en Navarra han empezado la exhumación de aquellos enterrados en el flanco norte de la prisión.

Y poco después, el cineasta Iñaki Alforja abordó el tema del «Cementerio de las botellas» en un documental con un título homónimo que ahora recorre la comarca de Navarra a bordo del «Autobús de la memoria». El proyecto consiste en visitar municipios de los alrededores de la provincia para fomentar el rescate de un pasado que pocos conocen a plenitud.

Alforja, que años atrás realizó Ezkaba, la gran fuga de las cárceles franquistas, ha vuelto a tocar el tema de la Guerra Civil porque «así puedo acercar la realidad de muchas familias que, tras tantos años de dolor, incertidumbre y silencio, pueden cerrar el ciclo del duelo», dijo Alforja a BBC Mundo.

El 22 de mayo de 1938 una decena de reos neutralizó a 92 celadores para huir de la cárcel. Sin embargo, de los 795 fugados, liderados por el comunista bilbaíno Leopoldo Picó, 585 fueron recapturados en la montaña y 207 pasados por las armas.

«Para mí lo fundamental es luchar contra mi propia amnesia social en esta búsqueda por saber la historia desconocida», argumentó Alforja.

LA CÁRCEL, LA TUMBA

Originalmente fue edificado como una fortaleza militar bajo el reinado de Alfonso XI, pero en 1936 pasó a ser la cárcel perfecta contra socialistas, republicanos, anarquistas y opositores de Franco.

«El peor invierno de mi vida fue el pasado allá. Eran una mazmorra fría, húmeda, con chinches y piojos en derredor», describe Carratalá, que sobrellevó su juventud aciaga hasta convertirse posteriormente en un catedrático universitario.

El fuerte, que fue diseñado como una sucesión de fosos, tiene salones y bóvedas intercomunicados por túneles que avanzan a lo largo y ancho del edificio, donde los muros tienen hasta tres metros de grosor.
Los prisioneros eran alojados en galeras frías y húmedas donde muchos contrajeron tuberculosis.

De hecho los archivos del juzgado de Ansoain –consultados por BBC Mundo– precisan que, entre el 1 de noviembre de 1936 y el 6 de agosto de 1945, los reos morían por anoxemia, tuberculosis pulmonar o colapso cardíaco.

Por ahora, de todas las exhumaciones, solamente 30 familias se han acercado para pedir información sobre los suyos. Pero el trabajo del colectivo continúa.

Para el cineasta Alforja, además de compartir esas horas de incertidumbre y emoción con los familiares, «lo que más fascina es encontrar las botellas con los nombres de los presos, su identidad, la memoria enterrada durante 70 años».

por Eric Lemus

BBC Mundo


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