Fuad Dawabe, refugiado palestino en Chile: “Aún tengo cosas que entregar por la independencia de mi pueblo”

Nacido en 1948, ha vivido siempre en calidad de refugiado, añorando volver a su tierra y con su pueblo

Fuad Dawabe, refugiado palestino en Chile: “Aún tengo cosas que entregar por la independencia de mi pueblo”

Autor: Wari

Nacido en 1948, ha vivido siempre en calidad de refugiado, añorando volver a su tierra y con su pueblo. Hace 51 años llegó a Chile. Formó una familia, tiene una hija y su vida inspiró parte de la obra “Mi mundo Patria”, de Andrea Giadach. Él es uno de los cinco millones de refugiados palestinos en el mundo. Y nos contó su historia.

Fuad Dawabe Scaffi nació en Belén, justo en el año de la guerra, el éxodo y el exilio impuesto por Israel a 800 mil palestinos, conocido como el Nakba -catástrofe-. Vivía con su familia (cristianos ortodoxos) en una casa de piedra, cómoda pero no lujosa, en un terreno que les fue arrebatado. Ahí su padre tenía olivos y almendros, que comercializaba y abastecían el hogar. Cuando fueron expulsados, no pudieron sacar ni un clavo.

Vivieron 12 años como desplazados dentro de Palestina. “Cuando niño uno tiene muchas interrogantes y no sabe a quién recurrir para su respuesta. Yo veía mi casa a pocos metros de la frontera y le preguntaba a mi abuelo por qué no podía ir hacia allá. Me respondía que los judíos -otros les decían israelíes, otros hebreos- la habían ocupado, pero nadie me explicaba por qué… No llegaba a comprender, y al día de hoy no entiendo por qué nos quitaron todo y no podemos volver”.

Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), un refugiado es alguien que, por persecución, abandona su país hacia otro y, por lo mismo, no puede o quiere regresar.

En términos globales, de acuerdo a Karma Nabulsi, investigadora palestina en Ciencias Políticas del Nuffield Collage de Oxford, Reino Unido, da cuenta de que más de la mitad de los refugiados palestinos son niños menores de 15 años.

Los palestinos conforman un tercio de la población refugiada del mundo. Son cinco millones, dos tercios del total de palestinos, refugiados desde el Nakba de 1948 y de la Guerra de los Seis Días, de 1967. Se reparten, mayormente, en Cisjordania y Gaza, Jordania, Siria y Líbano. Otros en el resto del mundo árabe, Europa y América. Y otros en aldeas no reconocidas cercanas a sus hogares arrasados en territorio de Israel.

“A Chile primero llegó mi abuelo. Mi papá fue a una batalla. Salimos temporalmente, pero nunca volvimos. Acá había dos hermanos de mi padre, llegados por razones distintas. Con un carné de refugiados, hablamos con la agencia de ONU para refugiados, nos costearon el pasaje por barco hasta Chile, pero nos dijeron: ‘Cuando lleguen se olvidan de nosotros para siempre’. No recibimos ningún apoyo de ninguna institución, sólo de familiares”, cuenta Fuad Dawabe Scaffi.

Confiesa que el cambio de país fue violento. Les impactó la pobreza que había en Chile, “porque los refugiados éramos pobres, pero la pobreza nuestra es por otras razones”.

“El idioma fue muy difícil. Y había un ambiente hostil hacia los inmigrantes. El ‘turqueo’ nos parecía muy de ignorancia. Nos sentimos discriminados, especialmente de parte de la clase alta. Una mirada despectiva, que hoy casi no queda”.

Esta impresión cambió cuando se instalaron en Puente Alto, donde su padre puso un negocio de abarrotes. “Ahí, las personas de alrededor, de Pirque, San Juan, Puntilla, Fundo el Principal, todos eran campesinos. Eran gente bonachona, abierta, muy acogedora. Nos entendimos tan bien con ellos que mi padre dijo: ‘Perdimos tres años en Santiago, y nos perdimos de conocer a gente que es tan parecida a nuestro pueblo”.

Fuad se educó en colegios subvencionados y luego viajó para estudiar Ciencias Políticas en la Universidad de Concepción, hasta que en 1973 la carrera fue cerrada por la dictadura. Luego viajó a Beirut, donde se especializó en Política Internacional, especialmente en Oriente Medio. Hoy trabaja en la Embajada de su país, como Consejero de Información. El Estado de Israel no le permite retornar a su tierra.

Formó una familia con una mujer de padre italiano y madre descendiente de palestina, pero que nada tenía que ver con la colectividad en Chile. Esta colectividad residente en nuestro país fue muy importante para los refugiados como Dawabe, quien incluso organizó la Juventud Árabe en Puente Alto.

Hoy divorciado, Fuad tiene una hija que conoce toda su historia y siente impotencia, “como todos los palestinos. Pero vamos a viajar algún día, aunque esté con bastón, esa es la promesa que yo le he hecho”.

Todos los hermanos de su mamá están en Palestina, sus primos y sus hijos, que sólo por parte directa de ésta suman 40 personas. Su padre ya falleció, y su madre hoy está allá, visitando a sus familiares. “Por supuesto que me gustaría volver –exclama-. Y grabe bien esta frase: Tarde o temprano vamos a volver, no existe una fuerza en el mundo que pueda prohibirme volver donde yo nací”.

“Además, la legalidad internacional nos da la razón: Debemos recuperar nuestra tierra, poder retornar. Tarde o temprano tiene que haber solución. El Estado de Israel debe entender que puede vivir en paz, si nosotros vivimos en paz, y que jamás vivirá en paz si nosotros no tenemos nuestro Estado independiente”.

Sobre la violencia que azota la zona opina que ésta empieza con la ocupación extranjera. “Tenemos el derecho y la obligación de resistir a la ocupación, como lo han hecho todos los países en la historia, incluso Chile contra España”.

“Pero no pierdo el tiempo odiando, sino que pienso en cómo puedo ayudar a mi pueblo; no por rencor al enemigo, sino por amor a mi pueblo”, explica.

Asimismo, aclara que se debe hacer la diferencia entre el pueblo de Israel y el Estado de Israel, así como entre judíos y sionistas. “Hay una minoría de israelíes que están con el pueblo de Palestina y son amenazados”.

Y concluye: “Aún no he entregado todo lo que debo entregar, aunque toda mi vida haya luchado por la existencia de un Estado palestino independiente. Tengo una responsabilidad personal con la historia de mi pueblo. Sentimientos, promesas, con uno mismo, con mi familia, mi tierra. Nací siendo refugiado, pero espero no morir de igual manera”.

Por Cristóbal Cornejo G.

El Ciudadano Nº102, segunda quincena mayor 2011


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