La intervención francesa en Mali, que empezó el 11 de enero, se inscribe en la larga lista de las intervenciones de la ex-potencia colonizadora en África: Chad, Costa de Marfil , República Democrática de Congo, Camerún, Yibuti, Libia … Desde las primeras independencias se cuentan más de 40 operaciones militares francesas en el continente africano, es decir casi una por año. La novedad de la intervención actual se encuentra en su discurso de legitimación: el gobierno francés recicló el tema de la guerra preventiva contra el terrorismo, que parecía condenado a desaparecer después del fracaso de las guerras occidentales en Afganistán y Iraq, para justificar el despliegue de sus tropas en Mali.
El terrorismo, ¿Una producción occidental?
Las fuerzas armadas francesas intervinieron ante la demanda del presidente malinés, Dioncounda Traoré, para apoyar las tropas del país, en dificultad desde marzo 2012, frente a los rebeldes que controlan el norte del país.
Tropas africanas de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental también respondieron a la demanda del presidente y, si no intervienen directamente, otros países occidentales como EE.UU. y Gran Bretaña aportan su logística.
Todas estas tropas se enfrentan con grupos yihadistas que controlan la parte desértica del país: los más importantes son Al Qaeda, del Magreb Islámico, Ansar Dine y el Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África Occidental. La actividad de estos grupos en Mali parece reciente, y podemos preguntarnos de dónde provienen.
Primero hay que mencionar que estos grupos prosperan sobre la inestabilidad regional. En efecto, se aprovecharon del levantamiento de los rebeldes tuareg para derrotar el ejercito marines, antes de atacar el MNLA (Movimiento Nacional de Liberación de Azawad), organización laica del pueblo tuareg que lucha desde las independencias africanas para el reconocimiento de su propio país.
Ni Francia, ni los países de la región nunca aceptaron discutir de las fronteras trazadas por el colonizador, y según las cuales se organizó la dependencia, económica y política, del oeste africano a las grandes potencias occidentales. Esta actitud empujó a los tuareg a elegir la lucha armada, lo que desestabilizó la región y permitió durante los últimos años la implantación de grupos islamistas.
Además, esta inestabilidad regional, y la responsabilidad evidente de las potencias occidentales en esta situación permiten a los grupos yihadistas el reclutar jóvenes y encontrar un apoyo en algunas partes de la población.
La lucha contra la inmigración, parte importante de la política europea en África (que nunca se acompañó de políticas de desarrollo eficaces) creó por una parte una juventud sin perspectivas, propicia al desarrollo de movimientos radicales, y por otra parte redes mafiosos organizados para prestar el servicio de cruce fronterizo, parcialmente controlados por yihadistas, lo que facilitó el desarrollo de otros tráficos, particularmente de armas o drogas. Según el analista francés Jean-François Bayart, la situación en el Sahel podría tener los mismos efectos que tuvo la política anti-drogas de los EE.UU. en América central, es decir “el desencadenamiento de una violencia paramilitar a la cual serán partes interesadas las grandes organizaciones criminales”.
Finalmente, la intervención de la OTAN en Libia en 2011 contribuyó a reforzar los grupos islamitas. En efecto, las cuantiosas inversiones de Gadafi estabilizaban la región. Además, las armas de los rebeldes en Mali son las mismas que las que sirvieron durante el conflicto libio, que son extraídas de las existencias de armas (incluso vendidas por los franceses) al ex-dictador o de las entregas occidentales de armamento a los grupos rebeldes.
Armas más perfeccionadas también cayeron en las manos de los yihadistas cuando las fuerzas especiales del ejercito malinés, formadas por EE.UU., desertaron para juntarse con los rebeldes.
Así, el terrorismo, designado como una amenaza exterior por los Estados occidentales parece ser, otra vez, una consecuencia de las políticas neo-coloniales de estos mismos Estados.
El terrorismo como argumento político
La referencia al terrorismo parece ser, desde el 11 de septiembre 2001, un argumento supremo, para legitimar las políticas occidentales en la escena internacional. Así, la retorica anti-terrorista permite definir un objetivo vago y amplio, que disimula todas las consideraciones que explican realmente la intervención. Por ejemplo, el argumento de la defensa de las poblaciones y de la democracia, disimula una situación más compleja: en el conflicto el ejercito malinés también es responsable de violaciones a los derechos humanos sobre civiles (especialmente sobre las etnias originarias del norte).
Más que la democracia, parece que el gobierno francés defiende al presidente malinés, cuya legitimidad democrática es cuestionada por la población.
La intervención y el apoyo francés, permitió al presidente prohibir las manifestaciones que contestaban diariamente un poder nacido del golpe militar del año pasado. Es que la inestabilidad política en este país podría amenazar, no solo, las poblaciones , sino los intereses de las decenas de empresas francesas presentes en la región, alrededor de la explotación del petróleo, gas, y uranio.
Pero el terrorismo no es solo un argumento eficaz en la escena internacional, sino también en el nivel de la política interior francesa. La entrada en guerra, frente a un enemigo tan terrible permitió a un presidente francés criticado por la derecha (sobre el matrimonio homosexual por ejemplo) y por los otros partidos de izquierda (sobre temas medioambientales o socio-económicos), iniciar un proceso de unión nacional frente a la amenaza.
Por el momento esta estrategia parece funcionar, dado las pocas voces que contestaron la intervención en la escena política francesa, como lo hizo el diputado ecologista Noël Mamère, que describe el discurso oficial como «propaganda militar» e interroga «¿Quién se ha salvado en Mali, el presidente o el pueblo?».
En un país en crisis como Francia, el consenso político alrededor de la intervención militar en Mali en curso, según estimaciones recientes, costaría 1 millón de euros por día durante una duración desconocida. Una muestra más de la predilección por las técnicas del terror del gobierno francés.
Finalmente, si las guerras contra el terrorismo no parecen eficaces para hacer desparecer la amenaza yihadista, (lo que parece evidente después de más de 10 años de “guerra contra el terror” por parte de la primera potencia militar mundial) el mantenimiento de esta estrategia, permite sospechar que estas intervenciones tienen otros objetivos.
Por Pierre Le Regent
El Ciudadano