“No sé qué decir, estoy muy emocionado”, fueron las primeras palabras que pronunció el ex militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Hugo Marchant Moya, tras salir -a eso de las 10 de la mañana- por la puerta 4 de arribos internacionales del aeropuerto de Santiago, luego de dos horas a bordo del vuelo N° 1282 de la Aerolíneas Argentinas, procedente de Buenos Aires, donde se encontraba a la espera de que la Justicia permitiera su ingreso a Chile.
Familiares -su esposa y dos de sus hijos-, amigos cercanos, miembros del Comité Fin al Destierro Ahora (Fada), organizaciones sociales y activistas de Derechos Humanos esperaron impacientes su llegada y le dieron una calurosa bienvenida cuando volvió a caminar libre en Chile, después de 28 años.
El reloj marcaba las 9.20 de la mañana. Familiares, amigos y conocidos de Hugo Marchant se reunían en la entrada del aeropuerto. Miembros del Comité Fada -que esperaban expectantes la llegada uno de los desterrados de la democracia- sostenían con firmeza carteles que rezaban “Fin al destierro… por el derecho a vivir en mi tierra”. Los flashes de las cámaras no dejaban de parpadear apuntando en todas direcciones. Guardias del recinto solicitaban a los presentes que abrieran paso a los pasajeros que salían por la puerta de vuelos internacionales por la que al fin aparecería Marchant, quien, desafiando al Gobierno, se empeñó en ejercer su derecho de entrar al país que lo vio nacer y en el que se enfrentó a la dictadura en los años más duros del terrorismo de Estado.
La incertidumbre era inevitable; se trataba de la tercera vez que Marchant intentaría ingresar al país en menos de un mes. La posibilidad de que fuera nuevamente retenido y expulsado a Buenos Aires por la Policía de Investigaciones (PDI) persistía, pero sus familiares y abogados confiaban en que esta vez se haría respetar la resolución de la Corte Suprema que aprobó la suspensión de la pena de extrañamiento -destierro- por 15 días, que ya había otorgado el Ministro de Fuero de la Corte de Apelaciones, Joaquín Billard, y que había desestimado el 2 de diciembre la Policía de Investigaciones. Fueron 27 días de lucha judicial, que vería sus frutos en los siguientes minutos.
En el aeropuerto se veían cercanos y cercanas de Marchant, quienes lucharon junto a él en contra de la dictadura y otros que fueron compañeros de prisión desde 1983, cuando fue apresado y recluido en la desaparecida Cárcel Pública de Santiago, acusado de participar en el atentado en contra del ex Intendente de Santiago de la dictadura, coronel Carol Urzúa, con resultado de muerte del militar.
El miembro de la Asamblea Nacional por los Derechos Humanos, Humberto Trujillo -quien cayó preso en 1983 y compartió con Marchant nueve años, hasta 1992- se presentó en la convocatoria para dar la bienvenida a su compañero. Él mostró su repudio a que aún exista el destierro luego de 22 años que acabó la dictadura. “Cualquier persona tiene derecho a vivir en su país, con su familia y sus amigos -aseguró-, por ello vamos hacer una Campaña Nacional para poner fin al destierro”, iniciativa en la que ya se encuentran empeñadas las personas que conforman el Comité Fin al Destierro Ahora, muchas de las cuales ya eran parte del Comité Chile Vuelvo, que se conformó en 2009 para terminar con una de las grandes deudas que mantiene la democracia en materia de derechos humanos: El destierro y la reparación para presos y presas políticos de la dictadura.
En Chile nunca se ha reconocido la labor y el sacrificio que hicieron sus prisioneros y prisioneras políticos/as. Todos y todas salieron de las cárceles con beneficios carcelarios a los que se puede acoger cualquier delincuente; quedaron con sus papeles marcados; y nunca se les otorgó el reconocimiento como los luchadores y luchadoras sociales que se empeñaron por una sociedad más justa en tiempos en que hacerlo el costo podía ser la vida.
SE TRATA DE LUCHAR POR UNA SOCIEDAD MÁS JUSTA
“Esto se inserta en la lucha de todo el movimiento social y político de Chile por buscar un cambio más profundo en la sociedad chilena”, aseguró Higinio Esperguer, coordinador Nacional de ex Presos Políticos de Chile, quien también llegó para recibir al ex mirista en el aeropuerto. Esperguer estuvo ochos años detenidos en la Cárcel Pública y allí también compartió con Hugo Marchant, quien lleva 19 años exiliado en Finlandia y fue uno de los que protagonizó una de las huelgas de hambre más prolongadas por la libertad de los prisioneros políticos en el primer gobierno de la Concertación.
Se sumaba cada vez más gente. La Presidenta de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos de Chile (Afep) -y activista por la libertad de los presos políticos durante la dictadura-, Alicia Lira, dijo que es una “vergüenza” y una “injusticia” que exista el destierro “para aquellos chilenos que dejaron todo y arriesgaron hasta su vida para terminar con la cultura de la muerte y el terrorismo de Estado en este país. El premio que le dieron los gobiernos de la Concertación, y que hasta la fecha no han reparado, fue el exilio permanente.”
Eran las 9.30. A esa hora, se supone, llegaría Marchant. Pero eso aún no ocurría. Su esposa, Silvia Aedo, convocó a un punto de prensa en el que aseguró a los periodistas que el ingreso de su compañero al país estaba cerca -el dato se había confirmado por teléfono-, y que se trataría del “primer paso para que todas las personas que están con 20, 25, 30 y 40 años de destierro puedan volver a su patria”, en una señal de que esta lucha que han dado por el derecho de caminar libremente en Chile no es un asunto solo personal, sino que es la realidad de muchas personas que aún siguen siendo castigados por haberse opuesto al terrorismo de Estado instaurado por Pinochet.
Un consenso que se expresó entre quienes llenaban el pasillo del aeropuerto, es que no se trata solo de beneficiar a un grupo de personas, sino que es un asunto de lograr una sociedad más justa, en donde el respeto por los derechos de las personas, de los derechos humanos, sea una prioridad para el Estado, y para todos los miembros de la sociedad. Quienes lucharon contra la dictadura se empeñaron por esa sociedad y la democracia les pagó dándoles la espalda y enviando a algunos al exilio.
La abogada Alejandra Arriaza, enfatizó el punto en que los juicios en que los presos y presas políticas fueron condenados “fueron sumamente irregulares. Sus condenas fueron dictadas en procesos donde se aceptaron testimonios obtenidos bajo tortura”, entre otras cosas que no se ajustan a derecho. “Es tiempo de cambiar esta injusticia”, declaró la abogada.
Han pasado 19 años desde que el Presidente de la época, Patricio Aylwin, firmó un decreto que autorizaba la expulsión a poco más de una treintena de prisioneros políticos de la dictadura y los mandó al destierro con destino a diferentes países de Europa. La alternativa que les ofrecía la democracia que se había esperado tras 17 años de dictadura, era quedarse a cumplir su condena en la cárcel; Marchant, luego de pasar nueve años en prisión, subió a un avión y partió a vivir en Finlandia, “país que nos ha dado mucho y con el que estamos muy agradecidos -dijo Silvia Aedo, su esposa-, pero que sigue sin ser el nuestro”.
En total, han sido 28 años de condena, para hacer una pausa desde hoy -jueves 29 de diciembre-, y nuevamente, caminar por las calles de Santiago. Hugo Marchant, entre el aeropuerto y la Alameda, miraba largamente por la ventana en el bus en que lo acompañaba una veintena de personas con las caras sonrientes, y que entre tanto y tanto le pasaban sus teléfonos portátiles para que saludara a más gente que le quería dar la bienvenida.
Silavia Aedo dijo que si se mira bien, en realidad son casi 40 años en que su compañero no camina tranquilo por las calles de Santiago, desde que salió a su primer exilio en 1974, luego cuando volvió y asumió la clandestinidad, la prisión, el nuevo destierro, esta vez por la «democracia». «Cuanta vida ha corrido entre tanta muerte», reflexiona.
MARCHANT ESTÁ EN CHILE PARA LUCHAR
“¡Terminar, terminar, el destierro por luchar! ¡Terminar, terminar, el destierro por luchar!”se esuchaban las voces de los familiares y amigos de Hugo Marchant Moya cuando lo vieron aparecer a las 9:50 horas. Le siguieron aplausos, gritos de felicidad, festejos y emoción.
“No sé que decir, porque estoy muy emocionado”, dijo mientras avanzaba por el pasillo del aeropuerto rodeado por micrófonos, grabadoras y cámaras fotográficas que no le perdían el paso. Varios abrazos lo obligaban a detenerse cada minuto. De pronto, una voz se alzó y pidió orden, para que todos se detuvieron en medio del pasillo que daba a una de las salidas, y Marchant habló ante una docena de periodistas, igual número de cámaras y varias decenas de personas:
“Me siento muy feliz de haber llegado a mi país y sobre todo porque entramos obteniendo esta pequeña pero gran victoria en la cual empezamos a vencer lo que es el destierro… podemos decir que estamos empezando a volver… y la lucha continúa… -¡Bravo! ¡Bravo! Respondió el grupo. Y Marchant prosiguió: “Tenemos que continuar esta campaña hasta que terminemos definitivamente con el exilio que pesa en contra de todos los compañeros que están impedidos de ingresar a Chile por distintas razones”, aseguró.
Acto seguido, Adriana Litwin, de la organización argentina Mujeres Marchando, quien viajó para esta ocasión, leyó una carta en representación de su organización que en una de sus partes decía: “Nuevamente la impunidad solapada se hace visible en la desvirtuada democracia chilena, ya que ni siquiera se respeta una dictamen de su propia justicia… ahora sí, compañeros, se ha respetado. Por esa razón -continuó- expresamos nuestra solidaridad con él. La desterritorialización y el desarraigo producen una cicatriz profunda, siendo un castigo solo reparable con el fin del destierro… si así ocurriere estaríamos en el camino de mejorar la democracia del hermano país”. Litwin agregó, por último, que el documento está firmado extraoficialmente por el vicepresidente de Argentina, Amado Boudou.
Eduardo Márquez, de la agrupación Illapu, cuyos integrantes también estuvieron exiliados en los años ’70, se acercó y le dio un abrazo a Marchant al tiempo que entonó un pedazo de ‘Vuelvo’, el emblemático tema que habla del retorno luego del destierro.
Márquez dijo que fue al aeropuerto porque es un asunto de justicia. «Conocimos a Hugo cuando fuimos a ver a los presos políticos a la Cácel Pública cuando los Illapu volvimos a Chile a principios de los años ’80. Incluso hicimos un concierto en la cárcel», recordó. Luego agregó que «este es un primer paso para que se acabe con el exilio de muchos chilenos que aún están imposibilitados de volver». Y también expuso que acabar con el destierro es una deuda que esta «democracia» tiene pendiente.
Marchant pidió agua. Continuaron avanzando en dirección a la salida. Pero nuevamente empezaron los saludos. Se detuvieron. Su hija, Javiera, lo abarazó y le dijo rodeada de cámaras que van a “seguir luchando hasta que se pueda venir a vivir aquí a Chile”. Ella tenía 9 meses cuando fue detenida el año 83 junto a su madre, Silvia Aedo, por agentes de la Central Nacional de Informaciones (CNI). Permaneció de niña en el Cuartel Borgoño y creció con el temor de que su padre fuera asesinado,puesto que por años pesó sobre él una condena a muerte y que a su madre, cualquier día, no la volvería a ver. Aprendió a caminar en la cárcel, en los días de visita. Creció con un dolor, que ella califica como la “enfermedad de la dictadura”, que es la que padece, aseguró.
Prosiguieron los abrazos. Algunos lloraban. Juan Carlos Chávez Pilquil, hijo de Ismael Darío Chávez -detenido desaparecido el 26 de julio de 1974- se acercó a Marchant y le entregó un regalo: Una estrella de ocho puntas armada con palitos de canelo. Es un ngunelfe, que significa “lucero del nuevo amanecer”; para Pilquil, es el concepto que representa la llegada del ex mirista a Chile, puesto que lo ubica en una realidad de lucha en que con fuerza se vuelve a posicionar una causa por los derechos humanos que no se han resuelto en Chile.
Rosa Silva, ex dirigenta de la Agrupación de Ejecutados Políticos se acercó a Marchant, lo abrazó y luego, a pedido de él, gritó con una voz potente que resonó por todo el primer piso del aeropuerto, ante las miradas expectantes de turistas y viajeros: “¡Cooooompañero Hugo Marchant! ¡Presente!, respondieron los asistentes” “¡Coooooompañero Hugo Marchant! ¡Presente!, volvieron a responder y rieron de manera cómplice con la rememoranza de una época a las afueras de la cárcel pública, donde se escuchaba la voz de la activista, sin amplificación, en los años 80 y 90. Silva recordó el año 84, dijo, cuando “gritaba afuera de las cárceles… eran códigos que usábamos y van quedando a pesar del paso del tiempo. El mismo Hugo -Marchant- me lo pidió cuando me vio”, concluyó.
28 AÑOS SIN PISAR LA ALAMEDA
Eran las 10.15 y Marchant se subía al bus junto con sus acompañantes en dirección a la Casa Cultural Simón Bolivar ubicada en Avenida Brasil. “Hay que empezar a quebrar esta condena demasiado cruel porque nos tiene demasiado lejos de nuestras raíces… este es un primer paso”, declaró el ex mirista antes de poner el primer pie en la escalera del vehículo. Luego, en estación Los Héroes del Metro, el bus se detuvo y Marchant bajó. “Son 28 años que no pisaba la Alameda”, aseguró, mientras encendía un cigarrillo y luego de escribir un saludo para la suegra del chofer del bus, quien le dijo que ella también fue una prisionera política.
Marchant miró a su alrededor y apunto a la Torre Entel: “Está todo totalmente cambiado… esa torre, por ejemplo, no tenía antes tantas antenas como ahora (…) voy a tener que volver a conocer esta ciudad”, señaló, mientras avanzaba por calle Cienfuegos y se quitaba su chaqueta negra, en dirección al centro cultural, a dos cuadras de la Plaza Brasil.
Cienfuegos. Huérfanos. Avenida Brasil. Hugo Marchant avanzó sin prisa y sin pausa hasta llegar a la Casa Cultural Simón Bolivar. Le ofrecieron sopaipillas en el camino. ¡No quiero nada! Dijo y siguió caminando. Antes de entrar, dio media vuelta y levantó el puño apretado junto a una imagen del Ché Guevara. Allí, a las 11.15 horas, lo esperaba un buen número de amigos y amigas, quienes lo recibieron con un aplauso, unas empanadas y un par de botellas de tinto.
Según Guillermo Rodriguez -más conocido como “El Ronco”- también ex preso político del MIR, se trató de “una buena recepción popular de los que luchan para uno que lucha”. Y agregó que es una alegría que “Hugo vuelva a Chile para luchar, porque hay quienes solo quieren una vida tranquila, conseguir un puesto de trabajo y olvidarse de ue requiere nuestro pueblo”, enfatizó.
“Tomen asiento, muchachos”, invitó el mismo Marchant a sus acompañantes, pasando de invitado a anfitrión. Se sirvieron bebidas, encendieron cigarrillos y en medio del alboroto, Marchant empezó a hablar:
“Quiero que sepan que esta no es sólo una lucha por estar con la familia o una demanda por reencontrarme con la cultura. Esto es una demanda por el derecho que tengo de vivir y de luchar en mi país. Y no es solo mi caso el que se debe resolver, sino el de todos los luchadores que hoy no pueden entrar a Chile”, señalando que aún queda una decena de condenados al destierro y cerca de un centenar que siguen con procesos pendientes desde la dictadura, entre quienes se cuentan quienes protagonizaron la fuga de la ex cárcel pública en marzo de 1990, a días de que Pinochet le cediera la banda presidencial a Patricio Aylwin.
Hasta el lugar llegó Alfredo Vielma, el dirigente de la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (Aces), quien le dijo a Hugo Marchant que estaba ahí a título personal, pero que está seguro que representa a un buen número de sus compañeros. “Usted representa la lucha por lo mismo que nosotros buscamos, una sociedad más justa y quiero que sepa que es muy importante para nosotros que usted venga a Chile a sumarse a la lucha por conseguirla”, dijo el secundario.
Marchant se emociona, y con la voz entrecortada, le dice que cuando evaluaron con su familia volver a hacer el intento por ejercer el derecho de entrar al país, una de las cosas que les dio la fuerza para hacerlo en este momento, en “gran medida fue inspirada por la lucha que han dado ustedes, los estudiantes”, recalcó.
Javiera Marchant tomó la palabra y dijo que ha leído en la prensa que señalan que ella está enferma. “Me importa un pico que piensen que estoy enferma de la cabeza -enfatizó-. Quiero que sepan que sí, estoy enferma y mi enfermedad se llama dictadura, se llama cárcel. Cuando se habla de los caídos, de los prisioneros políticos, hay una historia que se olvida, que es la de los hijos e hijas que tuvimos que crecer en medio de esta injusticia. No es sólo mi caso, son cientos de hijos los que tuvieron que enfrentar esa realidad”, e hizo referencia a que su hermano menor, quien nació en Finlandia, por primera vez está en Chile con su padre y que este reencuentro con su historia no es un favor sino un derecho.
Los días siguientes son de descanso. Un par de días para enfrentar el primer año nuevo en familia luego de 29 años. Y después, la próxima semana, llena de actividad, puesto que “la lucha continúa”, insistió Marchant, quien está decidido a hacer lo posible para que se erradique el destierro de la institucionalidad chilena y con ello, contribuir con otro gran grano de arena, para que construyamos una sociedad más justa. “Esta es solo una más de las muchas deudas que Chile tiene con los derechos humanos” -resaltó- “y algo tenemos que hacer para que eso cambie”.
Por Esteban Acuña Venegas y César Baeza Hidalgo (Twitter @Cesar_inBH)
El Ciudadano