La caza de ilotas como rito de paso para los adolescentes espartanos, el uso de perros para perseguir esclavos fugitivos, la captura de indígenas para la economía de las encomiendas, la matanza de judíos en el holocausto o las actuales redadas contra inmigrantes en Europa son una forma de violencia que junto con sustentarse en una compleja relación de poder es desarrollado como un arte y genera sus especialistas, rituales y cultores. Es el poder cinegético cuya infame historia analiza el joven filósofo Grégorie Chamayou en Las cacerías del hombre. Historia y filosofía del poder cinegético (LOM Ediciones).
Se trata de una historia de la caza que además de revisar las técnicas de persecución y captura, también se centra en los “procedimientos de exclusión, las líneas de demarcación trazadas en el seno de la comunidad humana” (10). Una obra concisa y documentada que hace una revisión histórica y filosófica de los poderes de caza y sus tecnologías de captura.
Al analizar el poder cinegético, Chamayou reflexiona sobre los temas de la autoridad, la dominación, la producción de subjetividades y el desarrollo de teorías que la acompañan. “Toda caza se acompaña de una teoría de la presa que nos dice por qué, en virtud de cuál diferencia, de qué distinción, algunos pueden ser cazados y otros no”- resalta el autor (9).
Grégorie Chamayou, está ligado al Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) de Lyon, Francia. Las cacerías del hombre es su primera obra traducida al español y entre sus trabajos destacan Les Corps vils. Expérimenter sur les êtres humains aux XVIIIe siècle et XIXe siècle (2008), Les Chasses à l’homme (2010) y Théorie du drone (2013).
DE LOS HUMANOIDES GRIEGOS HASTA LOS HOMBRES LOBO
La caza de personas para transformar en esclavos fue un arte específico en la Grecia clásica. Sus filósofos desarrollaron toda una teoría de la caza justa sustentada en atribuir categorías infrahumanas a sus presas, designando a estas con fórmulas oximorónicas, como ‘bueyes bípedos’ o ‘humanoides’. En los rituales de cazas de esclavos hay implícita una humanidad diferenciada. En el pensamiento de Aristóteles y sus contemporáneos, “los esclavos por naturaleza, capaces de comprender la razón, pero sin poder ejercerla, deberán seguir las órdenes de aquellos que sí la poseen en su lugar” (14).
Luego de cazada la presa, se trata de convertirla en esclavo, operación de aprovisionamiento de fuerzas de trabajo servil a la vez y de emergencia de la figura de un amo. Se va formando así una relación de gobierno. Según comenta Chamayou, “la violencia cinegética no interviene solo en el momento de la primera adquisición, sino que luego continua como medio de gobierno. La caza continua después de la captura” (15).
La Biblia nos entrega otras figuras en la historia de la caza. Aparecen las figuras mitológicas de Nemrod, tirano fundador de Babel, cruel, idólatra y “poderoso cazador” opuesto al mesiánico Abraham, conocido como “pastor de pueblos”. Nemrod es la primera figura de inmanencia del poder (21), en tanto que Abraham, pastor apacible y virtuoso, ejerce un poder pastoral móvil, benéfico e individualizante. “El cristianismo no caza, pesca”- comenta Chamayou (23).
Pasan los siglos y con el apogeo del cristianismo en Europa la pesca de hombres derivó en un poder cinegético, ahora en nombre de la protección del rebaño. Movimientos de pureza confesional o instituciones como la Inquisición, asumen poderes cazadores. “Ya no estamos – distingue Chamayou – ante una lógica de apropiación depredadora, sino frente una racionalidad de ablación salutífera o de exclusión benéfica. Con los inquisidores la caza pastoral es de exclusión sanitaria. Tras identificar a los individuos herejes, se trata de impedir el contagio” (26).
Es en esa época que surge el mito del hombre lobo, sobre quien va a operar una triple exclusión: de la legalidad, de la comunidad y de la seguridad. Tras los hombres lobos asistimos a una caza abierta (29).
LA CAZA DE INDIOS Y ESCLAVOS
Durante tres siglos los habitantes de la ciudad de São Paulo tuvieron como principal ocupación la caza de indios. Eran cacerías de captura de indios o de exterminio que se repetían a través de todo el nuevo mundo. Ya en el siglo XIX un cronista señalaba que en América del Norte un intendente le dijo que se mataba indios “como quien sale a cazar animales salvajes”. Chamayou sostiene que “jamás la caza de hombres había conocido semejante amplitud, ejecutada a escala continental y en masacres de gran envergadura” (35).
La justificación ideológica de tales cacerías eran dadas desde la época de Aristóteles, para quien existe un “arte de la caza que conviene emplear no solamente contra los animales, sino también contra los hombres que, nacidos para obedecer, rehúsan la servidumbre”. En el siglo XVI se desarrolló una teoría de la guerra justa y eficaz. Toda caza de hombres, nos recuerda Chamayou, supone una teoría de su presa. Un traductor del pensador clásico, el humanista español Juan Ginés de Sepúlveda, sacaba a colación la noción de los esclavos por naturaleza y de la caza como un arte de la guerra. Para él los indios son “gente bárbara e inhumana, extraños a la vida civil y a las costumbres pacíficas. Siempre será justo y conforme al derecho natural que esa gente sea sometida al control de los príncipes y naciones más cultivadas y humanas” (36).
La tesis iniciada por Aristóteles sería apoyada posteriormente por Francis Bacon (An advertisement touching a holy war, 1622), Voltaire y por Carl Scmitt. Hasta el filósofo Friedrich Hegel, ya en el siglo XIX hace responsables a los esclavos de su propio cautiverio al distinguir entre dominio/sometimiento. Para Hegel y su dialéctica, el esclavo lo es porque decidió vivir en la servidumbre antes que enfrentar la muerte para defender su libertad.
El fin de la caza de indios fue precipitado por el inicio de la primera y más grande red de gestión de ‘recursos humanos’, base material del capitalismo trasatlántico: la esclavitud.
En 1440 el portugués Antonio González en las costas de Guinea en vez de cargar su navío con pieles de lobos marinos lo hizo con un hombre desnudo que le resultó fácil capturar. De ahí siguió con varios más y regresó a puerto entre pieles de búfalo y huevos de avestruces con una nueva mercadería. Había comenzado la caza de negros y con ello, la constitución de un capitalismo trasatlántico. Chamayou comenta que se pactaron acuerdos militares y sociedades comerciales fueron fundadas, “el comercio de esclavos tuvo sus tarifas, bodegas, ritos y ceremonias” (48).
CAMBIANDO LA RELACIÓN CAZADOR-PRESA
La dialéctica del cazador y la presa generó una relación. “La dominación esclavista no nace de una lucha abierta sino de una relación desde un comienzo disimétrica”- comenta Chamayou (60). Así no sólo tenemos el desarrollo de un arte de la caza, sino además el desenvolvimiento de una psicología de los cazadores. Un imaginario cultural con conquistadores y cazarrecompensas que se enfrentan a una presa tan inteligente y hábil como los mismos perseguidores.
Pero la relación abre también una duda: ¿Como, al ser modelados por la relación de la caza, puede una conciencia perseguida sobrepasar su estatus de presa y comenzar un movimiento de liberación?
En las primeras décadas del sistema colonial esclavista el suicidio fue la salida. El vivir era hasta interpretado como un asentimiento tácito de la propia esclavitud. “El problema fundamental de la resistencia de los esclavos era salir de esa no elección, sobrepasar los términos de esa lucha impuesta”- comenta Chamayou. Se trataba de reconciliar la lucha por la libertad con la lucha por la vida (62).
Surgen así las grandes evasiones de esclavos, la mayoría de ellas tragadas por el silencio de la historia, En Brasil, en Estados Unidos, en las Antillas o en Haití la fuga fue la salida a una relación impuesta. El quilombo dos palmares en Pernambuco, Brasil o la revuelta de esclavos en Haití iniciada en 1791, tal vez fueron sus expresiones máximas.
Mas el poder esclavista respondió tomando mano de los mismos negros, muchos de ellos ex esclavos. Así surgen los homens do mato en Brasil o los runaway slaves en Estados Unidos.
La experiencia de los antiguos compañeros de infortunio fue aprovechada por los señores constituyendo los auxiliares adecuados en el grupo de los dominados, quienes dejaban de ser esclavos para transformarse en ayudantes de la caza. Dicha cuña del poder que rompe las solidaridades de clase será en el futuro el principal sustento ideológico de las policías y las fuerzas armadas. Los amos, por su parte, supervisaban la caza, “participaban de lejos, como un señor en una partida de caza, pero sin tener que ponerse al nivel de sus presas” (66). El desequilibrio de fuerzas era evidente: el amo jamás ponía en riesgo su vida, sino que “tiene el poder de poner en juego la vida de otros sin arriesgar jamás la suya propia” (68).
EL MEJOR AMIGO DEL HOMBRE
Leoncico era el perro de caza del conquistador Vasco Núñez de Balboa y llegó a tener derecho a la misma parte del botín que sus compinches humanos, aportando pingues ganancias a su amo. Tres siglos después un misionero francés describía uno de tales animales diciendo que “era un galgo admirable, adiestrado en la caza de indios, de una belleza y una inteligencia más que notable” (34). Eran las bestias de la cacería de humanos, los que fueron usados durante cuatro siglos en el nuevo mundo. En el Caribe entrenaban a los llamados ‘perros devoradores de negros’ como una raza específica.
Si el uso de perros expresaba la negación de una situación de combate de igualdad (73), el arte de la caza forzó un arte de la huida, tal como la liebre que vuelve sobre sus pasos para desorientar a los galgos, se trató de un “arte semiótico, del dominio de los rastros” (71).
Son momentos de inversión total de las relaciones. En 1802 en la revuelta de Haití los negros cimarrones obligaron a refugiarse en un fuerte a las tropas francesas. “La caza del hombre está marcada por esta inestabilidad fundamental: cuando la presa rehúsa seguir siendo tal y, dejando de huir, replica y persigue a su vez, la caza se convierte en un combate o una lucha”- comenta Chamayou (74). En esta ocasión y en varias más los dominados consiguieron desarrollar conocimientos que no eran privilegio de los cazadores. Los soldados franceses, aislados por sus antiguos esclavos, no tuvieron otra en 1802 que comerse a sus perros de caza como alimento.
LAS CAZAS DE POBRES Y EL NACIMIENTO DE LA POLICÍA MODERNA
El nacimiento de la policía moderna tiene su acto fundador en las redadas contra pobres y vagabundos en Europa del siglo XVII, primero con las leyes de pobres de la Inglaterra isabelina y luego en Francia en 1656 con la creación del Hospital General para “encerrar y alimentar ahí a los pobres” (79).
Se trataba de las primeras medidas para el control de la ciudad. Había que encerrar a los pobres y expulsar a los extranjeros. Chamayou comenta que “ayer como hoy, sino es posible erradicar la pobreza hay que hacer que los pobres sean invisibles. Pasar de la visibilidad acusadora, de la mendicidad errante, a la invisibilidad tranquila de la pobreza encerrada, esa era la función primordial de las cacerías de encierro” (83). El Estado caritativo también es un Estado cazador.
Pero la medida tuvo sus resistencias. En 1659 en París hubo 8 sublevaciones contra los ‘arqueros del hospicio’, los encargados de cazar a los pobres.
El encierro de los pobres y el trabajo forzado que se les asignaba perseguía fines más rentables: La formación de una masa de obra asalariada, dócil y atravesada por la noción del tiempo útil. Chamayou dice que “lo que en realidad estaba en juego en el trabajo forzado de los mendigos era la formación física y moral para el papel que la masa asalariada estaba llamada a representar. Esta vasta operación de cacería de pobres en realidad señalaba el acto de nacimiento del proletariado moderno” (85).
La operación también terminó por convertir a los pobres en una categoría peligrosa y la policía emerge así en su función actual. “En lo sucesivo la policía se presentará como el brazo de la justicia, el aparato de captura del poder penal”- recuerda Chamayou (86). La policía es la institución cazadora, el brazo cazador del Estado, ha monopolizado el poder de persecución legítima (89).
El desarrollo de la policía durante el siglo XIX recurre a la ciencia en su carrera por adquirir una institucionalidad. Surge así la antropometría de Bertillon, primer método de individuación desarrollado y que duraría hasta el uso de las huellas dactilares. “Se pasaría así de la caza empírica a la caza científica”- comenta Chamayou. Si la antigua caza operaba sobre la geografía, la nueva se cimentará sobre la antropología.
La caza policiaca produce así la prisión, una vasta fábrica de delincuencia. Con ese producto inmanente, la institucionalidad policial en nuestras sociedades está asegurada. Otro efecto son los fugitivos y los enemigos públicos número uno: John Dillinger o Jacques Mesrine son la personificación de las presas cuya captura asegura la potencia total del Estado en su coto de caza.
LA PERSECUCIÓN DE LOS JUDIOS
En febrero de 1945, en el crepúsculo de la guerra, unos prisioneros de guerra se evadieron del campo de Mauthausen. Las autoridades nazis convocaron a una vasta operación de varios días a la que convocaron no sólo a sus milicias, sino que también a la población local. La llamaron ‘Mühlviertler Hasenjagd’, o sea: cacería de liebres de Mühlviertler.
El ascenso del poder del nazismo en Alemania en 1933 se podría representar entre una batida de caza y un linchamiento. Los nazis supieron captar la potencia de movilización social de las cacerías antisemitas y xenófobas, que asolaron Europa desde la Edad Media y uno de cuyos primeros eventos brutales fue la Caza de los pastorcillos en 1320.
Los nazis convirtieron estas cazas en “el vector de su conquista del poder. Su estrategia era el golpe de Estado a partir del motín”- resalta Chamayou (123). De la noche de los cristales rotos de 1938 se pasó a las cacerías de Estado: “La caza de judíos dejó de ser desordenada y propia del motín y se convirtió en una actividad planificada, burocrática y centralizada”. Logro un nivel de perfección que ninguna multitud sanguinaria hubiera logrado aplicando “toda la frialdad metódica de una maquinaria estatal. De asesina, podía convertirse en genocida” (123).
No en vano, uno de los principales jerarcas del nazismo, Hermann Göring, adoraba su título nazi-nobiliario de Reichsjägermeinster (cazador de ciervos). El imaginario nazi planteo la caza animal como modelo de legitimidad para su violencia, el racismo de Estado. Así “el ‘derecho’ al genocidio está entonces planteado en la continuidad de una relación natural entre presa y depredador” (123).
LAS BATIDAS CONTRA EXTRANJEROS
Las cazas de extranjeros e indocumentados en la Europa actual se sientan en la ilegalización de personas, definida por el hecho de no tener papeles, o sea, los documentos oficiales como criterio de distinción social (129).
También opera el no tener derechos sociales, como acceso a la salud para los inmigrantes. Una caza cuyo coto es la inmensa burocracia de certificados estatales, hoy devenidos en complejos sistemas de rastreo de datos biométricos, como las tecnologías de control de la identidad como el fichero EURODAC, sistema de reconocimiento de impresiones digitales, repertorio en el que hoy aparecen más de un millón de indocumentados y solicitantes de asilo (135).
Chamayou observa que “hace mucho tiempo, hasta el primer tercio del siglo XIX; el Estado marcaba con un hierro al rojo a sus condenados para identificarlos en caso de fuga o reincidencia. Hoy día, con el régimen de identificación biométrica, ya no se marca a los condenados, ya que la marca se ha convertido en el cuerpo mismo”.
Pero como toda caza anterior, también tiene sus resistencias. Y estas ocurren en el territorio del cuerpo propio: en Calais los inmigrantes se mutilan la punta de los dedos borrando sus huellas digitales.
Mauricio Becerra Rebolledo
@kalidoscop
El Ciudadano
LEA ADEMÁS: LA HISTORIA DEL QUILOMBO DOS PALMARES: UN TERRITORIO LIBRE HECHO POR LOS ESCLAVOS FUGITIVOS EN BRASIL