La semana pasada un menor de 16 años le robó el celular a un viejito. Mal. Pero fue capturado por la sociedad civil, lo amarraron a un poste, lo desnudaron, lo envolvieron con papel alusa, lo golpearon y lo humillaron. Corta.
El chico está en libertad ya que nadie realizó una denuncia formal por el robo.
Sin embargo, ¿qué nos dicen estos actos, de nosotros mismos como cultura?
Mientras en Europa tiran a los políticos a la basura, nosotros nos dedicamos sistemáticamente a vulnerar a los más débiles y es que la tortura, como práctica, está validada históricamente y no estamos hablando únicamente del proceso de dictadura (donde sólo los afectados parecían ver lo que estaba sucediendo), sino de todo el proceso constitutivo de la historia de Chile. Y más aún, la tortura está naturalizada en el interior de los hogares, donde los niños sufren castigos físicos que van mucho más allá de un par de palmazos en el poto, y las mujeres son golpeadas brutalmente y asesinadas por sus parejas. Somos una cultura castigadora, en donde la impunidad está instalada y validada por políticas gubernamentales en donde los derechos humanos no son más que palabras de buena crianza para proyectar una buena imagen país, pero que realmente en la práctica no se educa, potencia ni fiscaliza en torno al tema.
Es sorprendente ver los comentarios de la gente en las publicaciones que se han hecho respecto a este caso puntual.
El sentimiento colectivo que se expresa en las redes tiene algunos ejes centrales que se pueden detectar muy rápido:
1.-Necesidad de justicia que el poder judicial no satisface.
2.-Alegría porque la gente está reaccionando de “manera solidaria” ante la desgracia ajena.
3.-El establecimiento de un juicio crítico en términos valóricos respecto del accionar delictivo del joven a través de lo cual, se manifiesta la superioridad moral de quien comenta.
Ante la exposición de la idea de que el joven es una víctima social por haberse desarrollado sin oportunidades, en un ambiente de exclusión social y de vulnerabilidad, la gente expone que hay otros jóvenes que se han sobrepuesto a esas condiciones para desarrollarse de manera honesta. Y nuevamente vemos quienes dan sus propios ejemplos de vida para destacar y ensalzar las historias de superación y de superioridad valórica frente a la delincuencia.
Delinquir en alo. Eso está claro. La solidaridad a favor de quien se encuentra en desgracia también está muy buena. La superación es excelente, sin embargo eso no es lo que está en tela de juicio a la hora de exponer un caso tan brutal como este. El asunto es cómo, si nos situamos como sujetos de valor, somos capaces de cometer una tortura pública y no condolecerse ante esta situación. Es más, a través de las imágenes uno puede ver el disfrute de quienes participaron de este hecho puntual, al más puro estilo circo romano, sin entender de que, a pesar de que el chico cometió un acto delictivo, sigue siendo una persona que es un sujeto de derechos. A través de actos como este, colectivamente, lejos de convertirnos en justicieros, nos volvemos delincuentes y torturadores; y deshumanizamos al otro por ser un delincuente, sin darnos cuenta de nos volvemos más salvajes a nosotros mismos.
La delincuencia es más vieja que sentarse en el poto. Y hay diversas manifestaciones de la delincuencia que no se dan exclusivamente en el mundo del hampa y que son muchísimo más peligrosas. Ya lo hemos visto a nivel político con el caso Penta, Inverlink, MOP Gate y podría seguir. Que no nos afecten directamente a nivel personal, de acuerdo, pero estamos hablando de mucho más que un celular y nadie va a empelotar a los empresarios ni a quemarles las empresas. Y es más, las AFP si nos roban directamente. Hay gente que ha perdido millones de pesos de la plata que obligatoriamente el Estado nos impone ahorrar para nuestras jubilaciones, con la promesa de “una buena vejez para cuando ya no podamos trabajar”. Estas instituciones son un asalto brutal y amparado por el Estado, que sí nos afecta a cada uno de nosotros y nadie tiene las pelotas para hacer algo al respecto. Ni siquiera para protestar.
Recientemente, los congresistas se han aumentado el sueldo en 3 veces el valor de un sueldo mínimo, sin embargo, el fracaso del control de la delincuencia, de la seguridad social y de las oportunidades, es de ellos.
Somos una sociedad muy valiente para enfrentar a un joven de 16 años que roba un celular a un viejo; sin embargo, a la hora de enfrentar al patrón, decimos “sí jefe” y los días de elecciones vamos sumisos a votar, creyendo ilusamente que estamos votando por “el mal menor”.
Los medios de la derecha son tendenciosos, criminalizan siempre a los que exigen mejoras y reformas. Lo hemos visto con los estudiantes, con los pescadores, con los deudores habitacionales, con las protestas espontáneas que se vieron en el metro. Ellos manejan la opinión pública y los espectadores repiten los prejuicios de los presentadores de la TV, como si ganaran los mismos sueldos.
Tenemos que ver que somos un país que ha sido constantemente golpeado por políticas que nos pasan por encima de la cabeza, que estamos cansados, violentados por una macroeconomía para la que somos mano de obra barata, que nuestros impuestos (que son altísimos) no nos garantizan nada, que somos parte de un Estado muy hostil con su población para proyectar hacia el exterior una imagen de país exitoso y eso nos ha traído un costo altísimo en cuanto a calidad de vida. Estamos con un nivel de agresividad muy alto a flor de piel (es cosa de andar en transantiago o de ir a un consultorio de salud pública para verlo) y es entendible porque somos víctimas. Pero no por eso podemos volvernos victimarios.
Y los Carabineros, que supuestamente deberían defendernos, lejos de velar por el bienestar de la gente, se prestan sistemáticamente para perseguir, reprimir y criminalizar los movimientos sociales y generalmente están ausentes o se tardan demasiado en presentarse ante eventos como lo son los robos de casas, de vehículos, asaltos, etc.
La delincuencia es mala. En eso estamos todos de acuerdo. Pero hay que jerarquizar la delincuencia y saber detectar dónde están realmente los que nos tienen en este nivel de inseguridad y desamparo, incluso frente a los delincuentes de calle.
El tráfico de influencias (pituto), La delincuencia de cuello blanco, las estafas, y el mismo mercado en su expresión más dura (como los intereses abusivos que nos imponen las tarjetas), son actos delictuales mucho más aberrantes, pero de gente que no está excluida, ni en situación de vulnerabilidad de buenas a primeras. Frente a estas personas, no somos capaces de reaccionar. Sin embargo somos muy valientes para castigar al que ya ha sido históricamente castigado.
En Twitter: @AngelaBarraza