En la desaparición del matemático ruso-estadounidense Boris Weisfeiler Bernstein convergen dos palabras: impunidad y misterio. Impunidad, porque el presidente de la Corte de Apelaciones de Santiago, Jorge Zepeda, argumentó que estaba frente a un delito común, aplicó la prescripción y liberó a ocho carabineros y militares que estaban procesados por secuestro y asociación ilícita. Y misterio, puesto que aún ronda el fantasma de un críptico informante que llegó a vincular el caso con Colonia Dignidad.
Habiendo buscado la verdad por más de 30 años, Olga Weisfeiler insiste en que su hermano fue víctima de un crimen de lesa humanidad. El abogado que la representa y que ha llevado causas contra Dignidad, Hernán Fernández, piensa que el fallo de Zepeda se opone a toda jurisprudencia humanitaria.
La existencia de pactos de silencio, archivos de la CIA y la CNI guardados bajo siete llaves, y redes de protección que arrastran a la cúpula militar del general Augusto Pinochet, serían los obstáculos que impiden esclarecer lo que sucedió un día de verano de 1985, durante la caminata del académico norteamericano a San Fabián de Alico, en la Región del Biobío.
EL SECUESTRO
Aprovechando sus vacaciones como profesor de la Universidad Estatal de Pensilvania, Boris Weisfeiler aterrizó en Chile desde Nueva York y llegó en bus a la ciudad de Los Ángeles el 25 de diciembre de 1984. Lo hizo prácticamente solo y en una fecha importante. La navidad mantenía a gran parte de los chilenos compartiendo en sus hogares.
Este aficionado excursionista de origen judío, con aparentemente escaso conocimiento del idioma castellano, alojó en un hotel, presentándose como experto en alta montaña y buscó orientación para dirigir su camino a través de las sinuosas y bellas áreas cordilleranas del Biobío, rumbo a Chillán.
Se encaminó firme por el sector fronterizo, topándose con un campesino de nombre José López Benavides en la veranada de Valle Hermoso. Ambos pernoctaron una noche. Boris prometió enviarle un regalo desde EEUU de la forma en que acostumbraba a hacer para rendir tributo a la hospitalidad de los extraños.
A la mañana siguiente, el turista de 43 años tomó un camino distinto al de José para intentar cruzar el río Los Sauces y dirigirse a San Fabián. Caminó varios kilómetros y, antes de llegar a las aguas del río, se topó con Luis López Benavides, hermano del amigo que había hecho la noche anterior. Luis, a diferencia de José, pensó mal. Concurrió de forma inmediata a dar cuenta al Retén de Carabineros El Roble sobre la extraña presencia de un sujeto con vestimentas de color verde oliva, similares a las de un militar.
Según las declaraciones y documentos adosados al proceso, una vez recibida la alerta de Luis, los funcionarios de El Roble pensaron que Boris era un espía argentino o un “subversivo” de izquierda. Según estableció en 2012 el juez Zepeda en el dictamen que procesó a los uniformados, los carabineros detuvieron a Weisfeiler y extendieron ilegalmente su privación de libertad, ocultándolo con el asesoramiento de una patrulla del Ejército que merodeaba el sector para fiscalizar los hitos fronterizos.
LA EMBAJADA INVESTIGA
Olga Weisfeiler, quien conversó con El Ciudadano durante una visita a Santiago de Chile a inicios de abril, dice haber sufrido una decepción tremenda cuando leyó la última resolución de Zepeda en la que cambia radicalmente de opinión y absuelve a los carabineros y militares acusados.
En la sentencia del 16 de marzo de 2016, el magistrado indicó que las instituciones policiales “emplearon una genuina labor profesional investigativa» en la primera causa penal que sustanció el Segundo Juzgado del Crimen de San Carlos, tribunal que estimó creíble la versión de un supuesto ahogamiento de Boris que absuelve a terceros.
“Yo cambiaría lo de investigación profesional por encubrimiento profesional. Ese encubrimiento alcanzó a autoridades de gobierno, a generales de Carabineros y de inteligencia”, dijo Olga.
La primera explicación que en 1985 Carabineros entregó al consulado estadounidense en Chile, empujado a investigar los hechos ante la presión de los colegas del matemático en Pensilvania y su hermana, quien residía en Moscú, fue que Boris había sido arrastrado por la corriente del río Los Sauces.
La avanzada policial, encabezada por los funcionarios Jorge Cofré Vega y Eustaquio Soto Vásquez, afirmó que en el primer rastreo habían encontrado profundas huellas de bototos como los que usaba el desaparecido en un sector conocido como el Vado Viejo. Según dijeron, las marcas se perdían en el río, como si el estadounidense hubiera intentado cruzar a pie.
Lo que no calzaba en este relato es que a sólo metros del lugar había un carro andarivel plenamente visible, utilizado frecuentemente por lugareños para atravesar el río. La existencia de este medio de transporte era conocida por Weisfeiler, ya que José, el primer campesino que se topara con el extranjero en Valle Hermoso, le había hecho el comentario.
Quien controlaba las llaves del carro era Marcial Sandoval Concha, sin el permiso del cual, nadie podía pasar.
En el proceso, Sandoval figura como alguien que “tenía vínculos con Carabineros de El Roble” y personal de Ejército, según la declaración que hiciera el ex suboficial Héctor Aedo Soto al ministro Zepeda en 2012. De acuerdo a este relato, Marcial ofreció alojamiento a los militares que posteriormente se toparon con los carabineros implicados en la confusa detención del norteamericano.
LAS MUERTES
De acuerdo a lo señalado en el expediente judicial por Luis Troncoso Verdugo y Pablo Vergara Mieres, ambos integrantes de la Central Nacional de Informaciones (CNI), agentes chillanejos del organismo represor también se hicieron presentes en el lugar para “investigar” el extravío de Boris Weisfeiler. Carabineros les informó que “habían encontrado una mochila con documentación de un ciudadano”.
Troncoso y Vergara, ambos procesados en 2015 por el homicidio del mirista Rolando Angulo, dijeron “no recordar” la identidad de los agentes que intervinieron en el procedimiento.
El aviso del supuesto hallazgo de la mochila que Boris portaba al momento de desaparecer lo dio, a mediados de enero de 1985, un sujeto de nombre Aladino Contreras. Primero dijo haberse topado con la mochila fuera del agua, abierta, dando la impresión de haber «sido registrada previamente”. Luego, en 2007, cambió su versión: apuntó a que había visto el bolso flotando en el río.
Agregó que, al día siguiente de tener la pertenencia de Boris en sus manos, un grupo de policías de verde, encabezados por el entonces capitán de la Subcomisaria de San Fabián de Alico, Guillermo Fernández Catalán, chequeó los objetos que traía el estadounidense, no encontrando su pasaporte pero sí la VISA y su licencia de conducir. Según Aladino, también se halló una nota con la dirección de José López Benavides, a quien Boris enviaría instrumentos de pesca desde EEUU.
El real destino del pasaporte continúa siendo un enigma hasta el día de hoy. Más todavía lo que ocurrió meses después con Luis López Benavides, hermano de José. La esposa de Marcial Sandoval, controlador del andarivel, lo encontró colgando de la misma cuerda que ayudaba a cruzar el río Los Sauces en mayo de 1985. La conclusión oficial: suicidio por motivos pasionales.
Los hechos anteriormente descritos provocaron inquietud en el personal diplomático estadounidense de calle Agustinas. Meses antes, un llamado de Carabineros al cónsul Edward Arrizabálaga había arrojado una luz de esperanza. Pero con el pasar del tiempo, la noticia sólo vino a confirmar las sospechas de que algo olía mal.
“En febrero de 1985, poco después de la desaparición de Boris, encontraron un cadáver en el río, un tipo que supuestamente se ahogó. Cuando un funcionario de la Embajada fue a hablar con el juez y la policía, ellos le presentaron a este hombre como Boris, pero no tenía huellas. La embajada ya había discutido sobre el ataúd que usarían para llevarse el cuerpo, y de repente apareció un sujeto (Ramón Ponce Alarcón), diciendo que el cadáver correspondía a su hermano”, recordó Olga Weisfeiler en conversación con este medio.
Otro hecho de importancia llegó a oídos del gobierno de EEUU en esos días: un secreto que mantendrían en reserva por más de 10 años.
APARECE «DANIEL»
En algún punto de 1987, un extraño sujeto que decía pertenecer a las Fuerzas Armadas chilenas tomó contacto con funcionarios de la embajada de EEUU en Santiago para contar detalles inéditos sobre el caso Weisfeiler.
Bajo el seudónimo de “Daniel” relató que a inicios de ese año había participado en la detención de un norteamericano de origen ruso, dando cumplimiento a una orden militar que disponía resguardar los perímetros de la Colonia Dignidad, el “estado independiente” de inmigrantes alemanes, dirigido por el pederasta nazi Paul Schäfer, que se relacionaba con altos personeros del régimen de Pinochet, entre ellos el propio Manuel Contreras, ex jefe de la DINA.
Según “Daniel”, la cúpula del enclave esperaba en esos momentos la visita del conocido científico hitleriano Joseph Mengele, quien oficialmente había muerto en Brasil a inicios de 1979. Supuestamente, la llegada del también llamado “Ángel de la Muerte” era seguida de cerca por un comando del servicio de inteligencia israelí Mossad, cuyos integrantes habían tomado posiciones estratégicas en días previos a fin de capturarlo, tal como habían hecho con el ex teniente de las SS Adolf Eichmann en Argentina, años antes.
La increíble historia se conectaba de alguna manera con lo ocurrido a Boris, puesto que “Daniel”, aseveró, había capturado al extranjero en compañía de otros soldados justo en el sector de Vado Viejo, donde las presuntas huellas encontradas por Carabineros se perdían. Luego de eso, agregó, lo habían llevado a Colonia Dignidad, poniéndolo a disposición del mismísimo Schäfer, quien ordenó torturarlo pensando que era un “espía judío”.
Según esta versión, el pasaporte de Boris fue enviado a un cuartel de la CNI ubicado en Santiago, lo cual explicaría por qué no fue hallado en la mochila que Aladino indicó haber ubicado por casualidad.
Aunque algunos pasajes del relato eran consistentes, la embajada dudaba. Y no sólo ellos. El abogado Sergio Corvalán, y el padre del actual ministro de Bachelet, Máximo Pacheco, quien ejercía como vicepresidente de la Comisión Chilena de DDHH, pensaron que el supuesto testigo había sido enviado por la inteligencia militar chilena para empantanar la investigación, mezclando realidad con hechos ficticios.
Esta habría sido una de las razones por las que EEUU decidió no presentar a la justicia el testimonio de “Daniel” hasta el año 2000, cuando optó finalmente por desclasificar una porción de los archivos que mantenía guardados sobre el caso.
Pero también puede haber existido una razón más siniestra para ocultar antecedentes que podían dañar a Schäfer y su séquito de colaboradores.
Como plantea el periodista Carlos Basso en su libro “El último secreto de Colonia Dignidad”, editado en 2002 por la Editorial Mare Nostrum, una vez comprobada la historia de “Daniel” como cierta, aquello podría haber complicado no sólo las relaciones de EEUU con Chile, sino perturbado las que existían entre la Agencia Central de Inteligencia norteamericana (CIA) y algunos alemanes que habían pasado por Dignidad, como Gerhard Mertins, un traficante de armas vinculado al escándalo Irán-Contras.
LA CIA APUNTA A LA CNI
Resulta incomprensible la posibilidad de que el organismo de inteligencia de EEUU haya hecho sólo un informe sobre el caso Weisfeiler. “Pienso que algunos documentos fueron dejados atrás. No sé lo vitales que puedan ser, pero creo que existen”, dijo la hermana de Boris a El Ciudadano.
Lo que se incluyó en la desclasificación del año 2000 es sólo un cable secreto de la CIA que no tiene fecha y reproduce información revelada por una fuente de la Agencia que incrimina directamente a los carabineros procesados y a efectivos de la policía secreta de Pinochet.
“La fuente afirmó que entre los muchos grupos que se enviaron para buscar a Weisfeiler después de su desaparición, había un grupo de agentes de la CNI de Chillán. La fuente calificó a esta gente de la CNI como ‘delincuentes y asesinos’. La fuente dijo que estuvieron entre los primeros en rastrear la zona. Cree que fueron enviados para limpiar el área de cualquier evidencia que pudiera indicar que Weisfeiler había sido asesinado”, versa el documento.
Más adelante, agrega que el mismo equipo pudo haber sido mandado al lugar para “plantar evidencia, como la mochila de Weisfeiler”.
El cable, en otro de sus párrafos, desestima la historia contada por “Daniel”. Respecto de él, afirma, se generaron dudas cuando asistió a un singular evento acompañado por una persona vinculada a la embajada de EEUU. Señalado en otro documento desclasificado como el “funeral de un prominente general chileno”, a la ceremonia habían asistido, de seguro, “agentes de la CNI o de otros servicios de seguridad”, por lo que no calzaba que “Daniel” se expusiera a tanto si realmente temía por su vida.
“En el peor caso, podría haber sido ‘lanzado’ por la CNI para distraer y confundir la investigación de la embajada sobre el caso. Con sus argumentos (borrado) no ha dañado la reputación de CD (Colonia Dignidad) más de lo que ya han hecho varios individuos y organizaciones a través de los años”, puntualiza el documento.
Lo indiscutible es que si “Daniel” era parte de una maniobra disuasiva, necesariamente debió existir una mente detrás de la operación. El enigma nunca podrá ser aclarado mientras la justicia no logre determinar la verdadera identidad del informante, el cual, pese al tiempo transcurrido, no ha sido ubicado.
Olga Weisfeiler piensa que este extraño personaje continúa siendo fundamental para la investigación y constituye la pieza clave para entender la desaparición de su hermano como un caso de derechos humanos. “Aparentemente, el juez Zepeda no fue capaz de descubrir quién era”, se lamentó. Y de sus propias conclusiones agregó: “pienso ‘Daniel’ que está muerto”.
Tanto el abogado Hernán Fernández como el Programa de DDHH del Ministerio del Interior apelaron a la sentencia dictada por el juez Jorge Zepeda que absolvió a los acusados.
El Ciudadano pidió conversar con el magistrado, pero se informó que él “no está dando entrevistas”.