Descubrí a Daniela Portillo en la barda que rodea al Zócalo de la capital. Vi su nombre junto a unas fotografías que colocó el colectivo Voz de los desaparecidos: fotos nostálgicas y duras, con gente que ha luchado y lucha por recuperar a sus seres amados, que ha tenido que lidiar con una sociedad escandalizada que no hace nada, con autoridades que crean comisiones de búsqueda, pero que han olvidado lo que es la empatía.
Me comuniqué con Daniela vía Twitter, le pedí una entrevista para que nos contase de su proyecto Nos queda de ti: una serie fotográfica la cual recuerda que las personas desaparecidas no son números que suben o bajan en una gráfica, sino humanos, seres que dejan una huella con su ausencia.
Daniela nos invitó a su casa para poder ver unas pruebas de impresión del proyecto y platicar sobre éste.
Daniela Portillo es una fotoperiodista con una trayectoria de ocho años en el medio periodístico; actualmente trabaja en el periódico Síntesis y en la revista de ámbito social Rostros.
Las historias de vida de personas que necesitaban ayuda, presentadas en los noticieros locales de televisión, despertaron desde niña el interés de ser ella quien les diera voz a aquellos que no siempre son escuchados. Su objetivo principal es registrar la verdad, documentar los problemas de la sociedad y hacer un llamado de empatía sobre ello.
Guadalupe Juárez, periodista
En 2019 comenzó a retratar familiares y seres queridos de mujeres desaparecidas, con la idea de visibilizar ciertos aspectos humanos de estas personas, de su dolor y la ausencia que las víctimas han dejado en ellos.
El proyecto en palabras de Daniela
–¿Nos puedes platicar un poco sobre el proyecto Nos queda de ti?
Originalmente yo iba a participar en la colección colectiva con unos compañeros, no fui muy afín en cuestión de la organización y algunas ideas, entonces, como ya había empezado el proyecto decidí continuarlo de manera independiente. El tema original era la mujer.
A raíz de que yo vi unos documentales, y gracias a la misma cobertura del día a día me causaba mucha sensibilidad el tema de los familiares de personas desaparecidas y de víctimas de feminicidios. Puebla es uno de los estados con mayores índices de violencia de género. [Desafortunadamente Puebla es uno de los seis estados mexicanos que concentran el 62 por ciento de las niñas y jóvenes desaparecidas a nivel nacional].
Tenía esta inquietud porque, a pesar de la violencia que sufre la mujer al ser víctima de agresiones, los familiares son los que se viven este dolor, viven en un viacrucis eterno. Nadie se fija en eso. [Noto un tono que oscila entre la resignación y el coraje].
Las cifras de feminicidios, de desapariciones, se vuelven un número, dejamos de humanizarlo y no tenemos presente la dimensión de lo que eso significa para algunas personas en su vida diaria: mucho dolor ante una pérdida irreparable. [Su mirada ve arriba como buscando el cielo, pero se topa con el techo y la realidad de un país en el que faltan más de 86 mil personas].
–¿Cuál fue tu proceso para encontrar a la gente que retrataste?
En algunos casos ya los conocía, al ser casos ya conocidos por los medios, se vuelven temas públicos. Algunos compañeros tenían contactos de familiares, otros los encontré en la calle, marcando a los letreros de SE BUSCA, buscando en las redes sociales, en notas periodísticas o incluso en comunidades. Buscar algún vínculo conocido.
Me enteré de muchos casos, no todos quisieron participar por miedo, por esa necesidad de querer rehacer su vida. A muchos se les complicaba: muchos se han vuelto el sustento de los hijos de estas chicas, entonces les era muy complicado.
El proceso de investigación, bueno, [se le quiebra un poco la voz y los ojos pronostican precipitaciones] el hecho de estar leyendo constantemente casos de este tipo, estar escuchando las historias requiere de un trabajo personal importante.
Tener la capacidad de controlar las emociones, en estos casos, es difícil. Era leer, investigar, llamarles y escucharlos de nuevo, a pesar de que ya había leído sus casos, tomar las fotos. Fue un poco complicado.
–¿Cómo surge la sinergia de imágenes tuyas y textos de Guadalupe Juárez?
Guadalupe Juárez es mi mejor amiga. Ella ha crecido bastante en los medios impresos y digitales, hace crónica, edita, un montón de cosas, de hecho, pronto va a entrar a El Universal. [Guadalupe es una periodista poblana dedicada a la investigación de temas sociales, ella desarrolló los textos que acompañan la obra de Daniela].
Siempre hemos tenido este gusto por trabajar juntas con los temas sociales, tratar de darle la voz a personas que a veces no la tiene, aportar un poco con las herramientas que tenemos.
Ella me acompañó en algunos casos, me ayudó a conseguir algunos contactos. Fue una pieza importante, sobre todo me ayudó a convocar a medios cuando se expuso por primera vez en la Casa de la Cultura. Fuimos haciéndolo de la mano, pero fue más una investigación mía.
–¿Cuándo se expuso por primera vez?
En febrero del 2020. Me tardé unos seis meses en hacerlo. Estuvo en Casa de la Cultura aproximadamente un mes. Había una idea de mover la exposición. en escuelas, en la calle: la finalidad es humanizar las pérdidas y la empatía, no tanto mostrar mis fotos.
No nos cuesta nada compartir un letrero en redes, fijarnos en la calle, si sabemos de alguien que viva algo similar ver el modo de apoyarle. Hacer conciencia como sociedad, cuestionarnos ¿Qué métodos tomo para cuidarme? ¿Si alguien pasa por algo así cómo lo puedo ayudar?
[La idea de la exposición original que nos cuenta Daniela era poder invitar a gente con asociaciones altruistas, con fundaciones y poner el tema en la mesa. No todo el mundo piensa como Daniela, a muchos les salta la vena del ego y se olvidan del proyecto que cargan.
Debido a la pandemia, se ha desfasado la prioridad en materia de desapariciones, sectores como salud han acaparado recursos; pero claro que es un tema doloroso y vigente que necesita la atención de las autoridades].
–¿Cómo fue que diste con el colectivo Voz de los desaparecidos?
Me parece que cuatro, sino es que ya todos los casos son de ellos. Empezó a crecer mucho el colectivo, entonces le llamé a María Luisa [Nuñez Barojas, fundadora del colectivo] y me ayudó a que los familiares me dejaran entrar.
En esta ocasión que se vuelve a exponer [en el Zócalo] porque ellos tenían la intención de hacer un muro diferente, aprovechando que cerraron el Zócalo. Ya teníamos el contacto, la confianza: una de las chicas que yo contacté se unió al colectivo, ella sugirió que se expusieran las fotografías.
Me contactaron y se hizo otra impresión bastante más sencilla, por lo mismo de que están en la calle.
[Le comento a Daniela que, aunque da gusto que la gente encuentre colectivos como el de Voz de los desparecidos, es un sentimiento agridulce. Ya que, si bien reúne a gente con intereses y sufrimientos similares, el aumento de aliados significa que el sistema sigue fallando].
–¿Tienes en mente algún otro proyecto similar?
Quisiera ir en la misma línea, pero ahora enfocada en el género del hombre. Claro que las causas de desaparición o muerte son totalmente distintas, pero también es un problema. También hay números grandes.
Sin embargo, sí fue un trabajo muy desgastante emocionalmente; creo que uno necesita estar más preparado para poder dominar este tipo de temas por las emociones. Por ahora lo contemplo, pero no lo he empezado a trabajar.
Lo que ha dejado Nos queda de ti
Al terminar de entrevistarla escucho como el tono de voz de Daniela ha cambiado, sus decibeles revelan la contención de lo que parece ser llanto. Nos presta las impresiones de sus fotos y en lo que nos las muestra, nos platica un poco de los casos que va recordando.
Sus ojos parecen una presa acuática a punto de ceder. Nos cuenta lo complicado que es lidiar con este tipo de temas, no tiene que decirlo, se nota que es una persona sensible, comprensiva, atenta, hasta nos da pequeños consejos sobre fotoperiodismo (quizás hasta sin darse cuenta) y nos ofrece un vaso de agua.
Mientras nos narra parte de las historias me percato de la vivencia con que cuenta cada caso, con el mismo timbre y palabras prestadas que ha vuelto suyas. No habla de píxeles materializados por la tinta de una impresora, ni de amarillismos típicos de estos temas: habla de gente con corazones que laten y sufren, de mujeres que han dejado un vacío en la vida de quienes las aman.
Además de retratar sus casos, Daniela devela otras problemáticas que tampoco son resueltas ni atendidas por las autoridades, como lo son: la trata de blancas, la reinserción social de una persona localizada, la falta de un programa de apoyo a las familias que han perdido también su sustento económico, por nombrar algunos. Puebla es sólo una muestra de la situación nacional en materia de desaparecidos, personas no localizadas y autoridades que no cumplen con su deber.
¿Qué nos queda de Daniela Portillo?
Una fotoperiodista con excelencia humana, una mujer valiente que se adentra, de forma simultánea, en demonios ajenos y propios, un ser humano que no sólo ve números: ve rostros, ve historias de vida, ve al otro, al invisibilizado, al desaparecido.