El 11-S chilensis y el 11-S yanqui: La Mano dura de Estados Unidos

Medio centenar de países conocen de las operaciones desestabilizadoras de la Casa Blanca

El 11-S chilensis y el 11-S yanqui: La Mano dura de Estados Unidos

Autor: Cesarius

Medio centenar de países conocen de las operaciones desestabilizadoras de la Casa Blanca. Éstas prosiguen en casos como Irak, Cuba, Libia, Venezuela, Afganistán, lo que incluye cárceles secretas y financiamientos hostiles. Golpe de Estado de 1973 y ataque a Torres Gemelas en Nueva York, hitos de las oscuras conspiraciones.

Son 50 países donde Estados Unidos, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, intervino para derrocar a gobiernos. La cifra sigue en aumento en estos meses, considerando las operaciones contra Venezuela, Cuba, Irak, Libia, Siria y Afganistán.

En América Latina, Argentina, Belice, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, El Salvador, las dos Guyanas, Granada, Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela, fueron o son blancos de las asonadas desestabilizadoras y golpistas planeadas y materializadas por administraciones estadounidenses.

En ese tránsito de la política de la Casa Blanca, Chile fue considerado un objetivo por el gobierno de Richard Nixon. Cuando el socialista Salvador Allende asumió en La Moneda, el jefe de la Casa Blanca sentenció: “Hay que hacer chillar a la economía chilena”. Luego ordenó un severo bloqueo y el desarrollo de actividades desestabilizadoras que culminaron con el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.

En octubre de 1970, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) planteó que “es una política firme que Allende debe ser destituido por un golpe”. Los conspiradores estadounidenses iniciaron el despliegue en Santiago y tomaron contactos con personeros de la derecha y empresarios, incluyendo a Agustín Edwards, dueño de El Mercurio, que en esos tiempos se instalaba en territorio de Estados Unidos y respaldaba acciones golpistas como quedó demostrado en documentación histórica y periodística.

Millones de dólares fueron utilizados en la campaña y la mantención de aquellos grupos que sabotearon la economía y la sociedad chilena, como lo demuestran los documentos secretos de la CIA que han sido desclasificados en los últimos años.

Para Sergio Grez Toso, doctor en historia y docente de la Universidad de Chile, el golpe de Estado “significó una reordenación del modo de dominación capitalista pasando del Estado benefactor, keynesiano, con base en un pacto social que existía desde mediados de 1930, aproximadamente -aún cuando sus raíces se encuentran a lo menos 10 años antes a partir de la Constitución de 1925, pero eso tardó bastante tiempo en implementarse-, a un Estado neoliberal, excluyente, fruto de una dictadura terrorista que encabezó Augusto Pinochet. Por otro lado significó una derrota histórica, de grandes proporciones, de la clase obrera, de los trabajadores, de los sectores populares, derrota propinada por las fuerzas hegemónicas que lograron el poder en septiembre de 1973 y que era una de las condiciones para esta refundación de tipo capitalista”.

Grez agregó que “además de subrayar el hecho de las violaciones masivas a los derechos humanos, hay que indicar que esta fue la condición sine qua non para esta refundación capitalista. Sin esta política sistemática de terrorismo de Estado, no hubiese sido posible instaurar un régimen neoliberal tan extremista como el que se instaló en Chile a partir del régimen de Pinochet. De lo contrario, dadas las características del movimiento obrero y popular, de las posiciones que habían conquistado los sectores populares, era prácticamente imposible revertir esas conquistas y proceder a esta refundación tan radical de este modelo de dominación capitalista en Chile”.

CIA: “VAMOS A INTERVENIR”

Efectivamente, para el jefe de la sección América Latina de la CIA en los años 80, Duane R. Clarridge, Pinochet fue un salvador que provocó un milagro económico reconocido mundialmente por organismos como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). En entrevista con el periodista australiano John Pilges, publicada en el documental “La guerra contra la democracia”, Clarridge justificó la política de intervención en Chile y otros países. “A veces, lamentablemente, las cosas deben cambiarse de manera distinta”, afirmó, al tiempo que desconoció los miles de muertos que provocó la acción de su país contra Chile. Sostuvo que la documentación de los organismos de derechos humanos para develar las atrocidades de la dictadura, son “basura y una sarta de mentiras”. Añadió: “Vamos a intervenir donde la seguridad nacional lo determine. Si es por nuestros intereses, lo vamos a hacer”.

En esa línea, no sorprende una comunicación salida desde la CIA en Santiago al momento del derrocamiento de Allende, que señaló: “Golpe de Estado en Chile concluido a la perfección”.

Años después, una investigación del Senado de Estados Unidos determinó la participación directa de la CIA y otras entidades de ese país en las operaciones de desestabilización y conspiración contra el gobierno chileno y los apoyos al golpe de Estado, promovido sin más por Richard Nixon. Chile pasó así a engrosar la lista de naciones intervenidas y gobiernos derribados por la Casa Blanca.

No fue ni es sólo Chile. En Venezuela, por ejemplo, el gobierno de Estados Unidos entregó a fines de 2001 y en marzo de 2002, dos millones de dólares a grupos que impulsaron la caída del presidente Hugo Chávez. Sobre este caso, Roger Noriega, asistente de la Secretaría de Estado, entre 2003 y 2005, reconoció la entrega de esos recursos a la oposición venezolana a través de la National Endowment for Democracy (Fondo Nacional para la Democracia), calificada por el ex presidente George W. Bush, como asistencia para la “agenda de la libertad”.

Durante las 28 horas que Chávez estuvo arrestado por grupos golpistas en abril de 2002, varios empresarios y personajes de la derecha recibieron recursos de ese fondo y ocuparon cargos en el efímero gabinete golpista.

A ello se suman los 20 millones de dólares aprobados por EE.UU. para la “asistencia de la democracia” en Cuba, dinero que va directo al bolsillo de contrarrevolucionarios que buscan agredir y desestabilizar al gobierno de la isla y denuncias contra penetraciones estadounidenses contra las administraciones de Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador.

Sobre estas acciones, el historiador Sergio Grez indicó que “es una estrategia muy bien concebida, planificada, articulada y ensayada en numerosas ocasiones. Tal vez sea Chile el caso en que esto se articuló de la manera más completa, más sistemática y más ‘científica’, puesto que todos los elementos confluyeron en la planificación y la ejecución del golpe de Estado. Fue un modelo paradigmático para que otras experiencias se desarrollaran de acuerdo a esas características”.

CRÍA CUERVOS

Pero ¿qué sucede cuando esas operaciones se transforman en arma contra quien las ideó? Así sucedió con Osama Bin Laden, el rico saudita que encabezaba una red (en árabe, Al Qaeda) con el respaldo de los Estados Unidos y los paquistanís, para enfrentar a los soviéticos en Afganistán, en los 80. Concluida esa guerra, Bin Laden y sus seguidores lanzaron su yihad contra sus financistas y mentores. Ya no coincidieron en objetivos de guerra.

Una ruptura llena de episodios oscuros y que tuvo como hito el ataque a los edificios emblemáticos de Nueva York el 11 de septiembre del 2001. A partir de allí se tejieron informaciones, datos, especulaciones, versiones, propias de las operaciones conspirativas que rodean la gestión en la Casa Blanca.

Semanas antes de los ataques en Nueva York, en una de sus vacaciones, Bush fue requerido por la prensa sobre sus largos periodos de descanso que, según el Washington Post, alcanzaban el 42 por ciento de sus primeros ocho meses al frente del gobierno. Él contestó que no era necesario estar en la capital del país para trabajar, lo que también hacía en su rancho. “¿Sobre qué?”, inquirió un periodista, a lo cual Bush contestó con una sonrisa nerviosa: “Estamos trabajando en algunos asuntos (…) Estoy trabajando en algunas iniciativas, nosotros estamos… ya verás. Existen decisiones que he tomado mientras estoy aquí. Las estaremos anunciando a medida que el tiempo pase”. Un mes después ocurrieron los ataques contra las torres gemelas y el Pentágono.

Como apareció en el documental Fahrenheit 9/11, del estadounidense Michael Moore, llamó la atención una serie de hechos, como la incapacidad de Bush de tomar una decisión ante la noticia de que eran atacados. O peor aún, que a pesar de haber cancelado absolutamente todos los vuelos, incluyendo uno del ex presidente estadounidense George Bush padre, en los días siguientes a los ataques, integrantes de la familia Bin Laden pudieron salir de Estados Unidos con una orden especial, pasando por encima de la alerta máxima decretada luego de los atentados. Para un ex agente del FBI como Jack Cloonan, al menos se les pudo haber preguntado a los 24 miembros de esa familia, si tenían algún conocimiento sobre los hechos o algún dato que pudiera ayudar en la investigación.

Los atentados contra Estados Unidos que son adjudicados a Al Qaeda, provocaron un alto nivel de preocupación y pánico en la sociedad estadounidense, así como un cambio radical en la estrategia de seguridad de Estados Unidos, cuyo gobierno inició la cruzada antiterrorista, colocando en la mira no sólo gobiernos contrarios a el, sino a movimientos progresistas, de izquierda, indígenas y armados en todo el mundo.

Una modificación fue, por ejemplo, con los afganos. Representantes talibanes, que gobernaban Afganistán, y que hacía pocos meses habían visitado a Bush en Washington, terminaron transformándose en objetivo en la guerra en ese país. Hasta allá se trasladaron las tropas estadounidenses para derrocar a esos fundamentalistas religiosos y colocar en la presidencia del país a Jamil Karzai, un ex integrante de una empresa petrolera trasnacional donde participaban la familia Bush y también la familia Bin Laden.

También se decidió derrocar a Saddam Hussein en Irak, con el argumento de la existencia de armas de destrucción masiva, lo que finalmente no pudo comprobarse.

La Casa Blanca hizo un listado de países y movimientos que pasaron a formar parte del denominado Eje del Mal, que sirvió para operaciones de estamentos estadounidenses y sus fuerzas militares.

Se inició una persecución internacional contra ciudadanos árabes y de otras nacionalidades, que terminaron con cientos de personas detenidas ilegalmente, torturadas y criminalizadas, instalándose cárceles secretas y la prisión de Guantánamo.

Para la experta en temas de seguridad, la socióloga y doctora en Ciencia Política, Lucía Dammert, los atropellos a los derechos fundamentales y las restricciones a la libertad individual de los estadounidenses se impuso como un beneficio para alcanzar mayores grados de seguridad luego de un hecho que los hizo ver vulnerables.

Dammert señaló que “muchos norteamericanos han justificado este tipo de acciones, que son acciones evidentemente no aceptables. No solamente están los hechos en Guantánamo, sino también esta serie de cárceles clandestinas en algunos países a los que se llevaría gente que ha sido secuestrada en otros países y donde se desarrollarían espacios de tortura y recuperación de información. Ciertamente en el mundo en que vivimos, en donde la gente está aterrorizada, muchos prefieren acortar las libertades para tratar de asegurar su seguridad. Pero lo que Estados Unidos está aprendiendo, lenta y dolorosamente, es que este tipo de uso de la violencia lo único que le genera es más violencia”.

En esa misma línea, la especialista reflexionó sobre las fotografías conocidas de la cárcel iraquí de Abu-Ghraib y planteó que los métodos ocupados por Estados Unidos generaron muchos más problemas que beneficios, aunque se justifique por ejemplo el waterboarding (o submarino). “Me parece que lo que generan este tipo de imágenes son respuestas cada vez más duras. Estamos hablando de un enfrentamiento que más allá de ideológico es religioso. Hay autores que plantean que el uso de la fuerza desmedida puede ser incluso entendido, pero lo que es inaceptable es la violación de los códigos religiosos”, sostuvo Dammert.

Esta hegemonía sin contra pesos es “la lógica más descarnada del imperialismo”, en voz de Sergio Grez. El especialista comentó que “es el imperialismo manifestado de la manera más desnuda, más descarada y esto tiene un antecedente histórico muy antiguo y que comenzó a practicar a comienzos del siglo XX el presidente Theodore Roosevelt y que se denominó la ‘Doctrina de la cañonera’. Él tenía una frase muy ilustrativa: ‘hable suavemente y agite un gran garrote’. Es la política de la imposición de la fuerza bruta, de los más fuertes sobre los más débiles, y que en el contexto posterior del derrumbe de la Unión Soviética y su área de influencia, permitió a Estados Unidos durante dos décadas actuar con una prepotencia nunca antes vista en la historia contemporánea por parte de ninguna potencia colonial o imperialista”.

Así se sigue verificando en Libia y Siria en estos días, pero también en otras naciones como Irak y Afganistán. También en las acciones abiertas o encubiertas contra administraciones latinoamericanas como Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador. Una política de intervenciones y operaciones que parece no concluir.

DUDAS QUE PERSISTEN

Familiares de las víctimas del 11 S norteamericano y organizaciones de profesionales exigen se realice una nueva investigación sobre lo ocurrido en los rascacielos, debido a una serie de vacíos que quedaron luego del informe que entregó el Senado.

Para el arquitecto Richard Gage, lo sucedido en Nueva York fue un acto previamente estudiado en que se utilizaron técnicas de demolición luego del choque de los aviones en ambas torres.

El profesional afirma que después de varios estudios se concluyó que “las columnas del edificio fueron a parar a unos 200 metros a una velocidad de unos 45 kilómetros por hora. Esto sólo puede hacerse usando explosivos”.

En las imágenes de los edificios siniestrados después del choque de los aviones, se puede ver acero fundido cayendo desde la construcción, lo que se logra con temperaturas superiores a los 1.500 grados Celcius. Al utilizar el explosivo Thermite, cuyos compuestos pudieron ser detectados en el polvo que dejó la caída de las Torres Gemelas, es posible conseguir temperaturas superiores a los 2 mil grados Celcius. Este material es de uso militar y para la demolición de edificios, por lo que no es de fácil acceso para una persona común y corriente.

Por eso las dudas aumentan y a ellas se suman políticos e incluso antiguos representantes gubernamentales de todas las latitudes. Uno de ellos, el ex primer ministro de Malasia, Mahathir bin Mohamad, en una conferencia en 2010 sostuvo que el ataque del 11 de septiembre en los Estados Unidos, fue organizado como una excusa para “montar ataques contra el mundo musulmán».

Pero más allá de las afirmaciones, las familias que aún buscan respuestas a lo sucedido y que persiguen la verdad, insistirán este 11 de septiembre en la necesidad de ordenar una nueva investigación.

Por Raúl Martínez

El Ciudadano

Este texto fue publicado en la Edición Nº 109, de la primera semana de septiembre 2011.


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