El 27 de septiembre, mientras la familia se encontraba de sobremesa, Milton Amaya fue hallado de rodillas, ahorcado con un cordón de su zapatilla anudado a una cama cucheta. Tenía 9 años. Lo encontró una de sus hermanas, con la que compartía la habitación. La nena salió del baño y lo halló sin vida. Eran las 21:15 horas de esa noche de domingo.
El menor fue abusado sexualmente por dos compañeros mayores que él de la escuela hogar en la que estuvo internado, y fue ese mismo padecimiento el que lo convirtió en blanco de burlas de sus pares, ya que, tras la denuncia, siguió asistiendo al mismo establecimiento educativo. Según las fuentes, este hecho fue determinante en el suicidio.
Walter Amaya, el padre, admite que Milton tuvo un «bajón» después del abuso. Aunque «mi hija y él querían quedarse internados. Tenían la computadora en la escuela hogar y yo en casa no pude dárselas», se lamentó. Después de estar unos ocho meses, Milton dejó el internado.
«Le pusieron psicólogo, que venía de Victorica. Tuvo cuatro o cinco sesiones», recordó Amaya. Pero le dijeron que su hijo ya estaba bien y no hubo más tratamiento. A raíz de la denuncia de abuso, el padre contó que «unos chicos, dos o tres, lo perturbaban. Hubo un «acosamiento»». En la escuela, el año pasado, Milton le pegó a un chico de once años, uno de los acosadores.
«Tito», como le decían, vivía en Algarrobo del Águila, un pueblo rural de 600 habitantes de la provincia de La Pampa, ubicado a 320 kilómetros de Santa Rosa, al costado del cauce seco del río Atuel. Toda la zona se conmovió con la noticia de su muerte, pero, recién esta semana, se conoció en la Capital Federal.
Amaya no cree en la hipótesis del suicidio: «Estaba jugando. Para mí fue un accidente», sostuvo. Cuenta que su hijo tenía las rodillas en el piso. Esto, para los investigadores, es un indicio de que fue una decisión del nene, aunque, para Amaya, ese dato confirma que la muerte fue en circunstancias de juego.
«A los seis meses de que nació Milton, la madre se fue», recordó el hombre. El niño era el menor de seis hermanos. A todos los crió este padre, con su sueldo de trabajador municipal: maneja máquinas viales y hace picadas automovilísticas.
En su momento, la denuncia por abuso sexual quedó en manos de la fiscal Alejandra Moyano, pero no progresó. Ahora, la misma fiscal investiga su triste muerte caratulada como «presunto suicidio». Sin embargo, el patólogo Juan Carlos Toulousse se aferró a los datos rigurosos de la autopsia: «El nene se ahorcó con un cordón de zapatillas», aunque no formuló hipótesis.
Desde el Juzgado de la Familia y el Menor, confesaron: «Lo que le pasó a este nene, es lo que le pasa a muchos niños alejados de la capital. No lo ayudaron quienes tenían que hacerlo ni hubo justicia para él».
¿Quiénes son los responsables del suicidio de Milton Amaya? ¿Cuánta culpa le cabe a la escuela, cuánta a nosotros como sociedad e, incluso, cuánta al padre (en caso de que él también no sea una víctima) y a la familia? ¿Cómo puede ser que, con seis sesiones de terapia psicológica, se supere el trauma que implica un abuso sexual (¿Milton era el único que necesitaba terapia?)? ¿Quiénes, entre los mayores, fueron cómplices del acoso que padeció el niño? Nunca nadie nada, pero un niño no se suicida, se lo asesina.