La libertad de comunicarse y compartir ha ingresado a una nueva era. El poder prometido por esta libertad, por la Internet, es tan inmenso que las instituciones del poder establecido le tienen miedo. Gobiernos, ejércitos, compañías, bancos: todos se resisten a perder el control que ejercen sobre la sociedad cuando la información que mantienen en secreto circula libremente. Y algunos de los más fervientes defensores de esta nueva era de libertad de información se convierten en blanco de ataque de estas mismas instituciones, y se ven obligados a vivir huyendo, en el exilio o, en algunos casos, a pasar años en prisión.
Julian Assange es tal vez una de las personalidades más reconocidas de la lucha por la transparencia y la apertura de la comunicación. Assange fundó el sitio web WikiLeaks en el año 2007, a fin de brindar un medio seguro para filtrar documentos electrónicos. En el año 2010, WikiLeaks publicó un impactante video filmado desde un helicóptero de ataque militar estadounidense, en el que se ve cómo los comandantes de la nave disparan sistemáticamente a muerte a al menos doce civiles en Nuevo Bagdad, un barrio de Bagdad, en Irak. Dos de las personas asesinadas eran periodistas de Reuters. Sobre las imágenes de la masacre, se oyen las transmisiones de radio del ejército: una combinación de crudas órdenes asépticas de “entrar en combate” con las víctimas y de una serie de intercambios jocosos entre los soldados, con expresiones de desprecio hacia las víctimas y de festejo por la matanza.
Inmediatamente después de la publicación del video, WikiLeaks realizó tres grandes difusiones de documentación, posibilitando el acceso a cientos de miles de documentos secretos, entre otros, comunicaciones oficiales del ejército estadounidense relativas a las guerras en Afganistán e Irak, las cuales permitieron realizar investigaciones directas, por ejemplo, acerca de la cantidad de víctimas civiles en dichas guerras. WikiLeaks reveló además cientos de miles de cables del Departamento de Estado de Estados Unidos que expusieron la oscura y cínica realidad de la diplomacia estadounidense. Se cree que los cables secretos de alguna manera impulsaron la Primavera Árabe, especialmente en lo que respecta al derrocamiento del corrupto régimen de Túnez, que contaba con apoyo de Estados Unidos.
Si bien el sitio web WikiLeaks logró proteger la identidad de la fuente de estas excepcionales filtraciones, un informante del FBI señaló a un soldado estadounidense, el Soldado Bradley Manning. Mientras trabajaba en inteligencia militar estadounidense en Irak, Manning se sintió frustrado ante los abusos cometidos por el ejército de Estados Unidos. Presuntamente, habría copiado la vasta cantidad de archivos y se los habría entregado a WikiLeaks. Manning fue arrestado y recluido en aislamiento, en condiciones que Naciones Unidas ha calificado como «tortura». Manning fue juzgado por una corte marcial. Tras ser declarado culpable y sentenciado a 35 años de reclusión en una prisión militar, Manning anunció su intención de transformarse en mujer y formalmente cambió su nombre a Chelsea Manning. Hace un mes, Manning escribió en un artículo de opinión publicado por el periódico New York Times: “Creo que las actuales limitaciones a la libertad de prensa y el excesivo secreto por parte del gobierno hacen que resulte imposible para los estadounidenses comprender cabalmente lo que está sucediendo en las guerras que financiamos”.
La editora de investigación de WikiLeaks, Sarah Harrison, es británica pero vive en Berlín. Cuando Edward Snowden filtró los documentos de la Agencia de Seguridad Nacional en Hong Kong, Harrison viajó hasta allí. Ella y WikiLeaks brindaron asistencia clave a Snowden en el proceso que culminó con la solicitud de asilo político en Rusia. Harrison teme ser arrestada si vuelve a su Inglaterra natal. Me encontré con ella en Bonn, Alemania, donde me dijo: “Inglaterra tiene una Ley Antiterrorista que contiene una sección titulada Declaración Complementaria 7, que es bastante singular y que otorga a los funcionarios la facultad de detener personas en la frontera al ingresar o abandonar el país, o incluso si están en tránsito. Ello les permite interrogar a la gente por meras sospechas, sin que les correspondan ciertos derechos fundamentales, como el derecho a guardar silencio o el derecho a contar con un abogado».
También en Berlín se encuentra la ciudadana estadounidense Laura Poitras, la primera periodista que respondió a Snowden en sus esfuerzos por filtrar los documentos de la NSA . Fue ella quien convenció a Glenn Greenwald de acompañarla a Hong Kong, dando así inicio a la era Snowden de la cobertura sobre seguridad nacional estadounidense. Poitras ya ha sido detenida e interrogada de manera agresiva en muchas oportunidades al ingresar a Estados Unidos, muy probablemente por sus resueltas exposiciones sobre el sistema de seguridad nacional estadounidense.
Por su parte, Greenwald, también ciudadano estadounidense, ha elegido vivir en Brasil. Desde las revelaciones de Snowden, y por consejo de sus abogados, había evitado visitar su país natal. Poitras y Greenwald finalmente regresaron a Estados Unidos para recibir el prestigioso premio George Polk Award por su labor periodística. Tres días después, figuraban en los equipos de los periódicos The Guardian y The Washington Post que recibieron el Premio Pulitzer.
Y también está Edward Snowden, contra quien se han presentado cargos por espionaje, por efectuar una de las mayores y más significativas filtraciones de la historia de Estados Unidos. Las filtraciones de Snowden han desatado un debateç a nivel mundial acerca de la vigilancia, la privacidad y la seguridad nacional de los Estados. Este fin de semana, The Guardian publicó una entrevista mantenida con Hillary Clinton. Clinton expresó que Snowden debería retornar a Estados Unidos, donde podría desarrollar una enérgica defensa legal y pública de sus actos. Al día siguiente, le pregunté a Julian Assange cuál era su opinión al respecto. Me respondió: “El gobierno de Estados Unidos decidió destrozar a Chelsea Manning, destrozarla totalmente, para enviar un mensaje a todos: ni se les ocurra contarle a la gente lo que pasa en realidad dentro del ejército de Estados Unidos, ni los abusos que comete. Y luego trataron de destrozar también a la persona y organización más visibles, que era WikiLeaks, para tener atados a los dos extremos, la fuente y el medio de publicación».
Entrevisté a Assange en la Embajada de Ecuador en Londres, donde se ha refugiado durante los últimos dos años. Ecuador le otorgó asilo político, pero Assange teme que si pone un pie fuera de la embajada, será finalmente extraditado a Estados Unidos y encerrado durante años en una prisión estadounidense por su labor con WikiLeaks.
En el centro de su caso, como en el de tantos otros, está la cuestión de si Internet continuará siendo una plataforma libre y abierta de comunicación, o una mercancía controlada por unas pocas compañías, censurada y vigilada por el aparato de seguridad nacional de Estados Unidos.
Amy Goodman y Denis Moynihan
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