«Siendo un zorro un hombre es astuto, una zorra es una prostituta. Y, por supuesto, nada tiene que ver un respetable hombre público con una mujer pública, una prostituta. Es que, además, un fulano es alguien sin identificar, mientras que una fulana es una prostituta; un golfo es un pillo, un juerguista, en cambio una golfa es una prostituta; un cualquiera es un pobre don nadie, mientras que una cualquiera es una prostituta; y aquel que no tiene un destino determinado y está perdido nos produce cierta aflicción, mientras que una perdida es una prostituta. Y no teniendo lobo atisbo de menosprecio, una loba puede ser desde una femme fatale, devoradora de hombres, hasta –¡cómo no!– una prostituta… ¡Qué obsesiones continúan adheridas a nuestra cultura para que tantas palabras de uso común, en femenino, designen invariablemente a una prostituta! Y para rematar, cuando se quiere acentuar que algo no solo es malo, sino pésimo, pues ya se sabe: esto es una puta mierda o esto está de puta pena”. (Extracto del Libro «Las 101 Cagadas del Español» de María Irazusta)
Existe un capítulo enfocado a reabrir el debate entorno al sexismo en el uso de la lengua, una polémica que si bien no es nueva, aún no está resuelta y es bueno recordar, la necesidad de reflexionar cuando utilizamos determinadas palabras, de las que se entiende una marcada discriminación hacia las mujeres.
Si se analizan el número de palabras que en castellano sirven para tachar a las mujeres de prostitutas: existen más de 50 términos que van desde fulana pasando por mujerzuela o ramera.
Los lingüistas insisten en defender que La lengua Española no es sexista, ni machista, ni homófoba, ni racista, si no que es el uso que hacemos de ella lo que determina la direccionalidad y caracter del discurso.
Aunque el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) ha hecho desaparecer algunas de las acepciones machistas más denostadas en su última edición (lo femenino ya no equivale a débil y endeble; gozar ha dejado de ser “conocer carnalmente a una mujer”), sin embargo, aún hay infinitas referencias sexistas y palabras discriminatorias.
Una de las soluciones que plantean lingüistas es suprimir las palabras que incordian a la población como si ya no existieran. Sin embargo, la lengua está viva y debiera ser la educación de la población y los cambios sociales, quienes suprimieran las palabras por su desuso.
Si bien han surgido feminizaciones (bombera, arquitecta, música…), cambios de significados en las palabras (alcaldesa ya no es la mujer del alcalde, ni jueza la mujer del juez) que dan cuenta de la nueva manera en que están las mujeres en la sociedad. Es primordial que el lenguaje, principal instrumento de comunicación y manifestación de ideas, evolucione y se vayan silenciando las palabras que acrecentan las diferencias entre hombres y mujeres, para servir de canal de respeto y unidad.
Aquí un extracto del libro que circula en internet y que seguro pronto estará en librerías porque va de la mano de un grupo editorial con presencia en todo América Latina.