La idea de que el metro de Santiago es ‘el más limpio de Sudamérica’, ‘el más lindo’, ‘el más moderno‘ sigue siendo sostenida por quienes a costa de nuestro bolsillo mantienen este sistema de transporte que hace rato colapsó, probablemente con la puesta en marcha del Transantiago. Lamentablemente, en base a esa competencia unilateral por ser ‘el mejor’, personal de Metro se encarga sistemáticamente de barrer con todo lo que ensucia y hace más feo el tren subterráneo y sus estaciones. Por ello, espantan a quienes intentan vender distintos productos en sus cercanías, qué decir de quienes se han atrevido a vender o hacer música en los vagones y qué decir de quienes se instalan por necesidad en las escaleras de acceso a las estaciones para juntar un par de monedas, ya sea haciendo música o vendiendo alguna cosa.
En ese contexto de hacer barridas con la gente que «estorba», el día miércoles Felipe Díaz Brito -un joven ciego que se ganaba la vida tocando su armónica en la estación Pudahuel de la línea 5, fue expulsado por los guardias de Metro, y según contó más tarde su hermano, fue tratado de «sinvergüenza» pues no le creyeron su condición de no vidente. Tras ello, según sus familiares, llegó a su casa y la mañana del jueves fue encontrado muerto: Felipe se suicidó en su casa. La familia atribuyó su determinación a la forma en que lo trataron aquellos guardias. El hermano de Felipe, Mauricio, señaló a Cooperativa que Felipe fue humillado y producto de su nerviosismo no pudo mostrar su carnet de no vidente, de manera que junto a su perro guía Kolt debió abandonar el lugar.
Mauricio, el hermano del joven fallecido aseguró que «llegó súper triste a la casa, nos contó a todos que lo habían humillado acá en el metro, que habían dicho que él engañaba a la gente, que no era no vidente a pesar de que era visiblemente una persona con discapacidad. Andaba con su perro, tenía problemas visibles de marcha, no podía caminar bien». Se preguntó por qué su hermano molestaba, «No sé qué daño o qué inseguridad podría haberle provocado a Metro que él tocara su armónica, él la tocaba hace muchos años allí en el metro y tampoco engañaba a nadie, él no pedía monedas, la gente le daba monedas por el cariño que le tenían».
Tras su muerte, la familia organizó a través de redes sociales una protesta que finalmente se realizó ayer jueves por la noche y donde se congregaron aproximadamente 200 personas. Con carteles como «Metro discrimina» y globos negros, estas personas repudiaron el actuar de los guardias que luego derivó en la tristeza de este joven y su posterior suicidio.
A pesar de que no podemos culpar al personal del Metro que lo increpó y hasta cuestionó su condición de ciego por su determinación de suicidarse, este hecho nos tiene que hacer meditar acerca del doble estándar de nuestra sociedad que ante la Teletón -por ejemplo- se jacta de su solidaridad y empresas como Metro hacen importantes aportes y donaciones, sin embargo a a hora de «hermosear» sus dependencias no dudan un instante en hacer barridas con quienes se ganan unos pesos. Es innegable -porque uno lo ve a diario- que una persona dotada de un uniforme -sea cual sea- cree estar por sobre los demás y en ese afán de creerse autoridad ante los más débiles se evidencia cuanta falta de criterio tienen algunas personas. Seguramente la pena de Felipe se fue acumulando a lo largo de su vida y su determinación tan íntima no puede cuestionarse. Sin embargo, los datos y apreciaciones aportados por sus familiares y testigos de su desalojo del metro constatan que esta expulsión gatilló su decisión.
Como suele suceder en Chile, a veces casos como este sirven para reaccionar. Necesitamos que alguien muera para tomar acciones. Felipe ya fue humillado y está muerto. La responsabilidad de su muerte no recae en metro, pero así como el país entero se concentra en campañas anti bullying y se jactan de solidarios en las catástrofes y teletones, entonces nos queda como responsabilidad hacernos parte de estas situaciones cuando seamos testigos, denunciarlas, enfrentarlas, defender a los más débiles, a quienes son atropellados por un uniforme y por la pizca de poder que les confiere ese traje distintivo. Y por otra parte, el Estado que bota y bota recursos en mejorar la inmemorable clase política llena de corruptos, debería impulsar y fomentar programas de inserción laboral para ciegos para que se desarrollen en espacios donde se sientan útiles y hagan lo que ellos quieran. Tal vez Felipe no tuvo otra opción para tocar su armonica y por eso las escaleras del metro fueron su escenario por largo tiempo, pero la responsabilidad de que no haya tenido un lugar mejor para hacerlo es de quienes -se supone- trabajan, legislan y desarrollan planes para que todos tengamos mejores oportunidades.