En 1982, milicias cristianas mataron a palestinos y libaneses en Beirut.
Contaron con la connivencia de Israel, que custodiaba estos campos.
«Un niño muerto puede a veces bloquear una calle, son tan estrechas, tan angostas, y los muertos tan cuantiosos». Esta era una de las primeras frases del escritor Jean Genet, en su relato ‘Cuatro horas en Chatila‘.
El francés se encontraba en Beirut cuando, en septiembre de 1982, el Ejército de Israel entró en la capital libanesa y se producen las matanzas de Sabra y Chatila, dos campamentos de refugiados palestinos incrustados en la bella ciudad mediterránea.
Genet toma contacto con este escenario dantesco cuando la sangre de los cadáveres aún está fresca y rueda por los callejones. Y escribe un testimonio sobrecogedor pero también de un gran impacto político.
Hoy se cumplen 30 años desde que, un 16 de septiembre, las milicias cristianas entraron en Sabra y Chatila para cobrarse venganza por una matanza ocurrida en Damour. La masacre se prolongó dos días. Aquél era un Líbano envuelto en furia y llamas, en una espiral del todos contra todos que fue la guerra civil que partió el país en mil pedazos entre 1975 y 1991.
ASESINATO DE GEMAYEL
Dos días antes, el líder maronita Bashir Gemayel -elegido presidente del país hacía tan sólo un mes- había sido asesinado junto a otras 40 personas. Dos divisiones del Ejército israelí, bajo el mando de Ariel Sharon, ocuparon Beirut para preservar su estrategia en la guerra. En junio de 1982, Israel había invadido el país.
Los israelíes incitaron a sus aliados en el Líbano, los falangistas cristianos, a tomar represalias contra los palestinos. Entre el 16 y el 18 de septiembre las milicias de la Falange -formación maronita de extrema derecha- entraron en los campamentos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, donde torturaron, violaron y mataron entre 800 y 3.500 civiles palestinos y libaneses, según las diversas fuentes.
Contaron con la connivencia del Ejército israelí, que controlaba entonces los campos. Ante las presiones internacionales, Israel creó una comisión de investigación sobre lo ocurrido, la Comisión Kahan, en cuyo informe se apuntó a Sharon (quien luego se convertiría en primer ministro israelí) como responsable indirecto en su calidad de ministro de Defensa. Sharon tuvo que dimitir, pero nunca fue procesado.
UN MUNDO DE CALLES SIN NOMBRE
Sabra y Chatila no han cambiado mucho desde aquellos días. Siguen siendo un marasmo de calles sin nombre, sucias, regadas por el agua insalubre. Las improvisadas viviendas forman angostos pasillos por donde apenas cabe una persona. La basura se acumula en las calles y los niños corretean descalzos y despeinados. Casi todos los campos de refugiados palestinos se parecen.
Allí viven miles de personas. En Chatila, más de 7.000 se hacinan en dos kilómetros cuadrados. Ya no viven sólo palestinos, sino también libaneses muy pobres, casi todos chiíes. Recuerdo, en 2006, haber visto cómo el mercadillo se extendía hasta el cementerio que alberga los cuerpos de las víctimas de las matanzas de 1982 (hubo más masacres allí, en 1985, cuando las milicias chiíes de Amal mataron a 400 personas). La falta de espacio hace que la prohibición islámica de enterrar a hombres y mujeres juntos, allí no se cumpla, me contaban.
Vivos y muertos se mezclan en este espacio abigarrado y nauseabundo. Como si los rostros fueran los mismos y nada hubiera cambiado desde aquellos días de horror. Hoy, sin duda, los habitantes de Sabra y Shatila tendrán un motivo más para estar cerca de sus muertos: la memoria de una de las peores matanzas de civiles de la historia de la humanidad.
Por Rosa Meneses
16/09/2012
Publicado en www.elmundo.es