El gobierno de Javier Milei ha anunciado la retirada de Argentina de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una decisión que no solo desconcierta a la comunidad internacional, sino que plantea serios interrogantes sobre la estrategia sanitaria y diplomática del país. Alegando desacuerdos con la gestión del organismo, en particular durante la pandemia de covid-19, el gobierno argentino justifica su salida como un acto de reafirmación de la «soberanía» nacional.
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La crítica central del gobierno radica en que la OMS, según ellos, fue responsable de «el encierro más largo de la humanidad», y de no actuar con independencia de los intereses de ciertos Estados. No obstante, esta postura ignora el consenso científico global sobre la necesidad de medidas como los confinamientos para controlar una pandemia que cobró millones de vidas. La OMS, aunque imperfecta, representó un foro crucial de coordinación y asesoramiento que permitió a muchos países afrontar la crisis con una base común de conocimiento y recursos.
El argumento de que Argentina no se beneficia financieramente de la OMS es un simplismo que omite el valor del acceso a la cooperación técnica, las redes de investigación y la coordinación de respuestas ante emergencias globales.
La decisión del gobierno también adolece de una lectura aislacionista que, en lugar de fortalecer la soberanía, pone en riesgo la capacidad de Argentina para integrarse en un sistema internacional de salud que es, por definición, interdependiente.
Al abandonar un organismo clave como la OMS, Argentina no solo cierra puertas a recursos y conocimientos esenciales, sino que se coloca en una posición vulnerable ante futuras emergencias sanitarias.
Foto: Redes
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