La tumba de Julio Cortázar, ubicada en el cementerio de Montparnasse de París, siempre está cubierta de pequeños regalos que le dejan sus lectores: piedrecitas, notas, libros, flores, billetes de metro o de autobús.
“Los admiradores también acostumbran dejar ‘rayuelas’ dibujadas en papel en su tumba, como un homenaje y quizás también con la sensación de haber logrado finalizar el juego”, relató Jesús Marchamalo, periodista español, autor de “Cortázar y los libros”.
“Nunca se sabe por qué hay autores que comunican de un modo tan singular, tan personal y emocional con sus lectores. En este caso, desde luego, es su obra, pero también, creo, él mismo. Su compromiso político, sus convicciones sociales, su generosidad con determinadas causas, su honestidad lo han convertido en un referente, un mito» completó Marchamalo al referirse al célebre escritor recordado siempre, pero más en estos días de febrero por conmemorarse 35 años de su fallecimiento.
Julio Florencio Cortázar Descotte murió a los 69 años, el 12 de febrero de 1984. Sus restos descansan al lado de los de su última esposa, Carol Dunlop, en el cementerio parisino, en la ciudad francesa donde vivió largos años, se lee en una nota publicada por el portal Perfil.
El escritor nació en Bruselas, Bélgica, el 14 de agosto de 1914, país a donde había sido enviado su padre como diplomático.
Con apenas cuatro años llegó con su familia a la Argentina y se instalaron en Banfield, lugar que ya de adulto definió como «un barrio como los que se encuentran en las palabras de los tangos con calles no pavimentadas y gente que andaba a caballo”.
Había pequeños faroles en las esquinas, una pésima iluminación que favorecía el amor y la delincuencia en proporciones iguales. Eso hizo que mi infancia fuera cautelosa y temerosa», reveló en una de las tantas entrevistas que le hicieron.
Cuando tenía 6 años, su padre los abandonó y no volvió a verlo ni a saber de él hasta que años más tarde se enteró de su fallecimiento. Quedó entonces con su madre y su hermana.
Ávido lector desde muy niño, a los 9 escribió su primera novela. Siguió sus estudios y se formó como maestro y profesor en Letras, y obtuvo su título de traductor. Nunca dejó de escribir. Muchos de sus cuentos son autobiográficos y relatan hechos de su infancia.
Sin dudas es su novela “Rayuela”, publicada en 1963, la que lo llevó a ocupar un prestigioso lugar entre los escritores contemporáneos, aunque no se pueden dejar de mencionar “Todos los fuegos el fuego” (1966); “Bestiario”; “Las armas secretas”; “Los Premios”; “El libro de Manuel”; “Un tal Lucas”; “Historias de cronopios y de famas” y “Octaedro”, entre otros. Amante del boxeo y del jazz.
Se consideraba antiperonista. Se exilió en Europa, se involucró con la revolución cubana y la sandinista, en Nicaragua.
Un rasgo físico distintivo era su gran altura: medía 1 metro 93 centímetros. El músico e intérprete Jairo, admirador del escritor, contó en una entrevista que coincidió en una reunión de amigos en París con él -en la que también estaba María Elena Walsh- y lo describió como «un tipo muy impresionante físicamente, muy alto, de la altura de un jugador de básquet, muy alto. Y esa cara tan infantil que tenía, esos ojos separados, tan azules. Un tipo muy especial».
“Rayuela” es considerada una obra maestra. Es un libro sí, pero a la vez son más de uno. Y es que el autor propone leer la historia de 155 capítulos de dos maneras: una del 1 al 56 de corrido, donde se encuentra el final; y una segunda alternativa que consiste en dejarse llevar por la guía a la que invita Cortázar al principio del libro, donde el lector inicia la historia en el capítulo 73 y luego salta al 1 y así durante todo el recorrido de este camino, para adentrarse en la trama, y por qué no, jugar con ella.
En una extensa entrevista en 1977 con el periodista Joaquín Soler Serrano para la televisión española, Cortázar manifestó: «Yo pensé cuando terminé ‘Rayuela’ que había escrito un libro de un hombre de mi edad para lectores de mi edad. La gran maravilla fue que ese libro cuando se publicó en la Argentina y se conoció en toda América Latina, encontró sus lectores en los jóvenes en quienes yo no había pensado directamente jamás al escribirlo. Entonces, la gran maravilla para un escritor es haber escrito un libro pensando que hacía una cosa que correspondía a su edad, a su tiempo, a su clima, y de golpe descubrir que en realidad planteó problemas que son los problemas de la generación siguiente. Me parece una recompensa maravillosa y sigue siendo para mí la justificación del libro…».
Ese vínculo impensado para él, que pudo lograr con su novela, sigue vigente hasta la actualidad. Tal como definió alguna vez el autor, «en literatura no hay temas buenos ni temas malos, solamente hay un buen o un mal tratamiento del tema».
Julio Cortázar vivía rodeado de libros y discos de jazz, tango y música contemporánea, y lo acompañaba su gata Flanelle («franela», en francés). Después de la muerte del escritor, Aurora Bernárdez , su primera esposa, se convirtió en la heredera de su obra.
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