«A veces creo que los buenos lectores son cisnes aún más tenebrosos y singulares que los buenos autores», dijo el escritor de Ficciones.
«La lectura debe ser una de las formas de la felicidad», dijo Jorge Luis Borges, uno de los cuentistas latinoamericanos más importantes de la literatura universal.
En su honor y como recordatorio de los 120 años de su natalicio se celebró en Argentina este 24 de agosto el Día del Lector con la distribución de 100.000 poemas de escritores argentinos en Buenos Aires y otras 56 ciudades del interior del país, informó el portal de noticias Telesur.
«La idea es motivar el hábito de la lectura, que es una cosa que no tiene contraindicaciones», dijo Alejandro Vaccaro, presidente de la Fundación El Libro y la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).
Las actividades en homenaje al célebre escritor nacido en la calle Tucumán 700, en la capital argentina, se extienden durante una semana en el país e incluirá, además de la distribución gratuita de libros, actividades teatrales, musicales, talleres, cursos y la visualización de películas basadas en los cuentos de Borges.
De cómo una experiencia cercana a la muerte lo empujó a la narrativa
Al nacer, el 24 de agosto de 1899, Jorge Luis Borges heredó de su padre dos condiciones: su ceguera y su pasión lectora.
Pero fue una experiencia cercana a la muerte la que lo empujó a volcarse a la narrativa, recordó el portal libertaddigital.com.
Señaló que ocurrió en la Nochebuena de 1938, cuando contaba con treinta y nueve años de edad. Pegó la frente en el filo de una ventana recién pintada que alguien dejó abierta y cayó en el piso inconsciente.
Permaneció allí ocho días, que «pasaron como ocho siglos», recordó Borges en uno de los cuentos de su libro “Ficciones”, y sólo al regresar de la convalecencia médica frustrante y muy dolorosa, fue informado de que había estado a punto de morir de septicemia.
Hasta ese momento Borges sólo era conocido en ciertos círculos literarios pequeños y herméticos de la capital argentina. Siempre había querido ser poeta, género que cultivaba con constancia y al que había aportado tres títulos de su propia autoría, pero sus labores literarias prácticamente se detenían ahí.
Desde su infancia había redactado breves ensayos y practicado traducciones. Sin embargo, en cuestión de narrativa eso era lo único en lo que se había centrado.
En 1935 había publicado una recopilación de relatos que tituló “Historia universal de la infamia”. Pero él mismo diría que hasta aquel accidente extraño con el marco de una ventana, nunca había tenido el valor de dejarse arrastrar definitivamente por el cuento.
Durante la convalecencia escribió «Pierre Menard, autor del Quijote», uno de sus cuentos más reconocidos, y dio por iniciada una siguiente etapa en su creación literaria, la que le llevaría en 1944 a publicar Ficciones.
Al final de su vida, encumbrado en el Olimpo de los grandes creadores, siguió enorgulleciéndose más de sus lecturas que de sus construcciones literarias.
«A veces creo que los buenos lectores son cisnes aún más tenebrosos y singulares que los buenos autores», escribió en una ocasión.
«Leer, por lo pronto, es una actividad posterior a la de escribir: más resignada, más civil, más intelectual». Él, desde luego, lo leyó todo. Jamás logró el Nobel, aunque parece que no fue necesario.