Lo primero que llama la atención al entrar en estos días al lujoso palacio presidencial de la Alvorada por el garage es el gran espacio vacío. Lo segundo, las bicicletas de Dilma Rousseff.
Están al fondo: una de paseo, otra de ruedas gruesas que usa ella y una tercera que presta a su exministro y abogado defensor, José Eduardo Cardozo. A un lado hay un funcionario de traje, sentado.
«Ando en bicicleta todos los días. Hago musculación también todos los días. Leo todos los días. Veo siempre que puedo películas, ya sea en DVD o internet, vía Netflix», dice Rousseff durante una entrevista exclusiva con BBC Mundo.
«Me gustan mucho los filmes de BBC», añade, «no solo los documentales».
Rousseff, de 68 años, repite una y otra vez que tiene derecho a ejercer un mandato para el cual recibió 54,5 millones de votos.
Pero fue suspendida en mayo y en la rutina de su palacio en Brasilia se nota que allí ya no vive un jefe de gobierno. No hay visitas oficiales de ministros o gobernantes, sino de juristas, congresistas leales, activistas de movimientos sociales.
Tampoco suena el teléfono con llamadas de presidentes de la región, ni con detalles sobre proyectos de ley o sobre las Olimpiadas que comienzan el próximo viernes en Río de Janeiro.
Rousseff ha decidido que no irá a la ceremonia inaugural de los Juegos en el estadio de Maracaná, para evitar estar en una posición secundariarespecto a Michel Temer, el vicepresidente que la reemplaza interinamente y a quien ella acusa de dar «un golpe» en su contra.
«Estar disputando quién es la autoridad dentro del Maracaná es lo que daría una mala señal, para mí también», sostiene.
«Mi lugar era en la tribuna de honor, no sólo por ser presidenta: porque en esto (de las Olimpiadas) quien trabajó fui yo».
«Como no voy a estar ahí, no tiene sentido quedar atrás de la pilastra», agrega, aludiendo a una broma que dice que en el legendario estadio la ubicarían tapada por una columna.
«Autocrítica y mea culpa»
En el palacio de la Alvorada, de amplios ventanales y revestimientos de mármol, hay decenas de funcionarios que cuidan el jardín con piscina, mantienen los interiores impecables y ofrecen agua o café a los invitados.
Vivir en esa residencia oficial de los presidentes de Brasil es uno de los derechos que mantiene Rousseff, mientras es juzgada por presunto maquillaje presupuestal para ocultar el déficit del gobierno.
También fue autorizada a conservar un equipo de seguridad y un gabinete personal de asesores, así como asistencia médica y el uso de un auto oficial y un avión de la Fuerza Aérea.
El gobierno de Temer decidió restringirle el uso del avión solo para viajes entre Brasilia y Porto Alegre, donde Rousseff tiene su residencia privada donde viven su hija y dos nietos. Pero ella apeló y la justicia derribó la medida.
Suele viajar a la ciudad sureña los fines de semana, donde conversa y bebe mate con su hija. Su madre, de 92 años, vive con ella en el palacio capitalino de gruesas alfombras y pinturas de artistas como Di Cavalcanti y Rodolfo Amoedo.
Rousseff no enfrenta acusaciones de enriquecimiento ilícito, pero se ha visto salpicada por el gigantesco escándalo de corrupción en Petrobras.
Un exdirector de la petrolera estatal la acusó de saber de irregularidades en la compra de una refinería cuando encabezaba el consejo de administración de Petrobras.
Y han surgido testimonios e indicios sobre manejo indebido de cuentas en las campañas electorales de Rousseff en 2010 y 2014.
Sin embargo, ella niega haber cometido delito alguno o que le quepa responsabilidad por la corrupción en Petrobras, argumentando que desconocía los hechos.
«Cuando no tienes ningún indicio para saber, no puedes ser responsabilizado», le dice a BBC Mundo.