En Chiapas decenas de familias han sido desplazadas por pleitos agrarios en diversos municipios. El caso más conocido es el de Chalchihuitán, en donde el año pasado llegó a haber más de 5 mil personas refugiadas en las montañas cercanas a causa de las amenazas y agresiones de habitantes de Chenalhó, sin que hasta hoy la autoridad haya resuelto ninguno de estos conflictos.
Hasta la fecha, todavía viven dispersas más de mil personas en “casas” hechas solo por ramas, pedazos de plástico negro y un techo de lámina amarrado fragilmente, insuficiente para resguardarlos del frío y la lluvia.
Mientras que los más afortunados duermen en tiendas de campaña o pequeños cuartos de madera donados por la organización Cáritas; algunos incluso se refugian en una casa de salud, propiedad de la Secretaría local, la cual abre sus puertas cada noche para que duerman los niños de las 18 familias que acampan en los terrenos cercanos, pero, siempre y cuando les den “para el refresco” a los encargados de atenderla.
Por ser refugios improvisados carecen de energía eléctrica y drenaje. El agua que les entregan organizaciones cercanas la guardan en un tinaco, que muchas veces es insuficiente para las familias que la necesitan.
Los niños se han visto obligados a dejar la escuela porque estas se encuentran en las tierras en conflicto y sus padres temen que sean agredidos. Por abandonar los estudios perdieron los beneficios del programa Prospera, una iniciativa que otorga apoyos y becas económicas a niños que estén escolarizados.
Poca atención
Aunque la Secretaría de Gobierno estatal, a través de sus oficinas de Protección Civil, se comprometió a entregar regularmente alimentos a estas familias, por más de un mes no contaron con la leche, el maíz, el arroz y el frijol prometidos.
Las mujeres encargadas de hacer la comida se las arreglan con la poca harina de maíz que les queda para hacer al menos tortillas, y hervir las hierbas que se encuentran en los caminos cercanos. Tampoco han recibido la visita de las Caravanas de la Salud, el único servicio médico que tenían al alcance. Los ha abandonado.
Claman por ser escuchados
Roberto Girón Pérez dejó Chiapas para ir a trabajar a una maquiladora de Ciudad Juárez, en donde permaneció por cuatro años. Durante ese tiempo pudo ahorrar para regresar a hacerse de una casa y trabajar las tierras de su padre, dos hectáreas con más de mil matas de café, lo que le daba confianza sobre su futuro y el de sus hijos. Desde hace un año, el 18 de octubre de 2017, tuvo que dejar su casa y sus tierras porque les prendieron fuego. Lo perdió todo.
“Nosotros no vivíamos así, nuestras familias tenían una casa con piso, con block, con sus animalitos. Comíamos nuestro huevito, nuestro frijol frito y tostaditas, hoy ya no. Mis hijos extrañan sus juguetes”, dijo afuera de la improvisada tienda hecha con plásticos en la ladera del monte. “Ahora hasta pedimos que nos apoyen, necesitamos lonas, porque el plástico se rompe con el viento”, agregó.
Luis Fernando y Ángel tienen casi 2 años, pero por su estatura parecería que tienen menos de un año. Estos gemelos viven desde hace 2017 en una casa improvisada en la montaña de Shishimtontic, una comunidad tzotzil de Chalchihuitán, el segundo municipio más pobre de Chiapas. Mientras Ángel duerme, como hace casi todo el día, su hermano se abraza con ansiedad a su madre, quien no habla español.
Luis Fernando tiene la típica pancita de los niños con desnutrición severa. Se alimenta solo con tortillas, frijoles y las “hierbitas” que encuentran en la zona, y hace meses que no lo ve un médico o una enfermera. A su edad su peso debería de ser de 10 kilos, pero apenas alcanza los 8 kilos y su hermano con trabajo supera los 6 kilos.
“Los doctores supuestamente iban a venir cada semana, pero desde agosto nos dejaron de visitar. Si nos enfermamos, nos arriesgarnos a ir a Chalchihuitán para que nos den pastilla, pero allá muchas veces tampoco hay médico”, contó su tío Roberto, pues sus padres no hablan español.
Origen del conflicto
La historia comenzó el 18 de octubre de 2017, cuando un grupo de habitantes de Chenalhó saco a balazos a cientos de familias de Chalchihuitán, incendiaron algunas casas, saquearon muchas más y tomaron todas sus tierras. Un líder de los comuneros de Chalhichuitán murió en el enfrentamiento.
Después de meses de negociación y por presiones de los gobiernos municipal y estatal, regresaron alrededor de 4 mil personas a lo que quedaba de sus tierras o sus casas, pero con miedo.
“El presidente municipal nos obligó a regresar a nuestra comunidad, nos dijo que si nos quedábamos en el campamento íbamos a estar en peligro, y Protección Civil también, nos dijeron que el problema se iba a calmar, pero no fue cierto. Nos regresamos, pero sigue nuestro sufrimiento, es lo mismo, el problema no ha pasado. Estamos peor porque perdimos nuestros cultivos, nuestros animales domésticos, nos robaron nuestros alimentos, nuestros pollos, los pavos, los puercos; a algunos nos robaron las láminas de las casas, las cosechas de café, acabaron con las matas y con las milpas, se perdió todo”, relató Librado Díaz, uno de los desplazados que regresó a petición del gobierno.
“Estamos muy cambiados, antes estábamos contentos, tranquilos, aunque sufriendo para conseguir alimento y hoy estamos inquietos, pensando en que van a volver a cortar la carretera, en que haya disparos, estamos muy preocupados, nos sentimos en peligro”, recordó.
Los que se quedaron, decidieron seguir en las montañas porque estaban amenazados o porque no había una casa a la cual regresar.
“En los campamentos la vida es difícil porque hay pobreza, enfermedades, dos compañeros se suicidaron con matazacate (un herbicida) porque ven que no hay solución a esto. Al principio no podíamos ni salir para comprar medicamentos porque nos bloquearon la carretera, se escaseó la comida porque no teníamos cómo ir a comprarla. Al municipio no le dolió eso, pero los que sufrimos somos nosotros. Nadie nos atiende”.
“Todos vienen y preguntan, prometen y prometen, pero seguimos en la misma”, reclamó, Gloria Álvarez otra de las víctimas.
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