El “encapsulamiento” del sistema político brasileño
Diseñada bajo el influjo modernizante del desarrollismo de los años ´50, la ciudad de Brasilia pretendía ser un espacio-tiempo que, a la manera de una síntesis nacional, simbolizara las posibilidades de futuro del destino nacional: menos relevancia a sus habitantes ocasionales y gran atención para que los edificios de los poderes del Estado estuvieran contiguos, observándose unos a otros; de esa sinergia se desprendería la contundencia de un proyecto de país. Pues bien, hoy el panorama es completamente diferente, circunstancia que viene desde hace décadas pero que se ha agudizado durante el gobierno Temer.
Por un lado, los diferentes poderes se impugnan entre sí, traspasando cualquier lógica operativa, al mismo tiempo que se apartan cada vez más de lo que está prescripto constitucionalmente como competencias –desde el propio impeachment a Dilma a la enmienda constitucional PEC 55, por mencionar las circunstancias más graves. Por otro lado, se profundiza un “encapsulamiento de Brasilia”, esto es, un aislamiento del sistema político, de los políticos, de la clase política, respecto de las realidades del resto del país que, en su variedad de problemas y dramas, requieren respuestas inmediatas que no llegan. Brasilia actúa casi en paralelo a los tiempos nacionales, con una lógica de propia reproducción cada vez más apartada de la sociedad en su conjunto; de allí que las respuestas provengan desde racionalidades –y cuando no, irracionalidades– parciales (estatales o municipales).
Esta separación entre el Estado y la sociedad no es un detalle menor: buena parte de las posibilidades de reconducir una dialéctica progresiva para los pueblos latinoamericanos depende de un ejercicio virtuoso entre estos dos elementos, algo que se torna fundamental. Y esto es lo que está liquidando, también, el gobierno de Michel Temer: el federalismo brasileño está en uno de sus momentos más débiles y desorganizados, cuestión que se verifica, por ejemplo, en el manejo completamente inorgánico (y regresivo) que hace el gobierno de Temer del presupuesto nacional –tanto del heredado del mandato de Dilma como el propuesto para este año. Comparada con su formulación original, Brasilia se está derritiendo como ambición de síntesis de las multiplicidades brasileñas, con el valor proyectual que esto suponía. No es casualidad que esto suceda con Michel Temer en el gobierno: él fue el indicado por una clase política que buscó –y busca– su propia supervivencia, sin importar demasiado aquello que ocurra afuera del sistema político. Lo que ha sucedido es que esta “clase política” una vez en el poder no ha hecho otra cosa que desestructurar la función del Estado, con la gravedad que esto supone.
Lava-Jato y la nueva ingeniería brasileña
Por debajo de esta superficie política, nuevas fórmulas económicas se van diseñando. Son varios los ámbitos donde ya pueden observarse las orientaciones e intereses que empiezan a prevalecer en el nuevo régimen de acumulación que comenzó con el gobierno Temer. Lo que queda claro es que el “interés nacional”, en tanto principio organizador de un proyecto de país, se va desdibujando. En muy pocos meses los centros brasileños de excelencia en ingeniería, referencias a nivel mundial por sus capacidades tecnológicas para realizar tareas desde hidroeléctricas o el Proyecto PROSUB de construcción de submarino nuclear –precisamente para proteger los campos del Pre-Sal, ahora entregados a la explotación internacional– fueron desplazados por ser, a partir de la investigación Lava- Jato, “no idóneos”. Por ejemplo, de las 30 empresas que van a participar de la licitación para la construcción de una Unidad de Procesamiento de Gas de COMPERJ –un proyecto de Petrobrás del 2006– no hay ninguna brasileña, ninguna “idónea”.
Es que, en la división de tareas, si a Michel Temer le correspondía comandar la desestructuración del Estado brasileño como mecánica de intervención ante la sociedad, al Poder Judicial le fue otorgada la tarea de “moralizar” la nación desgranando cualquier elemento cultural de “autoestima colectiva”, de afirmación de lo nacional, aquello que había sido repuesto en los gobiernos de Dilma y Lula. Mecánica estatal y sentimiento de Nación, ejes sobre los que se desplegarán los conflictos próximos.
Amílcar Salas Oroño
A FONDO SOBRE EL AÑO QUE PASÓ EN BRASIL: