Las fotos de su cara se publicaron extensamente en los últimos días en periódicos, portales de internet y la televisión. Muchos la conocieron por eso, pero nadie sabe quién es en realidad.
De hecho Ángela no es su verdadero nombre, se lo pusieron los forenses que guardaron su cuerpo.
Antes de eso se le conocía como «La niña de la maleta», porque dentro de una de éstas fue encontrada el 23 de marzo de 2015 en el centro de la capital mexicana.
La mataron con un golpe en la cabeza. Padecía desnutrición y además sufrió violencia sexual. Desde entonces, la pequeña permaneció en el Instituto de Ciencias Forenses a la espera que algún familiar fuera por ella. Nadie llegó. Tampoco hubo pistas de sus agresores.
Trece meses después, dentro de un ataúd blanco con herrajes metálicos, llegó al panteón que puede ser o no su lugar definitivo.
Porque las autoridades de Ciudad de México aún esperan que alguien la reconozca y reclame su cuerpo.
Maltrato
El caso de Ángela conmocionó al país no sólo por la brutalidad de su muerte, sino por la certeza de que la niña fue maltratada en vida.
Los médicos forenses determinaron que tenía 18 meses de edad cuando falleció, pero su peso era inferior al normal.
La ficha que hicieron de ella en el instituto dice que la menor es de cabello lacio castaño, ojos cafés, orejas «regulares», boca mediana, nariz ancha pequeña y complexión mediana.
No se sabe si era mexicana aunque por sus rasgos físicos los peritos creen que pudo haber nacido en Centroamérica.
En la maleta donde se la encontró había dos mudas de ropa de buena calidad, por lo que la Procuraduría (fiscalía) General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) cree que no se trata de una persona que viviera en la calle.
En una muñeca tenía una pulsera de hilo. Son todos los datos que hay de ella porque los vecinos de la calle donde apareció el cuerpo no vieron quién lo abandonó.
Cuando llegó a la morgue Édgar Elías Azar, presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal (TSJDF) del que depende el servicio forense, ordenó que la pequeña permaneciera todo el tiempo necesario hasta ser identificada.
Es un proceso excepcional, pues en Ciudad de México los cadáveres que no son reclamados se envían a la fosa común en pocas semanas.
Pero el magistrado quiso darle la oportunidad de que sus padres o algún familiar la encontraran.
«Mientras esté aquí sentado», dijo a medios locales, «no voy a enviar a la niña a una fosa común».
Funeral
No fue todo lo que se hizo por Ángela. El TSJDF envió su foto y el perfil de ADN a todas las fiscalías y morgues del país, para compararlos con los cuerpos y archivos que tienen.
La idea fue que encontrar a su madre a quien suponían que también habría sido asesinada. Además, los agentes de la PGJDF indagaron en los expedientes de niños extraviados o que hubieran sido robados. La información también se envió a las embajadas de países de América Latina, ante la posibilidad de que se tratara de una persona migrante.
Tampoco hubo respuesta. Nadie parece conocer a la pequeña. Al final el Tribunal se decidió sepultarla en el cementerio San Isidro donde el Tribunal compró un espacio para ella.
«Hicimos cuanto estuvo a nuestro alcance en México como en delegaciones diplomáticas con otros países para saber más de ella», dijo Elías Azar durante el funeral. «Ángela ha estado muy sola, ahora procuramos darle un cobijo póstumo que tal vez no tuvo en vida».