El viernes pasado se ha abierto la última fase rumbo a las elecciones nacionales del 12 de octubre con dos claros y contradictorios desafíos para la oposición: evitar que el binomio Evo Morales-Álvaro García Linera siga subiendo en la intención de voto –a estas alturas alrededor del 60%- y disputarse quién estará a la cabeza del proyecto opositor.
Y esta tendencia, mucho más marcada que en las elecciones de diciembre de 2005 y 2009, están empujando a la oposición al uso de armas que no necesariamente por mucho que suenen hacen impacto o logran afectar en algo a los candidatos principales del proceso de cambio. De todos los hechos que los opositores han producido con ribetes de escándalo mediático, ninguno se ha logrado convertir en el acontecimiento que cambie el rumbo de las elecciones del 12 de octubre.
Es más, lo que ha logrado la oposición es consolidar una imagen bastante reactiva y negativa ante la población. La fórmula 50/50 y la entrega de Libretas de propiedad accionaria de las empresas estatales lo que han hecho es chocar contra una manera distinta de concebir el desarrollo del país. La gente apuesta por un Estado fuerte que genera excedentes y los redistribuye de distintas maneras.
Lo que pasa es que el arsenal de la oposición no muestra, en términos generales, más variedad de lo que ha empleado en los últimos cinco años: la construcción de matrices de opinión que cada día son más inefectivas tales como los temas de narcotráfico, democracia, derechos humanos y corrupción. Quizá, precisamente, su escaso daño al oficialismo esté en el uso indiscriminado que se hizo de esas armas y en las condiciones objetivas en las que se desarrollan cada uno de esos factores.
Una lectura de las diversas encuestas de opinión que se han ido conociendo desde enero de este año muestra, casi invariablemente, que la mayor parte de la población siente que hay mayor participación e inclusión democrática, que no se está peor que antes en la lucha contra el narcotráfico y lo mismo en el tema de la corrupción. Esto no implica, empero, que el oficialismo, no tenga desafíos por delante en materia de lucha contra el narcotráfico –donde hay un buen punto de partida con un modelo propio después de la expulsión de la DEA- y en el combate contra la corrupción, donde además de represión quizá la inculcación de valores necesita ser más agresiva.
Tres parecer ser los muros que la oposición no puede penetrar para cambiar la opinión de la población, incluso de sectores que hace unos años se mostraban críticos o reacios al proyecto gubernamental: el rumbo del país, el nivel de participación y el prestigio internacional.
En el rumbo del país hay una relación estrecha entre la aprobación de la gestión y la intención de voto, y entre éstas con la percepción de cómo marcha la economía nacional y la política de redistribución de la riqueza social. Por ejemplo, cerca de un 55% promedio considera que el país va por buen rumbo frente un 15% que lo ve entre malo o igual, pero al mismo tiempo un 70% considera que la economía familiar está muy buena y buena, frente a un 26% que opina que está muy mala o empeorando.
De hecho, en el plano de la economía hay dos aspectos irrebatibles: hay una combinación exitosa entre estabilidad económica y crecimiento. Bolivia se ubicó en 2013 en el segundo lugar de las economías de la región que más crecieron y todo indica que este año volverá a confirmar ese lugar. Eso significa que el uso discursivo bastante recurrente de la oposición en atribuir el crecimiento de la economía al solo buen comportamiento de los precios de las materias primas en el mercado internacional le ha provocado más perdidas que ganancias. La gente siente que el modelo económico es exitoso.
A todo eso hay que sumar las obras que el gobierno ha encarado en todo el período 2010-2014. Sobre la base de que mas de dos tercios de la población está de acuerdo con la política de nacionalización desarrollada desde el 1 de mayo de 2006, cuando se recuperó el control sobre los hidrocarburos, a la oposición le resulta muy difícil, casi imposible en realidad, lograr que la gente no vea positivo el salto a la industrialización del gas (desde la separación de líquidos a la petroquímica); la inversión pocas veces vista en la apertura, mejoramiento o ampliación de carreteras; la puesta en marcha de un moderno sistema de transporte como el teleférico; el lanzamiento del Satélite Túpac Katari que está posibilitando un nivel de ampliación en el uso del internet y el crecimiento en el acceso a servicios básicos como el agua y la energía eléctrica, por citar solo algunos aspectos.
En cuanto a nivel de participación. Si bien el déficit todavía es cómo se logra una participación más efectiva de sectores donde priman lógicas individuadas, la tradición en el país de organizarse para todo y por todo hace que la mayor parte de la población sienta su inclusión en todos los ámbitos de la realidad social: desde el político hasta el económico, pasando por el social. Entonces, es evidente que acusar al gobierno de prácticas no democráticas tiene limitado efecto político-electoral en la medida que la gente percibe un nivel de transformación y ampliación de la democracia donde no solo se vota y elije, sino además se participa y decide.
Está claro que esa relación de fuerzas sociales favorables al proceso de cambio no se habría alcanzado sin la cohesión de las organizaciones y movimientos sociales, pero también sin la incorporación de la COB en los últimos meses. Hechos como el I Encuentro Plurinacional y la Agenda Patriótica 2025 se presentan como hitos de la participación, pues en ellos se involucraron actores como los empresarios, las universidades y otros.
La mayor participación de la gente en la definición de la administración de los bienes comunes, si bien a veces produce excesos rechazados por la población como es el caso de la demanda de legalizar autos “chutos”, es visto como un factor de estabilidad social que le da un complemento a la estabilidad política y económica que se quiere.
Respecto de la imagen internacional, la oposición no ha logrado revertir la percepción ciudadana de que Bolivia no solo que está cada día más inserta en el mundo sino que además ha alcanzado un nivel de incidencia en los problemas globales y, por si fuera poco, ha logrado posicionar temas propios como el Vivir Bien. Bolivia ya no es un florero en las cumbres y reuniones internacionales, y eso juega mucho a favor en la auto estima de los bolivianos y las bolivianas.
Y entonces, como se ha señalado líneas arriba, no es casual la estrecha relación entre la intención de voto y la aprobación de la gestión de Evo Morales y el gobierno. Las encuestas de opinión entre junio y agosto presentan un nivel de respaldo a lo que hace el presidente en un promedio cercano al 72%, mientras, en ese mismo universo de consulta, hay un promedio de intención de voto del 60%, lo cual implica que con un mayor ajuste en la campaña electoral Evo Morales tiene potencialmente por crecer cerca de un 12% adicional a su actual intención de voto.
Salvo que ocurra un acontecimiento que cambie el rumbo de la tendencia electoral, que los hechos implicaría un giro radical en la marcha del país –lo cual es bastante improbable por las relaciones de fuerza predominantes y la vigencia de un nuevo sistema de creencias-, el principal desafío para los candidatos Evo Morales-Álvaro García Linera no es tanto no cometer un error importante que les baje en algo su actual intención de voto, sino fundamentalmente incorporar algunos reajustes en la estrategia política-electoral para ganar otro caudal de votos que por ahí se presentan favorables. La meta de conquistar más de dos tercios en la Asamblea Legislativa Plurinacional no es una ficción.
Los desafíos son mayores para la oposición. Los principales candidatos: Samuel Doria Medina y Jorge Tuto Quiroga no dan pie con bola. El empresario-político no ha logrado cambiar la tendencia que lo acompaña desde que se presenta como candidato presidencial: empezar con cerca de un 22% y luego bajar cuanto más se aproxima el día del sufragio. En el caso de Tuto Quiroga se ve un alza en su intención de voto, pero no en una magnitud que ponga en peligro la suerte del binomio del proceso de cambio.
En realidad, lo que se aprecia es que el porcentaje total de los que expresan su respaldo a los candidatos opositores se mueve entre un 25 al 28%, que es inferior a lo que se registró en las elecciones de 2005 y 2009. Con un dato adicional, la mayor parte de los que declaran su intención de voto por Doria Medina podrían cambiar su decisión en dos direcciones: una, hacia Tuto Quiroga y otros hacia Evo Morales.
En el caso de Tuto Quiroga, el tiempo juega en su contra para colocarse como cabeza de oposición. El hecho de que figuras como Ernesto Suárez Sartori y Rubén Costas estén con Doria Medina influye negativamente para que gente que no votaría por Evo por ninguna razón pase a lado del heredero del dictador Hugo Banzer. Pero en un mes, todo puede pasar en la preferencia del voto opositor.
Por lo demás, es casi previsible que los dos candidatos más importantes de la oposición dirijan sus esfuerzos para la acumulación electoral en dos direcciones: primero, en cuestionar al Tribunal Supremo Electoral y, segundo, en explotar el caso terrorismo. Es decir, nada nuevo de lo que se ha escuchado en los últimos meses.
En síntesis, viejas recetas discursivas que la oposición no parece desechar se presentan como el obstáculo más importante, teórico y práctico, para quitarle velocidad y consistencia al momento de expansión hegemónica del proceso de cambio en Bolivia.
Hugo Moldiz