Anna Paula Cotta sueña con ser atleta olímpica, pero para los Juegos de agosto en su Río de Janeiro natal tiene un reto mayor: recuperarse del balazo que partió su cabeza durante un asalto.
“Es una cosa medio pesada, que mucha gente pasa. Lo ves en la televisión todos los días… Todos los días muere alguien”, dice en voz baja Cotta, atleta de tiro deportivo y psicóloga, de 27 años.
“Pero gracias a Dios estoy aquí”, agrega durante una entrevista con BBC Mundo en la intimidad de su hogar, la primera que da a un medio de información tras sufrir aquel ataque hace menos de un mes.
El crimen ocurrió el 9 de junio en plena avenida Martin Luther King, una arteria importante de la zona norte de Río, a menos de 500 metros de la comisaría de policía del barrio de Inhaúma.
Eran cerca de las 05:00 de la mañana y Cotta conducía sola su pequeño Kia Picanto amarillo para ayudar a su padre, de 63 años y enfermo de cáncer, en la empresa familiar de transportes.
De pronto se topó con un grupo de asaltantes armados en pleno asfalto. Paraban el tránsito para robarle dinero y teléfonos móviles a los conductores, una práctica frecuente en la ciudad. Ella intentó pasar. Los ladrones abrieron fuego.
Su auto recibió seis disparos. Solo uno le pegó, en el hueso frontal del cráneo. El coche amarillo siguió varios metros, hasta chocar contra un muro verde. Cotta quedó ahí, abatida, sangrando, indefensa.
Falta prácticamente un mes para el comienzo de los Juegos Olímpicos Río 2016 y los índices de criminalidad suben de forma alarmante en el estado anfitrión del evento.
Sólo en mayo se denunciaron 9.968 robos de calle, 42,9% más que el mismo mes del año anterior, indicó el jueves el Instituto de Seguridad Pública (ISP), vinculado al gobierno estatal de Río. Hubo 2.083 homicidios dolosos en el estado de Río entre enero y mayo, un aumento de 13,6% respecto al mismo período de 2015.
Quebrado financieramente, el gobierno de Río decretó en junio la «calamidad pública», para recibir el equivalente a unos US$890 millones del gobierno federal destinados al área de seguridad, incluido el pago de salarios atrasados a policías.
«Bienvenidos al infierno», decía en inglés una pancarta que este lunes volvió a desplegar un grupo de policías en el aeropuerto internacional de Río en reclamo de sueldos atrasados. «Policías y bomberos no cobran, quien venga a Río de Janeiro no estará seguro».
La protesta, idéntica a una de la semana pasada, fue criticada por empresarios turísticos, pero el deterioro de la seguridad es evidente para cualquiera que viva aquí o siga las noticias locales.
Algunos casos han llamado más la atención que otros.
Sólo en la última semana de junio, murió baleado en un asalto un policía del equipo de seguridad del propio alcalde de Río, Eduardo Paes, y un cadáver mutilado apareció en la playa de Copacabana, cerca de donde habrá competencias olímpicas de voleibol.
Además, una médico que conducía su auto fue asesinada de un tiro en la cabeza en la zona norte de la ciudad. La policía investiga si sufrió una ejecución o un asalto, con menos suerte que Cotta. «Siempre quise competir en unos Juegos. Intenté en varias modalidades y nunca fui buena en nada», dice Cotta, que tiene ojos negros y una sonrisa amable, generosa.
Pero un día descubrió el tiro deportivo, cuando veía por TV unos Juegos Olímpicos junto a su madre y «apareció un señor de edad gordito, disparando» al blanco.
«¡Eso! ¡Lo encontré!», recuerda que dijo.
Hasta ahí nunca le habían interesado las armas, y cuando comenzó a practicar tiro en 2010 lo hizo con pistola de aire comprimido, porque la sentía menos peligrosa que una de fuego. Casi de inmediato demostró que tenía puntería. Ascendió en el ranking, entró a la Confederación Brasileña de Tiro Deportivo y en mayo participó de la copa del mundo en Múnich.
Quiso clasificar a los juegos de Río 2016, pero no lo consiguió. Cree que le faltó tiempo: con algunas competencias más, unos puntos adicionales en el ranking, quizá habría llegado.
Tiempo siempre faltaba en el trajín cotidiano de Cotta: además del deporte y de ayudar a su padre, es psicóloga de la Marina brasileña y cursa una maestría en Administración de Empresas.
Su madre, Jussara Cotta, una jubilada de 64 años, recuerda que en la noche del 8 de junio Anna Paula le dijo que estaba cansada y la sorprendió con preguntas de tenor filosófico:
—¿Para qué nacemos? ¿Para qué estudiamos tanto? ¿Para qué trabajamos?
—Naciste para hacer cosas buenas —le respondió su madre.
Seis horas después, la joven recibió el tiro. Algunos hechos recientes de violencia en Río tuvieron ribetes cinematográficos.
El domingo 19, una veintena de hombres armados rescataron a un presunto narcotraficante internado en un hospital con custodia policial, dejando un muerto y dos heridos por el camino.
El hospital, en el centro de Río, es una de las unidades de referencia para los 700.000 turistas que se esperan en la ciudad durante los Juegos Olímpicos y Paralímpicos.
Las muertes a manos de policías también van en aumento este año: solo en mayo hubo 84 en todo el estado, 90,9% más que el mismo mes del año pasado, según datos del ISP que inquietan a defensores de derechos humanos.
A su vez, seis policías murieron en servicio en mayo, uno más en la misma comparación.
En los últimos días, la policía lanzó una serie de operativos para capturar criminales en favelas de la ciudad, causando escenas de pánico.
En el complejo de favelas de Maré, entre el aeropuerto internacional y el centro de Río, un tiroteo de policías con narcos obligó a más de 150 alumnos y profesionales de una ONG a tirarse al suelo de sus aulas por tres horas el miércoles, para protegerse.
Las bandas armadas y los enfrentamientos a tiros volvieron a aparecer en varias favelas de Río que habían recibido unidades policiales en años recientes. Según expertos, la otrora aplaudida política de «pacificación» de la ciudad ahora está en jaque.
Las autoridades atribuyen todo esto a la crisis financiera del estado, pero afirman que la seguridad mejorará con el dinero enviado por el gobierno federal y las decenas de miles de policías y militares que llegarán a Río para los Juegos.
El Comité Río 2016 señala que Brasil tiene una «fuerte experiencia en seguridad de megaeventos».
Sin embargo, en Río ya ocurrieron algunos crímenes relacionados con los Juegos.
La atleta paralímpica australiana Liesl Tesch denunció que fue robada a punta de pistola el domingo 19, cuando estaba con su fisioterapeuta en la turística zona sur de la ciudad. En mayo, pasaron por lo mismo tres miembros del equipo español olímpico de vela.
La semana pasada, un camión que llevaba hacia el Parque Olímpico equipamientos de dos canales de TV alemanes, valorados en más de US$400.000, fue secuestrado y robado por un grupo de asaltantes. La carga apareció luego en un galpón abandonado de la región metropolitana de Río.
Pero para muchos aquí la pregunta no es tanto qué ocurrirá durante la gran fiesta deportiva, sino después, cuando el mundo deje de mirar a Río con especial atención.
La de junio fue la segunda vez que el auto de Cotta resultó baleado durante un intento de asalto en plena calle.
La primera fue dos años atrás, cuando conducía acompañada de su hermano Marco, un ingeniero naval de 31 años que la cubrió al ver a un hombre armado, tomó el volante y arrojó el vehículo sobre el asaltante mientras ella aceleraba.
Ambos salieron ilesos, aunque tres balas dieron en el auto.
Quizá Cotta intentó repetir la maniobra el mes pasado, conduciendo sola, y no lo logró. Hasta ahora evita contar lo que ocurrió exactamente, incluso a sus familiares.
«Sobre el tiro no tengo qué decir», responde a BBC Mundo. «Recuerdo algunas cosas sí, pero ni hablo de ello».
Su madre cree que giró la cabeza justo cuando le disparaban y así la bala, que perdió fuerza al dar en el auto, fracturó su cráneo sin llegar a introducirse en él.
La socorrieron otros conductores que acababan de ser asaltados por la misma banda. En el hospital fue operada, en estado grave.
Cotta estuvo en coma inducido, en una unidad de tratamiento intensivo, hasta que comenzó a dar señales de mejoría. Siguió internada una decena de días y recibió el alta.
Su madre repite aliviada que no tendrá secuelas, de acuerdo a los médicos. Que ni siquiera le quedarán marcas visibles del balazo, gracias a una cirugía plástica.
También comenta que evalúan comprarle un auto blindado a su hija y demandar al estado de Río por lo que le pasó: «La policía no está haciendo nada».
En la comisaría de Inhaúma, al lado de donde fue el crimen hace menos de un mes, un efectivo se esfuerza para recordar el episodio. Pero un oficial asegura que el jefe está en la calle, haciendo diligencias sobre el caso.
«Tal vez hasta consiga capturar a alguien y mañana haya novedades», asegura el inspector Nelson.
En los últimos días, Cotta ha sufrido dolores de cabeza. Cree que se deben a los puntos que tiene debajo del vendaje. También tuvo mareos. En casa de sus padres, apenas recibe a su novio, familiares y amigas íntimas.
Espera volver gradualmente a las actividades y mantiene la ilusión de competir en unos Juegos Olímpicos. «Algún día llegaré», dice. Pero para estos de Río, ni ha comprado ingresos como espectadora, aunque tal vez aun lo haga.
«La ciudad es peligrosa, pero me acostumbré. Quién sabe si no consigo vivir fuera en el futuro», reflexiona. «Sin embargo, en principio esta es mi vida ahora».