La poesía combatiente de Marcelo Arce

Óxido su reciente publicación, es, desde mi visión, un ejemplo importante de lo que puedo denominar poesía combatiente.  Aquella que asume que el arte de la poesía posee la función de hacer visible los que se oculta o nos ocultan.

La poesía combatiente de Marcelo Arce

Autor: El Ciudadano

Por Patricia Espinosa, Crítica Literaria

Ya son casi 50 años desde que la horda empresarial, política y militar atacó a Chile para recuperar el poder y las ganancias que el gobierno popular de Salvador Allende amenazaba. Días después del golpe, llegaron los allanamientos, los secuestros. La población Quinta Bella, que pasaría a llamarse Quinta Buin en honor al regimiento cercano, era sitiada por efectivos militares.  A los hombres mayores de catorce, los llevaban a la cancha, los formaban por horas mientras iban sacando a algunos para trasladarlos a un lugar de detención. Como dice la canción, muchos no volvieron. De esa misma forma, el horror se instaló en todo Chile.

A casi 50 años, las élites políticas y los grandes conglomerados mediáticos tratan de solidificar en el cuerpo social una memoria que olvida el horror para que la ilegitimidad de su poder no quede en evidencia. Nuevos Patricios Aylwin han surgido clamando por diálogo y reconciliación, incluso el joven y revolucionario presidente, el gran líder espiritual según sus fans, realiza grandes esfuerzos por ser considerado un hombre evolucionado, abierto, que dejó atrás los rencores del pasado. Y así preparan una conmemoración que lave el horror, que lo suavice, porque si miramos de frente al horror una clase política corrupta y cómplice con el olvido no tendría futuro.

Es en este contexto donde Marcelo Arce concibe la posibilidad de crear una obra con una propuesta estética definida y comprometida. Óxido su reciente publicación, es, desde mi visión, un ejemplo importante de lo que puedo denominar poesía combatiente.  Aquella que asume que el arte de la poesía posee la función de hacer visible los que se oculta o nos ocultan. En otras palabras, y expandiendo aún más la afirmación, la poesía combatiente se compromete con una estética que desobedece la hegemonía del olvido. Una poesía que configura un territorio para visibilizar a los silenciados o exterminados por la historia.

Arce nos remite a una primera persona, se trata de Luis Reyes, obrero de la Maestranza de San Bernardo, allendista, situado en los años de la Unidad Popular y del Golpe civil-militar.  El poemario realiza de tal manera su primer gesto: recuperar la épica.

Luis Reyes opera como metáfora de cientos de trabajadores, símbolos de una época y de un exterminio. Luis Reyes es parte de una comunidad que se volvía visible, donde el trabajo tenía un sentido, despertando en él/ en ellos, el entusiasmo de un proyecto propio, ya no del patrón, del oligarca que exprimía su fuerza de trabajo. Reyes, “un obrero consciente/ que acomoda su corona que centellea con gloria/ el espíritu de la nación” (17) nos dice Arce en el poema que abre el libro. La figura del trabajador representado como un rey, gozoso de figurar en una épica, de ser parte de un proyecto social histórico, es grandiosa. Espíritu de la nación y marginalidad se yuxtaponen y con ello conforman una unidad férrea. Es importante destacar que las experiencias de Luis Reyes están transidas de gozo, de sentido.

El segundo gesto de este poemario es su intertextualidad con la cultura popular. Me refiero en específico, con la música popular. Arce cita y con ello elabora una suerte de playlist de boleros de las décadas del 40, 50, 60 para representar un arte trágico, donde predomina el conflicto amoroso de un macho heterosexual. La música que acompaña a los trabajadores y trabajadoras es de raíz latinoamericana, reforzando con ello el género del melodrama y del amor imposible. El símbolo de una masculinidad de izquierda, firme, con convicciones, pero también emotiva en las lides románticas, se instala con firmeza en esta escritura.

El tercer gesto rotundo de este poemario es el Golpe Civil-Militar que marca el quiebre del tiempo de la alegría y del entusiasmo: “Bototos pisotean overoles y gorras/ apuntan con sus fusiles y ordenan levantar las manos/ el espasmo contrajo las máquinas y fogones/ mientras la Cooperativa Ferroviaria de Consumo/ aún registra la identificación de cada uno/ Once compañeros asesinados en el Cerro Chena/ y la sangre se desperdigó por el techo rojo/ al otro día el horror se plantó directo/ en los rostros populares/ Once hombres buenos menos en la producción” (19-20). En la página que sigue a este poema, tras los nombres de los once obreros, una palabra al centro, entre paréntesis: “silencio” (22).

Conmovedores resultan estos versos y el silencio, la detención de la palabra ante el genocidio, pero también, desde hoy, el respeto ante la invocación de sus nombres. La vida ha sido interrumpida, por lo mismo solo queda el paréntesis, para luego continuar con la escritura.

Los territorios se expanden. San Bernardo, La Chimba, Independencia, Bustamante, Maipú, El Tabo, “telón de fondo para el populacho” (24) nos dice la voz poética. Surgen ahora otros trabajadores. Los panaderos que “moldean pan y resistencia/ ágiles llenan la boca del pueblo” (25).  La reacción, por su parte, se pone en acción: “hay que pararle el carro a los rotos” (27).  La alegría popular está siendo amenazada, al igual que el gobierno y su revolucionario proyecto.

Marcelo Arce utiliza el recurso de enforcarse en personajes, vidas individuales, para luego instalar una mirada macro, comunitaria sobre la derrota. La voz en primera persona de un adolescente lector de Pezoa Véliz y Dalton, se transforma ahora en el símbolo de la derrota, el tercer gesto de este poemario: “No le cantamos jamás a la bandera/nuestro canto elevado era para Romeo Murga/ cada vez que saltábamos las acequias provincianas/ Boris Calderón se unía a nosotros” (34) para luego afirmar: “nos convertimos en mediocres y parias/ en las poblaciones arrastradas hacia el sur en dictadura/ la derrota es nuestra única medalla” (35).

Derrota es el término clave, un gesto poético que remite a la masacre de las utopías, pero también a la resistencia, la calle, la barricada, la rabia y la desesperanza.

Óxido transita entre un pulso acelerado, pero también calmo. Ambos pulsos, son intervenidos por una intensidad enorme.  El hablante, concita, además, nostalgia, tristeza, pero también ira. La alegoría es una figura presente, ya que nos remite a la historia del país. Se trata, en última instancia, de una alegoría de corte realista, donde nos reconocemos cultural y políticamente. Marcelo Arce demuestra una delicadeza impresionante para abrirse a referentes poéticos que dialogan con su escritura, como José Ángel Cuevas, Gonzalo Millán, Jorge Teillier y Diamela Eltit.  Escrituras que se hacen una con la de Arce, acusando influencias del cancionero popular con recursos deconstructivos como el montaje, la multifocalidad y la prosa poética. 

Pero, más allá de los referentes, Arce levanta una voz propia, asume una posición política y una estética de la resistencia a nivel del formato de escritura y, por supuesto, el recorte histórico que realiza. A 50 años del Golpe Civil- Militar, este poemario no conmemora, porque “la conmemoración es parte del ritual del olvido: ofrece una despedida al deseo de la voluntad de repetir algo” señala Achille Mbembe[1] (s/p), sino que se sitúa en momentos clave de las vidas de los trabajadores. Olvidar es dejar de tener una deuda, siguiendo a Mbembe, por lo mismo, Óxido, se niega al olvido recuperando cuerpos, voces, gestos, prácticas, una cultura, sepultada no solo por la dictadura, sino también por los 33 años de democracia.

La Revuelta Social de 2019 ha sido prácticamente ignorada por nuestros y nuestras poetas. De seguro ocupan su tiempo, pensando en ferias del libro. Este accionar revela no solo una indiferencia biográfica sino una disociación entre literatura y política. Sus escrituras no se mancharán con la contingencia, parece ser la consigna de esta ombliguista burguesía letrada. Por lo mismo, un libro como Óxido se vuelve trascendente, porque da cara, porque se arriesga a continuar una tradición anulada por el mercado, la crítica, las escuelas de literatura y, fundamentalmente, por les propios/propias poetas.  Sin embargo, es necesario aclarar que el mérito de Óxido no solamente pasa por su temática, sino por su novedosa manera de recuperar una épica no sustentada en el gobierno de la Unidad Popular sino en las vidas de aquellos marginados, ayer y hoy, por la historia.

Marcelo Arce ha elaborado un poemario que contribuye a alimentar nuestra frágil memoria-país y de paso demostrar que la poesía tiene una función política fundamental, en especial para que no terminemos yéndonos a las cloacas, como está ocurriendo.


[1] “El poder del archivo y sus límites”. OrbiusTertius, vol., 25, n° 31, 2020.


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