Las cartas de amor de escritores famosos

El amor puede ser tan fuerte como para dejarnos sin palabras. ¿Los maestros de la palabra cómo se llevaban con el amor? Aquí ofrecemos cartas de amor de diez escritores famosos. ¿Cuál prefieres?

Las cartas de amor de escritores famosos

Autor: Lucio V. Pinedo

Muchas veces, de acuerdo con el sentido común, se asocia la literatura al amor, aunque no siempre sea así, e incluso, en ocasiones, se trate exactamente de lo contrario. Sin embargo, los escritores, cuando hablan sobre la escritura, suelen decir que para escribir es preciso vivir. Y dentro de la vida, está el amor, acaso como uno de los sentimientos más fértiles para crear experiencias significativas (no importa que, por lo general, para el artista, lo relevante del amor aparezca cuando este ya pasó).

kiss

«El beso», Gustav Klimt.

Suele decirse también que para escribir bien, hay que dejar que el tiempo transcurra, como si fuera imposible hacerlo sobre la ola de las emociones y los acontecimientos. El argumento tiene que ver con la distancia necesaria para evaluar el trabajo propio con lucidez. Pero hay, también, excepciones, aquellos escritores que trabajaron sobre el suceso del día (y hay ejemplos sublimes).

¿Qué sucede con el artista cuando está enamorado? ¿Trabaja sobre ese sentimiento o, por el contrario (si cabe la contradicción), lo vive? Hay un libro de Jorge Semprún que se llama, justamente, La escritura o la vida, pero no es sobre el amor… Por lo demás, están los poetas amorosos, que escriben sobre el amor antes, durante y después del enamoramiento.

Posiblemente, no podamos llegar a una conclusión. Mientras tanto, ofrecemos estas cartas de escritores famosos enamorados.

1. De Gustave Flaubert

«La próxima vez que te vea te cubriré con amor, con caricias, con éxtasis. Te atiborraré con todas las alegrías de la carne, de tal forma que te desmayes y mueras. Quiero que te sientas maravillada conmigo, y que te confieses a ti misma que ni siquiera habías soñado con ser transportada de esa manera. Cuando seas vieja, quiero que recuerdes esas pocas horas, quiero que tus huesos secos tiemblen de alegría cuando pienses en ellas».

2. De Oscar Wilde

«Mi niño:

Tu soneto es encantador, y es una maravilla que esos labios tuyos, rojos como pétalos de rosa, estén hechos tanto para la locura de la música y las canciones, como para la locura de besar. Tu delgada alma dorada camina en el medio de la pasión y la poesía. Sé que Jacinto, a quien Apolo amaba con tanta locura, eras tú en los tiempos de Grecia. ¿Por qué estás solo en Londres, y cuándo vas a Salisbury? Ve allá a enfriar tus manos en el Crepúsculo gris de las cosas góticas, y ven aquí cuando quieras. Es un lugar encantador en el que solo faltas tú; pero ve a Salisbury primero.

Siempre, con imperecedero amor, tuyo».

3. De Ernest Hemingway

«Mi querido pepinillo:

Salgo en el barco con Paxthe, Don Andrés y Gregorio y estoy afuera todo el día. Luego regreso con la certeza de que habrá una carta o varias. Y tal vez las haya. Si no hay, estaré triste y esperaré hasta la mañana siguiente. Pensaré que no habrá nada hasta la noche.

Escríbeme pepinillo, si fuera un trabajo que tienes que hacer lo harías. Es muy duro estar aquí sin ti y lo estoy haciendo pero te extraño tanto que podría morir. Si algo te pasara, moriría de la misma forma que un animal muere en el zoológico si algo le pasa a su pareja.

Mucho amor, mi querida Mary. Debes saber que no estoy siendo impaciente, estoy simplemente desesperado».

4. De Lewis Carroll

«Mi queridísima Gertrude:

Te sentirás apenada, y sorprendida, y desconcertada, de oír la extraña enfermedad que me aqueja desde que te fuiste. Llamé al doctor y le dije «Deme medicina, pues estoy cansado». Él me respondió: «¡Tonterías! Usted no quiere medicina: ¡vaya a la cama!». A lo que le repliqué: “No, no es el tipo de cansancio que quiere cama. Estoy cansado en la cara”.

Él me dijo: “Cree que sean los labios”. “Por supuesto —dije—. ¡Eso es exactamente lo que tengo!”. Me miró con gravedad y dijo: “Creo que usted ha estado dando demasiados besos. “Bueno —dije—, sí le di un beso a una amiga mía”.

“Piense otra vez —me dijo—; ¿está seguro que fue solo uno?”. Lo pensé otra vez y dije: “Tal vez fueron once”.  Así que el doctor dijo: “No le debe dar más hasta que sus labios descansen”. “Pero qué se supone que haga —dije—, porque mire, le debo 182 más”. Me miró con tanta gravedad que las lágrimas se le escurrieron por las mejillas y dijo: “Podría enviarlos en una caja”.

Entonces me acordé de una pequeña caja que alguna vez compré en Dover, y pensé regalársela a una niña o a otra. Así que los empaqué todos con mucho cuidado. Cuéntame si llegan a salvo o si se pierde alguno en el camino».

5. De Balzac

«Mi amado ángel:

Estoy loco por ti: no puedo unir dos ideas sin que tú te interpongas entre ellas. Ya no puedo pensar en nada diferente a ti. A pesar de mí, mi imaginación me lleva a pensar en ti. Te agarro, te beso, te acaricio, mil de las más amorosas caricias se apoderan de mí.

En cuanto a mi corazón, ahí estarás muy presente. Tengo una deliciosa sensación de ti allí. Pero mi Dios, ¿qué será de mí ahora que me has privado de la razón? Esta es una manía que, esta mañana, me aterroriza.

Me pongo de pie y me digo a mí mismo: “Me voy para allá”. Luego me siento de nuevo, movido por la responsabilidad. Ahí hay un conflicto miedoso. Esto no es vida. Nunca antes había sido así. Tú lo has devorado todo.

Me siento tonto y feliz tan pronto pienso en ti. Giro en un sueño delicioso en el que en un instante se viven mil años. ¡Qué situación tan horrible!

Estoy abrumado por el amor, sintiendo amor en cada poro, viviendo solo por amor, y viendo cómo me consumen los sufrimientos, atrapado en mil hilos de telaraña.

O, mi querida Eva, no lo sabías. Levanté tu carta. Está frente a mí y te hablo como si estuvieras acá. Te veo, como te vi ayer, hermosa, asombrosamente hermosa.

Ayer, durante toda la tarde, me dije a mí mismo: “¡Es mía!”. Ah, ¡los ángeles no están tan felices en el paraíso como yo lo estaba ayer!».

6. De Nathaniel Hawthorne

«Mi querida:

Me gustaría tener el don de hacer rimas, porque a mi parecer hay poesía en mi cabeza y en mi corazón desde que estoy enamorado de ti. Tú eres un poema. ¿De qué tipo? ¿Épico? Que se apiaden de mí, ¡no! ¿Un soneto? No; porque es demasiado elaborado y artificial. Tú eres una especie de balada dulce, simple, alegre y patética, cuya naturaleza es el canto, a veces con lágrimas y otras con sonrisas, y en ocasiones, con una mezcla de sonrisas y lágrimas».

7. De Víctor Hugo

«Mi adorable y adorada:

Me he estado preguntanto si tal felicidad no es un sueño. Me parece que lo que siento no es terrenal. Todavía no logro comprender este cielo sin nubes. Toda mi alma es tuya. Mi Adele, por qué no hay otra palabra para esto aparte de alegría. ¿Es porque el discurso humano no tiene el poder de expresar tanta felicidad? Temo que de repente despierte de este sueño divino. ¡Oh! ¡Ahora eres mía! ¡Por fin eres mía! Pronto, en unos meses, tal vez, mi ángel dormirá en mis brazos, despertará en mis brazos, vivirá ahí. ¡Todos tus pensamientos, todo el tiempo, todas tus miradas serán para mí; todos mis pensamientos, todo el tiempo, todas mis miradas serán para ti!

Adiós, mi ángel, mi amada Adele. ¡Adiós!

Todavía estoy lejos de ti, pero puedo soñar contigo. Pronto, quizás, estarás a mi lado.

Adiós; perdón por el delirio de tu esposo que te abraza y que te adora, tanto en esta vida como en la otra».

8. De James Joyce

«Tú eres mi amor. Me tiene completamente en tu poder. Sé y siento que si en el futuro escribo algo bueno y noble debo hacerlo solo oyendo las puertas de tu corazón. Me gustaría que mi vida transcurriera a tu lado, hasta que nos convirtamos en un mismo ser que morirá cuando llegue el momento».

9. De John Keats

«Mi dulce Fanny:

¿Tú temes, a veces, que yo no te quiera tanto como tú lo deseas? Mi querida niña, yo te quiero siempre y sin reserva. Entre más te conozco, más te quiero. De todas las formas posibles, incluso mis celos han sido agonías de amor. Yo habría muerto por ti. Tú siempre eres nueva. El último de tus besos siempre es el más dulce; la última sonrisa, la más brillante; el último movimiento, el más elegante.

Cuando pasaste por mi ventana ayer, sentí tanta admiración como la primera vez que te vi. Incluso si no me quisieras no podría evitar sentir una completa devoción hacia ti: así que me siento profundamente enamorado al saber que me amas.

Mi mente ha sido las más descontenta e inquieta y se ha puesto sobre un cuerpo demasiado pequeño. Nunca había sentido que mi mente reposara con absoluta alegría, como me ocurrió contigo. Cuando tú estás en el cuarto, mis pensamientos nunca se van por la ventana: tú siempre haces que todos mis sentidos se concentren».

10. De Goethe

«No puedo evitar amarte más de lo que es bueno para mí. No me sentiré feliz hasta que te vea otra vez. Siempre soy consciente de mi cercanía a ti, tu presencia nunca me deja. Adiós a ti, a quien amo mil veces».


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