Marco Castagna escribió Dylan en el desierto (Ascasubi Ediciones). Él, acaso como los mejores, transita su juventud sin saber, con certeza, cuán buen artista es. Sabe, eso sí, que debe escribir. Tiene 27 años y estudia Letras, en la UBA. Según nos contó, es «alguien a quien le cuesta definirse, pero lo intenta arduamente».
Se formó con la biblioteca de su madre, a quien debe su pasión como lector. «Después —aclaró—, muchas cosas me formaron y me forman, y otras me deforman, pero solo voy a nombrar las positivas. Mis amigos son una escuela para mí: de vida y de escritura. La Facultad me da muchas herramientas, sobre todo para leer. El cine, la música, andar en bicicleta, haber recorrido interminables tardes los puestos de libros de Parque Centenario. Ah, y mi gata, creo que mi maestra zen es mi gata amarilla».
Lo inspiran desde las personas sin amor, hasta los románticos más desesperados. Lo inspiran el político, el loco, el abstemio, el despistado. Lo inspiran la foto de un muerto, la alegría de la gente que quiere, la envidia de los insatisfechos, la productividad del ocio, los discos de vinilo que todavía giran en el anonimato más formidable. Lo inspiran los poetas, los buenos poetas, y los malos poetas. Le inspiran Garamona, Charly Garcia, «El cangrejero» de Javier Fernández, Discépolo. Lo inspiran el Brando de Apocaypse now, la gente que lee en los subtes o en los colectivos, el budismo tropical de los perros callejeros, la mirada escurridiza de ciertas personas. Todo eso lo inspira, aunque, por supuesto, diferentes cosas.
Su primer libro, Dylan, es como una ventana, una abertura desde donde poder mirar lo insoportable. Es un libro simple, fragmentario y sólido. Quien habla allí es alguien que se pregunta qué pasa con lo que pasa y busca, al momento de hacerlo, crear un espacio desde donde construir, no importa qué. Una ventana para mirar lo insoportable, decíamos. Y para ser mirado, porque como se ha dicho, cuando mirás largo tiempo el desierto, este también mira dentro de vos.
Aquí, 9 preguntas para este escritor, para expandir en marco de comprensión de su obra y el contexto cultural en el que se inserta.
- ¿Qué valorás de un escritor?
La honestidad y que tenga un corazón salvaje. Lo que de verdad importa es buscar una voz en el desierto. Esa búsqueda no es algo fácil ni inmediato, sino todo lo contrario, lleva tiempo y muchas veces implica sufrir y perder cosas. Para eso, se necesita humildad, así que esto es algo que también admiro de un escritor: la humildad.
- ¿Cómo ves lo que escriben tus colegas poetas?
Pienso en poetas que leo y que me gustan, como Garamona, Javier Fernández Paupy, Bogado Cristino o Romina Ramos, y luego trato de pensar en mi escritura. Creo que formaríamos un equipo muy heterogéneo, si tuviéramos que salir a jugar un mundial de poetas, pero, sin duda, sería un equipo vitalista, con arrojo y una cabeza abierta a cosas que vienen de muchos lugares al mismo tiempo. Tenemos un ojo mirando a estas tierras, al continente y su tradición, pero el otro ojo está atento a lo que sucede afuera, te diría que, sobre todo, en ciertos autores de literatura norteamericana.
- ¿Cómo notás el mercado editorial?
Acá, en la Argentina, desde hace unos años, se viene dando algo interesante que es la aparentemente inagotable emergencia de editoriales chicas, independientes y con proyectos propios, mucho empuje, y, sobre todo, con líneas que tejen algún tipo de trama subterránea que viene a cuestionar el reinado de los pulpos comerciales. Rescato esta experiencia de la edición independiente. Me parece, sin dudas, algo valioso y necesario lo que hacen estos editores, intentando captar los agujeros o la indiferencia de las grandes corporaciones para poder decir o significar desde ahí.
Imagino y me gustaría pensar que, en Chile, sucede lo mismo. Tengo referencia de que hay varios sellos independientes argentinos que distribuyen sus libros del otro lado de la cordillera, lo que me parece una buena noticia para la literatura en general. También sucede al revés, de modo que las puertas están abiertas, los canales funcionan.
- ¿Qué opinás sobre los concursos literarios?
Mirá, por experiencia directa, te puedo decir más bien poco, porque no he participado en muchos concursos. Supongo que lo que voy a decir es lo que saben más bien todos: mencionar esa suerte de desconfianza que recorre a cada uno de los concursos, ya sabés, los arreglos y ese tipo de cosas. Está lleno de historias de este tipo, incluso de juicios entre autores.
Hace poco, leyendo un ensayo de Maria Moreno, encontré una idea interesante sobre los concursos literarios. Ella exponía un caso famoso en la literatura argentina, donde si no hubo un juicio de por medio, al menos sí un escándalo mediático, que devino en un mito urbano que todavía deambula por los cafés de Buenos Aires. Lo que decía Moreno era que, el escritor supuestamente perjudicado por este fraude o irregularidad en el proceso de elección de la novela ganadora no se la había agarrado contra el jurado, sino contra el ganador del concurso. Parece que este autor «damnificado» participaba con regularidad en concursos literarios, y tuvo el cuidado de no involucrarse con los jueces, porque podía encontrárselos, más adelante, en alguna otra competencia. Bueno, está lleno de miserias de este tipo también. De modo que estas cuestiones me parecen más propias de un publicista o de un frío inversor que de un escritor que se tenga a sí mismo algo de estima.
Aunque, en realidad, lo que te puedo decir es que pienso más bien como Fabián Casas, que una vez dijo que él no leía al último ganador de tal premio, que eso por sí solo no le decía mucho en sí, sino que le llamaban más la atención esos libros y escritores que te aparecen casi de la nada y como por arte de magia. Casas contó que, una vez, estaba desarmando la carpa de un amigo que se había ido sin pagar de un camping y que se encontró con un libro de Beckett. Ahí no más vio la foto de Beckett, y dijo «Esto me interesa, un libro que aparece así tiene que decir algo». Me encantó esa idea.
- ¿Qué determina la identidad narrativa de un escritor?
Me parece que, en primera instancia, lo que determina la identidad narrativa de un escritor es lo que te pasó. Sin experiencia directa, no hay identidad narrativa, y eso es una fuente muy grande. Pero después, claro, está cómo o de qué manera procesaste eso que te pasó. Y, en este mismo escalón interpretativo, entran tus lecturas, tus influencias literarias y cómo las digeriste. No se puede entender la identidad narrativa de un escritor sin entender su identidad como lector.
- ¿Qué factores escapan a la producción racional del escritor?
El acto de escritura es algo perfectamente coherente, que, de hecho, ha salvado a escritores de la locura (el caso más conocido es el de James Joyce). Me parece que lo que está mal es el mundo, y que es eso lo que nos hace refugiarnos en el tipeo constante de una máquina de escribir. Pero esto no es nuevo, ha sido así siempre. De modo que lo «irracional» creo que estaría más del lado del mundo y no de la escritura.
- ¿Qué buscás con tu obra?
Busco, primero, poder tener una especie de diálogo conmigo mismo, pero un diálogo profundo, honesto, es decir, un tipo de conversación que no se puede tener en sociedad o, al menos, no en la sociedad tal como la conocemos. Diría que busco eso, hablar conmigo mismo de otro modo. Si a alguien le sirve lo que escribo, por supuesto, bienvenido.
- María Rosa Lojo dijo que los jóvenes de los sesenta buscaban mapas de viaje en la literatura. En cambio, Elsa Drucaroff dijo que buscaban manuales de guerra. ¿Vos qué pensás que busca la gente joven en la literatura hoy en día?
Me encantaría saberlo. Escribir tal vez sea una forma de insinuar una respuesta o de proponer otras búsquedas. Yo contestaría que, en mi caso, lo que busco, a menudo, está entre el mapa de viaje y el manual de guerra. Sería una mezcla de Marco Polo con Lawrence de Arabia. Me gusta pensar esta mezcla entre el militar y el viajero, supongo que en mi se dan las dos nociones al mismo tiempo. A veces los viajeros son guerreros, o los guerreros tienen que hacer viajes y, en el viaje, sufren mutaciones extrañas.
9. Por último, ¿qué proyectos tenés hoy en día?
Por lo pronto, seguir escribiendo. Estoy escribiendo un libro que es un poco una continuación de Dylan en el desierto, pero al mismo tiempo, una reformulación de sus ideas y una expansión concretamente en el plano material también, porque son textos más largos. Estoy en proceso de escritura, y me estoy tomando mi tiempo, porque realmente me gustaría hacerlo bien. Tengo un acuerdo con una editorial que se llama Palabras amarillas, que es una editorial nueva que está creciendo bastante acá en Argentina, y su editor es un tipo muy audaz. Entonces, como digo esto, no me gustaría defraudarlo a él, pero, sobre todo, no me gustaría defraudarme a mí mismo. Por eso es que me tardo un poco. Por el momento, no he decidido anotarme en ningún concurso literario, pero sí pienso seguir escribiendo. Me gustaría seguir escribiendo hasta que me muera.
Fragmentos de Dylan en el desierto
Tus ganas de tirarte el I Ching, una película de ciencia ficción, las horas muertas, la promesa de un bonsái, un puente viejo y un perro amarillo.
¿Qué significa esa luz roja afuera? ¿Qué significa esa persona en la oscuridad sentada sola? Los árboles se mueven despacio, el viento caliente hace que tenga que prender el aire acondicionado para fumar. ¿Qué significa el tiempo perdido en tareas semejantes?
Cuando el vigilante nocturno se tomaba unos minutos extra para lavarse la cara, vos salías a caminar sola por la ciudad, vagando como un perro poseído por un hambre incierta, buscando un teléfono en las inmediaciones de la pista de hielo a las cuatro de la madrugada mientras la luna iluminaba la casita del vigilante del camping Estrella del mar, su rostro pálido y sus ojos alumbrando débilmente el rincón donde deberías estar vos.
Un gato gotea los techos con pasos suaves y una mirada verde río mezclada con mar. Desde la ventana pienso en todos esos barcos que se estrellan en la noche. A esta hora, algunas personas bajan las persianas.