Al menos 450 pequeños tiburones, que medían entre 80 y 150 centímetros fueron encontrados muertos este jueves en el Sillon de Talbert (Côtes-d’Amor), en las costas de Francia, atrapados en una red de pesca abandonada.
Una embarcación dio la alerta el martes después de descubrir la red de pesca donde los tiburones quedaron atrapados, juntos a rayas y otros peces, informó el alcalde local, Loïc Mahé.
Asistidos por voluntarios y asociaciones, los servicios técnicos limpiaron los cadáveres de los emisarios tiburones, y luego los enviaron a una compañía de procesamiento. La operación costó más de 3000 euros al alcalde, quien decidió presentar una denuncia a la policía marítima de Lezardieux.
Pleubian aujourd'hui, 456 émissoles (en majorité des femelles matures et 1 mâle), 3 requins hâ, 3 raies pastenagues et 1 petite roussette prisonniers d'un filet échoué. Cela conforte l'hypothèse de rassemblements de femelles à certains moments de l'année #shark pic.twitter.com/JHNOutHTFj
— Association APECS (@AssoAPECS) June 14, 2018
«La red era un peligro para la navegación y el buceo», señaló el Mahé, quien calificó el hecho como un «acto irresponsable». «Hubo marcas de armas blancas en la red, eso significa que hubo una maniobra para deshacerse de ella«, precisó.
«Han pasado trece años desde que trabajo aquí, nunca había visto eso», comentó Julien Houron, un guardia de la Reserva Natural, al oeste de Francia. Estos pequeños tiburones, llamados emissoles, son una especie común en la región.
El asesino silencioso de los mares
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por su sigla ne inglés) y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) denuncian en un informe que las redes, trampas, flotadores y otros aparejos de pesca que se rompen, abandonan y pierden como consecuencia de tormentas o quedan atascadas en áreas donde hay trampas de fondo, constituyen un 10% de los residuos marinos, es decir, unas 640.000 toneladas.
Además, estas «redes fantasma» capturan y matan cada año miles de peces, tortugas, aves y mamíferos marinos, incluso mucho tiempo después del final de su vida útil, ya que al estar compuestas por materiales sintéticos pueden durar más de 500 años.
Estos restos, además de tener un impacto sobre el medio ambiente marino, afectan a la navegación marítima y la actividad pesquera. Las peores afectaciones se deben a las llamadas redes de agallas, en las que el borde inferior es anclado al suelo marino y se elevan con flotadores colocados en su borde superior. Una vez desplegadas, forman una pared que llega a medir varios kilómetros de largo que, si se pierde o abandona, puede «seguir pescando sola durante meses y hasta años».
Aunque los mares ecuatoriales son los más afectados, en la bahía de Chesapeake (Estados Unidos) se pierden anualmente unas 150.000 trampas para capturar cangrejos. En la caribeña isla de Guadalupe se extravían 20.000 trampas pesqueras durante la temporada de huracanes. También se recoge el caso del cantábrico español, ya que los más de 600 buques que faenan en esas aguas pierden cada año una media de 13 redes.