Caracterizada por la crianza de ovejas, la Comunidad Agrícola de Peñablanca está embarcada, desde hace cuatro años, en varios proyectos que buscan repotenciar su forma de vida. Uno de ellos es el de los atrapanieblas en el cerro Grande; el agua que captan sirve para regar una reserva en donde han plantado diversas especies de bosque nativo.
El usufructo común por parte de los herederos de la estancia Peñablanca derivó hacia 1887 en la conformación de la Comunidad Agrícola que lleva ese nombre (bautizada así por la alta presencia de cuarzo). Ubicada a unos 60 km al sur-oeste de Ovalle –en la provincia de Limarí-, colinda por el poniente con la carretera Panamericana. Con 6.500 hás de tierra, cuenta con 85 comuneros con derechos, pero viven alrededor de 60 familias (unas 150 personas).
Los suelos de esta comunidad agrícola están fuertemente degradados. Antiguamente fue una de las comunidades con mayor extensión de sembrados de trigo (tres mil hás). La última cosecha se registró en 1999; la disminución de las precipitaciones y la competencia de otras zonas trigueras con mayor rendimiento, volvieron inviable seguir con este cultivo.
En Peñablanca –a diferencia de otras comunidades agrícolas, que mayormente crían cabras- se especializan en ganado ovino. En los años secos, debido a la falta de pastos para alimentar a los animales, los crianceros deben emigrar hacia otras zonas de la provincia, en donde se instalan en carpas por varios meses.
El poblado central de Peñablanca tiene una escuela que llega hasta sexto básico, que cuenta con 12 alumnos. También poseen una capilla, y una sede social con un salón, varias piezas, baños y una cocina. A un costado de ésta hay, desde el año pasado, un escenario. Las principales fiestas se realizan para el 18 de septiembre y el 1 de noviembre. Hay una villa con un puñado de casas obtenidas a través del subsidio habitacional rural.
Desde 2007 han realizado tres Ferias bajo el slogan “el secano aún vive”, a la que asisten artistas, miembros de otras comunidades y habitantes de la provincia. Y, este año editaron un boletín llamado La Espiga (La voz del secano comunero).
Existe una mina de cuarzo –propiedad de un empresario externo- que emplea a cuatro personas de Peñablanca. Debido al desequilibrio presente en la legislación chilena, esta empresa sólo debe pagar una cantidad marginal por concepto de “servidumbre de paso”. También hay una microempresa de crianza de caracoles, propiedad de una familia comunera.
RESERVA DE LA NATURALEZA
Daniel Rojas, presidente del Directorio de la comunidad, explicó que desde 2000 a 2005 existió un proceso de reflexión que coincidió con un cambio generacional de la dirigencia. Con la ayuda de profesionales de Servicio País –que colaboran hasta hoy-, se elaboró un proyecto a largo plazo, compuesto de cinco líneas: medioambiental (degradación de suelos); forestaciones (nativas y forrajeras); ganadería ovina (Indap); productivo (lo más difícil, por la falta de agua), y social (electricidad, agua potable, caminos).
En esta comunidad establecieron un área protegida y crearon la Reserva Cerro Grande; un terreno de 100 hás en las laderas del monte -que cercaron-, y en donde han plantado 850 árboles nativos.
Gracias a la niebla, se forma un microclima de características similares al existente en el Parque Fray Jorge. El bosque nativo se riega con el agua recolectada por cuatro atrapanieblas confeccionados con malla rachel. Su mejor funcionamiento es de marzo a mayo y de octubre a diciembre, en donde, en una semana, ha llegado a recolectar 18 mil litros. El mayor problema es el mantenimiento, pues el fuerte viento rompe las mallas, y deben pagarle a una persona que dos veces al mes sube a revisarlas.
Este proyecto –elaborado con la asesoría del geógrafo Nicolás Schneider– fue financiado por el PNUD. Ahora se están construyendo cinco miradores y un sendero turístico, gracias a un proyecto financiado por la Conama.
Paradojalmente, en la cima del cerro existen dos antenas de celulares, que representan el único ingreso monetario importante para la comunidad.
Claudia Accini, profesional de Servicio País, explicó que, en estos momentos, están realizando un taller sobre reciclaje para los miembros de la comunidad. En él se les está enseñando el manejo de los residuos sólidos y la confección de estaciones de reciclaje. Además, señaló que otra idea es introducir el cultivo de vegetales exóticos con buena demanda internacional, como la jojoba.
EL MODELO ISRAELÍ
El dirigente viajó en enero de 2008 a Israel, invitado por el Fondo para la Innovación Agraria (FIA). Su principal conclusión es que el desarrollo sustentable depende de la combinación de autogestión comunitaria con un decidido apoyo del sector público; producto de la diversidad, cada comunidad debe descubrir sus potencialidades y contar con planes específicos de los organismos estatales.
Rojas cree que, hasta ahora, cada repartición pública hace sus propios programas por separado, pues no hay un plan general y coordinado de acción hacia las comunidades agrícolas. “Se han dedicado a archi diagnosticar en vez de ejecutar obras concretas”, expresó.
Además, afirma que las políticas públicas existentes son demasiado generales, como el caso del fomento a la reforestación (DL 701); “deberían contemplar las particularidades de cada sector, pues no es lo mismo el apoyo que necesita un gran propietario exportador que el que requiere el campesinado”, indicó el dirigente.
Por Cristian Sotomayor
El Ciudadano