Hubo hace unos años una serie televisiva de ciencia ficción, misterio y fenómenos paranormales que alcanzó un gran éxito. Sus capítulos siempre finalizaban con la frase «la verdad está ahí fuera». Sirva indirectamente esta frase para referirnos ahora al sistema dominante y las posibilidades de transformación del mismo. Así, parafraseando la mencionada serie de televisión podríamos decir que «la alternativa está ahí fuera». Aunque también podemos recurrir al lema de Margaret Thacher, «No hay alternativa», que se convirtió en divisa del neoliberalismo; pues bien, la desmentimos una vez más y afirmamos entonces que sí la hay.
Con lo anterior señalamos que, hablemos en singular o en plural, las alternativas al sistema dominante se encuentran fuera de éste y existen como tales, simplemente hay que construirlas. Y esto, por mucho que determinadas fuerzas políticas del propio sistema, pretendan seguir convenciéndonos de que desde dentro se puede cambiar. En el interior del sistema hoy no es posible sino matices o maquillajes (eso fue en gran medida el estado del bienestar), sin alterar su carácter injusto, no redistributivo y empobrecedor, generador de cada vez mayores índices de desigualdad entre una minoría, cada día más rica, y las grandes mayorías sometidas al dominio de los dictados de las élites económicas, con la sumisión de las clases políticas tradicionales.
Pero, ante esta situación se suceden los cuestionamientos profundos que van proponiendo más y más alternativas. Y esto es la prueba evidente de la urgencia por transformar radicalmente el sistema; la buena noticia es que ya hay pasos en esa dirección. Por ejemplo, dentro de esa diversidad de planteamientos, hoy en territorios y países de América Latina se abren paso propuestas que no son solo teóricas sino que se constituyen también en prácticas políticas y sociales, con lo que esto supone de validación de las mismas. Alternativas posibles como la que nos ocupa: el Buen Vivir.
Ésta parte de un principio básico como es el reconocer a la naturaleza como organismo vivo, del cual el ser humano no es sino una parte más del mismo y no necesariamente la dominante. El equilibrio de la vida y la sobrevivencia de esa naturaleza y de todos los seres vivos que la habitamos dependerá por tanto de los modelos de desarrollo que se implementen en ella. En este plano, pero justamente en la dirección contraria, hay que subrayar que el sistema capitalista se caracteriza por trasladar a la naturaleza el coste absoluto más negativo de su modo de producción y explotación, con todo lo que ello está suponiendo para ésta y para la propia sobrevivencia de esos seres vivos entre los que nos debemos incluir. Explicará esto en gran medida cuestiones tan graves como el calentamiento global y el cambio climático, en suma, la crisis ecológica que vivimos.
Respecto a las relaciones humanas y sus modos específicos de vida, el eslogan que domina en el sistema actual de la globalización capitalista neoliberal es el «vivir mejor», lo que implícitamente supone estar mejor que el otro, tener más, ganar más, ser más que… Y todo ese pensamiento (ideología) nos lleva directamente a esa realidad conocida que no es otra que el hecho de que unos pocos (miles) vivan mejor que otros muchos (millones).
Por el contrario, el Buen Vivir plantea una relación radicalmente diferente entre los seres humanos y de éstos con su entorno natural y social. Supone una concepción de vida que se distancia profundamente de parámetros como el individualismo a ultranza, la búsqueda permanente del beneficio propio y del lucro, el uso y abuso (explotación) de la naturaleza hasta su agotamiento, la mercantilización total de las esferas de la vida humana, etc. Dicho en pocas palabras, este paradigma plantea la ruptura conceptual y práctica con la noción de desarrollo occidental, donde el hecho de «competir» es casi la única lógica de relación humana y de producción económica, así como de hacer política. Colocará en cambio en lugar privilegiado las lógicas de la complementariedad y la reciprocidad entre las personas y de éstas con la naturaleza, regulando incluso los sistemas productivos, además de los sociales y políticos (por ejemplo, rotatividad de cargos, la ética como valor de autoridad…). Propone estrategias de largo alcance y plazo que se deben de articular en torno a la reproducción ampliada de la vida y no en base al desarrollo unidireccional y el crecimiento económico desenfrenado. Porque frente a la homogeneización de la vida que propugna e impone occidente y el capitalismo neoliberal el Buen Vivir parte también del principio de riqueza que aporta la diversidad, así como la valoración y respeto por los «otros». De esta forma, aún siendo una propuesta en construcción continua, ésta pasa por ser alternativa a la deriva productivista y desarrollista en tanto dirección única y por ser una oportunidad para construir colectivamente nuevas formas de vida. Las propuestas que se articulan ahora son recetas abiertas y en respeto a la diversidad, pero no como simples nuevas formas de vida en un plano exclusivamente filosófico, sino también como nuevas estructuras políticas (estados plurinacionales, diferentes autonomías, nueva institucionalidad…), económicas (economías cooperativas, comunitarias, públicas…) y sociales (no racistas, no discriminadoras, despatriarcalizadas…).
En suma, todas ellas partes de los necesarios y urgentes procesos de transformación profunda, pero también en diálogo con otras propuestas alternativas al sistema dominante que ha demostrado, como ya hemos dicho, nos aboca a sociedades injustas, desiguales e incluso al serio riesgo para la propia vida en y del planeta que habitamos. Así, engloban ese índice de opciones alternativas que referíamos hace poco campos que van desde el abordaje de la transformación de las estructuras político-institucionales, hasta la construcción de nuevas sociedades que partan del reconocimiento del valor de la diversidad de pueblos y sus estructuras, rompiendo de esta forma con los viejos estados-nación como estructura única posible. Pero también planteando la necesidad del cambio de la matriz productiva, abriendo las posibilidades para dejar atrás el expolio de la naturaleza y el extractivismo desenfrenado. Igualmente, dando mayor peso a los modelos público-estatales, o cooperativos y comunitarios, donde lo político controle y defina los lineamientos económicos y no a la inversa como ocurre en el neoliberalismo.
Pero, además de lo anterior, ese índice de espacios de intervención del Buen Vivir también contempla cuestiones centrales como la gestión integral de los sistemas de vida. Esto a su vez implica, por ejemplo, el manejo responsable de los territorios y otros componentes de la naturaleza (agua, tierra, bosques y biodiversidad) armonizando las necesidades de la población y la conservación de la vida, de la diversidad biológica y el equilibrio armónico de todos los sistemas de vida. Se aboga igualmente por la profundización del ejercicio de una democracia, alejada de la de baja intensidad hoy dominante (representativa), para construir otra más participativa y verdaderamente colectiva de la sociedad, de las personas (hombres y mujeres) y de los pueblos, es decir, una democracia nuevamente repensada y profundizada. La necesidad de la recuperación de las identidades, de las culturas como formas diversas de ver y entender el mundo, sería también puesta en la discusión teórica y práctica de esta construcción de alternativas. Pero ésto último no como hecho fundamentalista que aboca al enfrentamiento, ya que éste es característica del sistema dominante, sino como valor positivo precisamente de esa diversidad y riqueza de las multiples formas de entendernos como seres humanos y de entender el mundo en el que vivimos .
Hasta aquí un breve repaso a una de las múltiples alternativas que hoy se abren paso y se construyen, en esa urgente demostración de que sí hay alternativas al neoliberalismo, a la precariedad, a las crisis múltiples, a la explotación de las personas, a la desigualdad y a la destrucción de este planeta, el único que tenemos. Pero, como señalábamos al principio, la alternativa está ahí fuera, solo hay que construirla.
Por Jesus González Pazos. Miembro de Mugarik Gabe
Fuente: Rebelión