El flagelo de una nueva industria química contaminante, la llamada minería a cielo abierto mediante métodos de lixiviación, donde el agua es utilizada como materia prima a la que se le agregan tóxicos como el cianuro o el ácido sulfúrico, forma parte de un nutrido conjunto de actividades explotatorias.
Estas actividades forman parte fundamental en el sostén de las economías del Primer Mundo. La mayoría de ellas reciben, en aquellos países de elite, grandes controles que engrosan grandemente las costas productivas. También las hay en retroceso, como el negocio de los hidrocarburos, pues los yacimientos presentes en los países del eje económico presentan graves agotamientos.
En lo que se denomina El Nuevo Orden Mundial, la planificación de las grandes potencias cuenta con el despojamiento de puntuales regiones del globo. El sudeste asiático, Latinoamérica, y África, en primer lugar, y varios sectores de Europa del este, y los sureños europeos, como Portugal y, llegado el caso, España, como segunda opción.
Para el contexto sudamericano, en particular, este nuevo orden desarrolla su estrategia mediante una Iniciativa para la Integración de Infraestructura de la Región Sudamericana. También llamada IIRSA. Según esta iniciativa, cuyo nombre no permite siquiera vislumbrar su macabro carácter, mediante la connivencia político-empresaria, y las débiles leyes del tercer mundo, los gobiernos del eje y las multinacionales tomarán posesión de riquezas y territorios en Sudamérica. La estrategia manifiesta, en su doctrina, los pasos a seguir para lograr el endeudamiento sudamericano.
Las empresas, ofreciendo como ejemplo las corporaciones mineras, necesitan de infraestructura para llevar a cabo sus explotaciones con ganancias fabulosas. De ser ellas las que debieran invertir en nuestro país, o en otros países sureños, en un paquete infraestructural eficaz, estas ganancias exorbitantes pasarían a ser ganancias lógicas y ordinarias.
De este modo, mediante cohecho y prevaricato, se aseguran que la infraestructura necesitada en cada país y región sea financiada por sus gobiernos. Lo que equivale a decir por sus manipuladas ciudadanías. La maniobra es tan sencilla, y abierta, que no puede levantar sospechas de inmediato. La primera impresión que buscan estampar en la conciencia de la gente es que el país está creciendo. Que la economía progresa. Que los impuestos vuelven al pueblo en obras.
Así, comienzan a construirse centrales hidroeléctricas, embalses, miles de kilómetros de vías férreas, puertos, aeropuertos, oleoductos, gasoductos, acueductos, autopistas y remozado de caminos. Fortalecimiento de puentes, o construcción estratégica de los mismos. Inversiones en el campo de las comunicaciones, de ser necesario a los fines.
Pero la verdad es de carácter atroz: Todo aquello está siendo construido para que las multinacionales cuenten con las comodidades necesarias y, de este modo, que su inversión se centre en las costas puras de tipo explotatorio, exploratorio y/o de cateo.
La Minera Bajo de la Alumbrera, en Catamarca, consume más del 80 % de la energía que produce El Chocón. Otras minas de similares características necesitarán, para sostener su operatividad, de volúmenes energéticos análogos. Las informaciones difieren según la fuente, y según se evalué el tipo de tratamiento minero, pero se considera que en los próximos cinco años podrían intentar poner en funcionamiento trescientas minas a cielo abierto. Es fácil, de este modo, entender de qué se trata la iniciativa para la integración de infraestructura en la región sudamericana.
El pueblo argentino no sólo debería entregar sus acuíferos, ríos, arroyos, embalses, lagos y vertientes, para que el principal de los valores, el agua potable, sea contaminado, sino que deberá construirles a las grandes potencias, y sus multinacionales, las estructuras mediante las cuales nos ejecutarán.
En muchos puntos de Argentina se están programando construcciones de represas para la instalación de centrales hidroeléctricas, con la excusa de apalear la crisis energética nacional. Miles de hectáreas productivas serán anegadas, cuando el fin último es la provisión de fluido eléctrico a la mega industria extractivo-exportadora.
El litoral atlántico también será estratégicamente bordeado de nuevos puertos y caladeros. Las mineras que se instalarían en la cordillera, sobre los glaciares puros y milenarios, contaminando sus aguas por la lixiviación con cianuro o ácido sulfúrico, necesitarían donde embarcar su saqueo. Los mineros dicen lo que necesitan y donde, recompensan generosamente, y los gerentes políticos de turno obedecen endeudando al país en obras que no están destinadas a su crecimiento.
Podríamos dar muchos ejemplos de esta naturaleza. El espacio que gentilmente nos conceden para la presente nota no lo hace posible. De todos modos, creemos que el espíritu de lo que hemos buscado transmitir ha quedado reflejado con ciertas garantías.
No debemos permitir que las empresas mineras se establezcan, así como no debemos comprarnos las promesas de progreso que las antecede. Mundialmente, sólo se ha podido comprobar empobrecimiento durante su accionar, así como cuando se retiran habiendo agotado las riquezas. No necesitamos hacernos cargo de sus inversiones previas, endéudanos con la construcción de infraestructuras antojadizas, así como tampoco tornarnos depositarios de la huella de muerte que dejan a su paso.
Vida y agua. Agua y vida, son la más antigua y armónica de las asociaciones. De que está coligación prosiga, depende el futuro inmediato de la humanidad.
El presidente de la Cámara Argentina de Empresarios Mineros, Dr. Manuel Benítez, nos decía, en cierta oportunidad, que el hombre había nacido minero. Que al tomar una roca y utilizarla como herramienta había dado inicio a esa actividad.
Nosotros no dudamos de aquella consideración. Pero de lo que estamos seguros, es que aquél hombre primitivo no sucumbía ante la ambición. No especulaba con el oro en las bolsas de Londres o New York, no fomentaba el consumismo ni el suntuario. La piedra que aseguraba a un asa pasaba a ser una herramienta de protección del grupo que conformaba. Un arma de defensa en un medio agreste. Funcional a la vida sin atentar innecesariamente contra nada ni nadie. Un hombre primitivo que no contaminaba el agua con cianuro ni sulfúrico. Un hombre primitivo con quién, hoy, compiten en primitivismo y salvajismo los refinados asesinos que desarrollan la minería química contaminante.
CONCIENCIA SOLIDARIA
ONG Interprovincial